Comentario Bíblico
Del Evangelio de Lucas (17,5-10)
La primera lectura está
tomada del profeta Habacuc (1,2-3; 2, 2-4). Es una lectura reconstruida sobre
el texto del profeta en la que aparece primeramente una lamentación, una queja
por la opresión y la violación del derecho en Judá. Pero es un profeta que no
habla al pueblo, sino que habla con Dios; le pregunta, le interpela ante lo que
ven sus ojos. Así es todo el libro. ¿Hay respuestas para el hombre de Dios que
quiere defender los valores radicales de la vida? La respuesta de Dios, según
la experiencia teológica y espiritual del profeta, el hombre de Dios, es que,
quien sepa mantenerse fiel en medio de la injusticia y la violación de los
derechos, vivirá.
La promesa de vida es la
síntesis más completa de toda la predicación del profeta. Es una promesa a
Israel, pero es una promesa que incumbe a todos los cristianos: el mal nunca se
apoderará de la historia definitivamente. La segunda lectura de este domingo es
el comienzo de la 2ª carta a Timoteo 1,6-14, en la que se ponen de manifiesto
los elementos pastorales del que, según la tradición, ha recibido el encargo de
Pablo para dirigir una comunidad cristiana. Se habla del don de Dios que ha
recibido, y que nos es un don para temer, sino para luchar con fuerza y energía
por los valores del evangelio frente a este mundo.
Defender los valores
éticos en nombre del Señor Jesús debe ser una tarea decisiva para quien es
responsable de una comunidad cristiana. Existe un “depósito de la fe”. Ese depósito,
no obstante, no es una doctrina extraña al Evangelio; es el Evangelio de
Jesucristo liberador. Es eso lo que hay que defender con energía frente a otros
evangelios mundanos que no liberan.
El evangelio de Lucas es
un conjunto literario con dos partes: 1) el diálogo sobre la petición de los
apóstoles para que aumente la fe de los mismos y la comparación con un pequeño
grano de mostaza; 2) la parábola del siervo inútil. Lo primero que debemos
considerar en este aspecto es que la fe no es una experiencia que se pueda
medir en cantidad, en todo caso en calidad. La fe es el misterio por el que nos
fiamos de Dios como Padre, ahí está la calidad de la fe; ponemos nuestra vida
en sus manos sencillamente porque su palabra, revelada en Jesús y en su evangelio,
llena el corazón.
Por eso, la fe se la
compara aquí con un grano de mostaza, pequeño, muy pequeño, porque en esa
pequeñez hay mucha calidad en la que puede encerrarse, sin duda, el fiarse
verdaderamente de Dios. Puede que objetivamente no se presenten razones
evidentes para ello. No es que la fe sea ilógica, o simplemente ciega, es una
opción inquebrantable de confianza. Es como el que ama, que no puede explicarse
muchas veces por qué se ama a alguien. Por tanto, existe una razón secreta que
nos impulsa a amar, como a creer. La fe que mueve montañas debe cambiar muchas
cosas.
¿Qué sentido puede tener?
Un sicómoro no puede crecer en el mar. En realidad es un símbolo de Israel y
este no es un pueblo del mar; no hay tradición de ello. La frondosidad que tiene,
como la de la higuera que protege con su sombra, es como un reto: son árboles
de secano, de estío, protectores… pero no pueden estar en el mar, se pudrirían.
Es un imposible, como un “imposible” es el misterio de la fe, de la confianza
en Dios.
La parábola conocida como
del “siervo inútil” no es una narración absurda. No es propiamente la parábola
del siervo inútil, porque no es ese su sentido, sino del que acepta simplemente
en su vida que es un siervo y no pretende otra cosa. El amo que llega cansado
del trabajo es servido por su criado; el criado tiene la conciencia de haber
cumplido su oficio; esas eran las reglas de contratación social.
¿Qué sentido puede tener
esto en el planteamiento de la fe y la recompensa? No podemos aplicar aquí la
lógica reivindicativamente social de que el patrón y el siervo no pueden
relacionarse tal como se propone en esta lectura. El juicio moral sobre la
servitud o la misma esclavitud de aquellos tiempos, está demás a la hora de la
interpretación. Jesús quería partir de esta experiencia cotidiana para mostrar
al final algo inusual: por ello, la vida cristiana no se puede plantear con
afán de recompensa; no podemos servir a Dios y seguir a Jesús por lo que
podamos conseguir, sino que debemos hacernos un planteamiento de gracia.
El buen discípulo se fía
de Jesús y de su Dios. Cuando se da esa razón secreta para seguir a Jesús, no
se vive pendiente de recompensas; se hace lo que se debe hacer y entonces se es
feliz en ello. Existe, sin duda, la secreta esperanza e incluso la promesa de
que Dios nos sentará a su mesa (símbolo de compartir sus dones), pero sin que
tengamos que presentar méritos; sin que sea un salario que se nos paga, sino por
pura gracia, por puro amor.