"Siempre respetaré los derechos de la Iglesia
Católica. Lo mismo sucederá con el Budismo" (Adolf Hitler, 23 de marzo de 1933) Una mentira más.
En realidad, despreciaba a todas las religiones. Pero en el caso del
cristianismo, necesitaba el apoyo del tercio de alemanes que profesaban esa fe,
y en cuanto al Budismo, no quería empañar las relaciones con Japón, su aliado
en lo que sería el Eje. Así como su poder político
se basaba sobre brutales ataques callejeros a judíos y enemigos del Tercer
Reich –la parte material de su política–, la "espiritual" estaba sostenida por una secta ocultista
nacida a principios del siglo XX: LA
ORDEN NEGRA. El cabo austríaco no fue a la primera reunión de la secta, en
Ratisbona, Baviera, 1922, pero en 1928, cinco años antes de ser ungido
Kanciller, ya la presidía.
¿Qué fue LA ORDEN NEGRA? Una mezcolanza
incompresible de retorno a las raíces germánicas, la magia rúnica, la
simbología teutona, con estética oscurantista. Todo lo opuesto a la
racionalidad… Sin embargo, influyó fuerte y directamente en el nuevo y
estremecedor poder que surgía en Alemania: el Partido Nacional Socialista o
Partido Nazi. Con Hitler en sus filas, la mayoría de sus obsecuentes jerarcas
se encolumnó en la esotérica organización, cuyo mayor símbolo era la cruz
esvástica –tomada de una antigua runa– y rápidamente convertida en el símbolo
mayor del nazismo, lo mismo que sus colores de su bandera: rojo y negro… Mientras el partido
empezaba a dominar todo el poder político y económico como una gigantesca
garra, LA ORDEN NEGRA hacía lo mismo
en el campo espiritual. Si los esbirros de Hitler y sus SS apaleaban y mataban
a opositores, la secta –necesitada de objetos materiales que sustentaran su
demencia– robaban "objetos de poder" sin importar a qué
religión despojaban… Hasta de íconos judíos.
Como pescadores de enormes
redes –como caníbales–, muchos de sus soldados se lanzaron a expediciones (disfrazadas
de arqueológicas) para incautar esos objetos sagrados: el Arca de la Alianza (judía), el Santo Grial (cristiano), el Anillo
de los Nibelungos (germano), el tesoro de los Caballeros Templarios (orden
militar cristiana)… Y ya sin límite, como quien arrasa un supermercado de
cultos, lo mismo hicieron con el Corazón del Dragón (leyenda medieval), la
Piedra Negra (Islam), las Lágrimas de Shiva (hinduismo), el Elefante Blanco
(budismo)… De esos saqueos a rituales
sangrientos apenas hubo un paso: LA
NOCHE DE LOS CRISTALES ROTOS –primer ataque masivo contra los comercios
judíos-, LA NOCHE DE LOS CUCHILLOS
LARGOS –purga y matanza de los SS contra los SA: tropas de asalto lideradas
por Ernst Roehm, 1934–, y los habituales apaleos de las hordas de la Juventud
Hitleriana a la luz de las antorchas: cerebros lavados para siempre… Pero
alguien advirtió, más allá de los monstruosos desfiles militares y deportivos
bajo miles de banderas (el nazismo en apogeo y listo para aplastar al resto del
mundo) desde aquel primer día de septiembre 1939 al arrasar Polonia, el trágico
final: Rudolf Hess, secretario y amigo íntimo de Hitler. En el verano de 1940,
mientras las botas alemanas taconeaban sobre las calles de París y cruzaban el
Arco de Triunfo, el piloto Hess tuvo una sombría visión del futuro. No perdió
tiempo. En vuelo solitario desertó, llegó a Escocia, e intentó en vano lograr
la paz entre Alemania e Inglaterra. No fue posible.
El peso de las
circunstancias acabó, aunque lentamente, con LA ORDEN NEGRA. Sus últimos miembros huyeron rumbo a Denia, un
pequeño puerto de la costa mediterránea española, y lograron la protección del
tirano Francisco Franco, deudor de Hitler: aviones nazis y sus bombas fueron
decisivos la victoria contra la República en la Guerra Civil. Poco o nada se
sabe del resto se supone que algunos se refugiaron en Rosario, y otros en
Manaos. No es descabellado: la Argentina y Brasil, para los criminales nazis,
siempre fueron "friendly". Volviendo atrás… Nazismo y
ocultismo fueron casi una vía única. Heinrich Himmler, Richard Darré, el mismo
Rudolf Hess, y Alfred Rosenberg, siniestro arquitecto de La Solución Final (el
Holocausto), lo mismo que el führer, se rendían ante la astrología, la
mitología, la mística medieval, el espiritismo, el mesmerismo-magnetismo… Durante
la Julfest, fiesta pagana con que las sectas ocultistas intentaron matar al
Cristianismo: los farolitos del árbol de Navidad fueron reemplazados por
pequeñas cruces gamadas, Cristo por Sol Invictus, y Odín, principal dios de la
mitología nórdica…, imitaba a Santa Claus.
En esas ocasiones, el
führer danzaba durante el rito de adoración del fuego. Y como ominoso preludio,
uno de sus acólitos llegó a predecir que "para
destruir al Cristianismo, que ha envenenado el espíritu alemán, y sustituirlo
por los dioses germánicos, harán falta terribles combates. De los setenta
millones de alemanes, sólo quedarán siete. Pero ellos serán los amos del
mundo". Otros movimientos confluían en el camino de la Orden Negra: un
alcalde de Hamburgo llegó a decir: "Nos
comunicamos directamente con Dios a través de Hitler". Quien, en pocos
meses, envió a más de mil sacerdotes a los primeros campos de exterminio. No sorprende: una de las
marchas de las juventudes hitlerianas marchaba al son de "No seguimos a Cristo sino a Hort Wessel (activista nazi).
Acabemos con el incienso y el agua bendita. Lograremos que la Iglesia cuelgue
en la horca. La esvástica traerá la salvación a la Tierra".
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