Comentario Bíblico
Domingo del tiempo ordinario
Del Evangelio de Lucas 9,51-62
La carta de la libertad
cristiana, tal como se conoce la carta a los Gálatas, nos habla precisamente de
ese don por el que luchó Pablo contra los que se oponían al evangelio. El
Apóstol sabe que la libertad puede malinterpretarse con el libertinaje; todos
lo sabemos. No obstante, el evangelio es el don de la libertad más grande que
el hombre tiene que recuperar constantemente como don de Dios. El “apóstrofe”
con que Pablo reclama a los cristianos la consecuencia de su vocación a la
libertad es de una fuerza inaudita. Y deja claro que la libertad debe
experimentarse en el amor. Sin el amor, la libertad cristiana también estaría
herida de muerte. No se trata solamente de matices o de pura retórica: ¿De qué
nos vale la libertad desde el odio? ¿Dónde nos lleva la libertad sin
reconciliación?
Durante toda la carta,
Pablo se ha mantenido en una actitud irrenunciable a los valores del evangelio
que él predica, que recibió por revelación y por el que da la vida. Ese
evangelio es la experiencia más grande de libertad que jamás hubiera podido
soñar. Ahora, en la parte práctica de la carta vuelve de nuevo sobre el tema.
La libertad verdadera es un don del Espíritu; el libertinaje es una
consecuencia del egoísmo (de la carne, como a Pablo le parece bien decir). La
carne es todo ese mundo que nos ata a cosas sin sentido. El cristiano, como
hombre que debe ser del Espíritu, está llamado a ser libre y a no esclavizarse
en lo que no tiene sentido.
La lectura del evangelio
expone una ocasión clave de la vida de Jesús. Es el momento de ir a Jerusalén;
es el comienzo del “viaje hacia la ciudad Santa” que en el tercer evangelista
se recarga de un sentido teológico especial, porque se intenta presentar, de la
forma más efectiva, la actividad de Jesús como profeta, a la vez que el
evangelista se vale de la significación de ese viaje para enseñarnos a ser
discípulos de Jesús. No están claras las referencias geográficas del viaje.
Estamos casi en el centro
del evangelio y Lucas, a diferencia de Marcos, quiere privilegiar toda la
“subida” a Jerusalén que será en realidad una “bajada” al abismo de la condena
y de la muerte. El texto de hoy está formado por dos narraciones: la repulsa de
Jesús en Samaría y las exigencias del discipulado. Él no hizo discípulos
enseñándoles una doctrina, como los rabinos, sino enseñándoles a vivir de otra
forma y manera.
La renuncia a la violencia
que propugnan los hijos del Zebedeo porque no ha sido Jesús recibido en Samaría
es ya una declaración de intenciones. Lo es también que el profeta galileo vaya
a Jerusalén pasando por el territorio de los herejes samaritanos para
anunciarles también el mensaje del Reino. Son rechazados y Jesús cuenta con
ello, pero no se le ocurre incitar a la condena y a la violencia. Éste es un
aspecto determinante del “seguimiento” de Jesús según Lucas. Merecería la pena
comentar este episodio como paradigma de la actitud básica de Jesús en su
decisión de ir a Jerusalén.
Por eso, inmediatamente
después de la decisión de Jesús, se nos presenta el conjunto de las llamadas de
Jesús a seguirle. La forma y la manera es distinta de lo que sucede entre Elías
y Eliseo. Aquí es la palabra directa de Jesús, o la petición de los que quieren
ser discípulos, o los que quieren informarse, como si fueran candidatos. Pero
la radicalidad es la misma. Es una llamada para seguir a Jesús que ha decidido
jugarse su vida como portavoz de Dios delante de los jefes y señores de este
mundo que están en Jerusalén.
Lucas quiere que los
discípulos también tomen conciencia de lo que es este viaje, este proyecto y
esta tarea. ¿Para qué seguir a Jesús? ¿Por qué romper con las ideologías
familiares? ¿Por qué no mirar hacia atrás? Porque la tarea del Reino de Dios
exige una mentalidad nueva, liberadora. Los seguidores de Jesús tienen que
estar en camino, como Él; el camino es la vida misma desde una experiencia de
fraternidad.
Los textos del seguimiento
que Lucas ha tomado del evangelio de itinerantes, probablemente galileos
radicales (Q), no tienen por qué ser caracterizados como filósofos cínicos.
Desde luego, Jesús no lo era, ni lo podía ser. Pero en esos dichos se refleja
toda la crítica hacia las instituciones sociales y el desapego, incluso, de
lazos familiares que puedan desviar la atención de las exigencias de Reino de
Dios. No se trata de odio familiar, pues eso estaría contra el amor a los
enemigos que Jesús defendió expresamente. Es, más bien, poner las cosas en su
sitio cuando se trata de sacar adelante el proyecto de Dios, que puede no
coincidir con intereses religiosos institucionales e incluso familiares.
El discípulo de Jesús se
abre a un horizonte nuevo, a una familia universal, a una religión de vida y no
de muerte. Las palabras del seguimiento son rupturistas, pero no angustiosas;
son radicales, utópicas si queremos, porque van a la raíz de la vida y porque
son las que transformas nuestra vida y nuestro entorno social y religioso.
Jesús quiere que le sigamos para hacer presente el reinado de Dios en este
mundo. Y el Reino de Dios es lo único que puede traer la libertad a quien la
anhela.
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