Comentario Bíblico
Evangelio: Lucas (20,27-38)
Desde la fiesta de Todos los Santos, la liturgia del
año comienza a introducirnos en los temas llamados escatológicos, los que se
preocupan de las últimas cosas de la vida y de la fe, del futuro personal y de
esta historia. Y hay que poner de manifiesto que sobre esas ultimidades es
necesario preguntarse, y debemos relacionarnos con ellas como planteamiento base
de la existencia cristiana: ¿Qué nos espera? ¿En quién está nuestro futuro?
¿Será posible la felicidad que aquí ha sido imposible? La liturgia de hoy
quiere ofrecernos respuesta, más bien aproximaciones, de lo que fue uno de los
descubrimientos más grandes de la fe de Israel y de los mismos planteamientos
personales de Jesús, el Señor.
En el libro de los Macabeos nos cuenta la historia del
martirio de una familia piadosa judía del s. II a. Cristo que no consintió en
renunciar a sus tradiciones religiosas de comer algo impuro y someterse a la mentalidad
pagana de los griegos. Es una de las epopeyas religiosas en que se descubre
que, cuando se da la vida por algo, siempre se hace porque se considera que la
vida aquí en la tierra no lo es todo, que debe haber otra vida. Esta creencia
le costó mucho descubrirla al pueblo de Dios. Durante mucho tiempo se creía en
Dios, pero no fue fácil dar un paso hacia la afirmación de que ese Dios nos ha
creado para la vida y no para la muerte.
En 2ª
Tesalonicenses (2,15 -3,5) nos ofrece un texto de consolación. El autor, en
este caso puede ser un discípulo de Pablo, más que Pablo mismo, habla de un
consuelo eterno y una esperanza espléndida. Sin duda que se refiere a lo que se
trata en la carta: el final de los tiempos y la suerte de los que han muerto.
La Palabra del Señor trae a los hombres esa esperanza, esa posibilidad, esa
opción que hay que hacer frente a ella.
Porque en este mundo, en lo más radical de nosotros
mismos, debemos elegir entre la nada o esa esperanza que Dios nos ofrece. El
autor se apoya precisamente en que Dios es fiel y nunca falta a sus promesas;
si Él ha prometido la vida, debemos vivir con esa esperanza espléndida.
En Lucas (20,27-38) es donde encontramos una de las
páginas magistrales de lo que Jesús pensaba sobre esas ultimidades de la vida.
Jesús, como persona, como ser humano, se pregunta, y le preguntaban, enseñaba y
respondía a las trampas que le proponían. La ridiculez de la trampa saducea
para ver de quién será esposa la mujer de los siete hermanos no hará dudar a
Jesús.
En este caso son los saduceos, el partido de la clase
dirigente de Israel, que se caracterizaba, entre otras cosas, por una negación
de la vida después de la muerte, los que pretenden ponerle en ridículo. En ese
sentido, los fariseos eran mucho más coherentes con la fe en el Dios de la Alianza.
Es verdad que la concepción de los fariseos era demasiado prosaica y pensaban
que la vida después de la muerte sería como la de ahora; de ello se burlaban
los saduceos que solamente creían en esta vida.
En todo caso, su pensamiento escatológico podría
ceñirse a la supervivencia del pueblo de Dios en este mundo, en definitiva… un
mundo sin fin, sin consumación. Y, por lo mismo, donde el sufrimiento, la
muerte y la infelicidad, nunca serían vencidas. Sabemos que Lucas ha seguido
aquí el texto de Marcos, como lo hizo también Mateo.
Jesús es más personal y comprometido que los fariseos
y se enfrenta con los materialistas saduceos; lo que tiene que decir lo afirma
rotundamente, recurre a las tradiciones de su pueblo, a los padres: Abrahán,
Isaac y Jacob. Pero es justamente su concepción de Dios como Padre, como
bondad, como misericordia, lo que le llevaba a enseñar que nuestra vida no
termina con la muerte. Un Dios que simplemente nos dejara morir, o que nos
dejara en la insatisfacción de esta vida y de sus males, no sería un Dios
verdadero. Y es que la cuestión de la otra vida, en el mensaje de Jesús, tiene
que ver mucho con la concepción de quién es Dios y quiénes somos nosotros.
Jesús tiene un argumento que es inteligente y
respetuoso a la vez: no tendría sentido que los padres hubieran puesto se fe en
un Dios que no da vida para siempre. El Dios que se reveló en la zarza ardiendo
de Sinaí a Moisés es un Dios de una vez, porque es liberador; es liberador del
pueblo de la esclavitud y es liberador de la esclavitud que produce la muerte.
De ahí que Jesús proclame con fuerza que Dios es un Dios de vivos, no de
muertos.
Para Él “todos están vivos”, dice Jesús afirmando algo
(según Lucas lo entiende) que debe ser el testimonio más profundo de su
pensamiento escatológico, de lo que le ha preocupado al ser humano desde que
tiene uso de razón: hemos sido creados para la vida y no para la muerte. Es
verdad que sobre la otra vida, sobre la resurrección, debemos aprender muchas
cosas y, sobre todo, debemos “repensar” con radicalidad este gran misterio de
la vida cristiana.
No podemos hacer afirmaciones y proclamar tópicos como
si nada hubiera cambiado en la teología y en la cultura actual. Jesús, en su
enfrentamiento con los saduceos, no solamente se permite desmontarles su
ideología cerrada y tradicional, materialista y “atea” en cierta forma. También
corrige la mentalidad de los fariseos que pensaban que en la otra vida todo
debía ser como en ésta o algo parecido. Debemos estar abiertos a no especular
con que la resurrección tiene que ocurrir al final de los tiempos y a que se
junten las cenizas de millones y millones de seres.
Debemos estar abiertos a creer en la resurrección como
un don de Dios, como un regalo, como el final de su obra creadora en nosotros, no
después de toda una eternidad, de años sin sentido, sino en el mismo momento de
la muerte. Y debemos estar abiertos a “repensar”, como Jesús nos enseña en este
episodio, que nuestra vida debe ser muy distinta a ésta que tanto nos seduce,
aunque seamos las mismas personas, nosotros mismos, los que hemos de ser
resucitados y no otros.
Debemos, a su vez, “repensar” cómo debemos
relacionarnos con nuestros seres queridos que ya no están con nosotros y hacer
del cristianismo una religión coherente con la posibilidad de una vida después
de la muerte. Y esto, desde luego, no habrá teoría científica que lo pueda
explicar.
Será la fe, precisamente la fe, lo que le faltaba a
los saduceos, el gran reto a nuestra cultura y a nuestra mentalidad
deshumanizada. No seremos, de verdad, lo que debemos de ser hasta que no
sepamos pasar por la muerte como el verdadero nacimiento. Si negamos la
resurrección, negamos a nuestro Dios, al Dios de Jesús que es un Dios de vivos
y que da la vida verdadera en la verdadera muerte.