El siglo 19 es un momento de cambio para la humanidad.
Después del impacto de la revolución francesa, el individuo y sus derechos
empezaron a ponerse por encima de la necesidad de tener como referencia
permanente a Dios. El crecimiento del respeto por la persona (un objetivo
digno, en sí mismo) trajo lamentablemente aparejada una tendencia hacia el
materialismo, el individualismo y toda forma de mejora de la calidad de vida de
las personas. Esto hizo crecer el deseo de gozar en esta vida, y olvidar o
relegar los sueños de alcanzar la verdadera felicidad en el Reino de Dios.
Francia es un país elegido por la Virgen, ya que allí se han desarrollado
muchas de las manifestaciones más trascendentes: La MEDALLA MILAGROSA, LOURDES
y LA SALETTE. Y esta trilogía ha ocurrido en una sucesión de pocas décadas a
partir de lo ocurrido en la Rue de Bac.
Fueron muchas las confidencias que Sor Catalina,
humilde religiosa vicentina, recibió de los labios de María Santísima, pero
jamás podremos conocerlas todas, porque respecto a algunas de ellas le fue
impuesto el más absoluto secreto. Pero si sabemos que le confió una misión
especial, esta fue el domingo 18 de julio de 1830:
“DIOS QUIERE CONFIARTE UNA MISIÓN. TE COSTARA TRABAJO,
PERO LO VENCERÁS PENSANDO QUE LO HACES PARA LA GLORIA DE DIOS. TU CONOCERÁS
CUAN BUENO ES DIOS. TENDRÁS QUE SUFRIR HASTA QUE LO DIGAS A TU DIRECTOR. NO TE
FALTARÁN CONTRADICCIONES, MÁS TE ASISTIRÁ LA GRACIA, NO TEMAS. HÁBLALE A TU
DIRECTOR CON CONFIANZA Y SENCILLEZ, TEN CONFIANZA, NO TEMAS. VERÁS CIERTAS
COSAS, DÍSELAS. RECIBIRÁS INSPIRACIONES EN LA ORACIÓN”.
La tarde del 27 de noviembre de 1830, estaba Sor
Catalina haciendo su meditación en la capilla cuando le pareció oír el roce de
un traje de seda, le hizo recordar la manifestación anterior. Aparece así por
segunda vez la Virgen, vestida de blanco con mangas largas y túnica cerrada
hasta el cuello. Cubría su cabeza un velo blanco que sin ocultar su figura caía
por ambos lados hasta los pies. Cuando Catalina quiso describir su rostro solo
acertó a decir que era la Virgen en su mayor belleza. Sus pies posaban sobre un
globo blanco, del que únicamente se veía la parte superior, y aplastaban una
serpiente verde con pintas amarillas. Sus manos elevadas a la altura del
corazón sostenían otro globo pequeño de oro, coronado por una Cruz. La Virgen
mantenía una actitud suplicante, como ofreciendo el globo. A veces miraba al
Cielo y a veces a la tierra.
De pronto sus dedos se llenaron de anillos adornados
con piedras preciosas que brillaban y derramaban su luz en todas direcciones,
circundándola en este momento de tal claridad, que no era posible verla. María
tenía tres anillos en cada dedo: el más grueso junto a la mano, uno de tamaño
mediano en el medio, y uno más pequeño en la extremidad. De las piedras
preciosas de los anillos salían rayos, que se alargaban hacia abajo y llenaban
toda la parte baja. Catalina observó que algunos anillos tenían piedras
preciosas que lanzaban luces más fuertes, mientras otros apenas emitían luz.
Mientras Sor Catalina contemplaba a la Virgen, ella la miró y dijo a su
corazón:
“ESTE GLOBO QUE VES A MIS PIES, REPRESENTA AL MUNDO
ENTERO, ESPECIALMENTE FRANCIA Y A CADA ALMA EN PARTICULAR. ESTOS RAYOS
SIMBOLIZAN LAS GRACIAS QUE YO DERRAMO SOBRE LOS QUE LAS PIDEN. LAS PERLAS QUE
NO EMITEN RAYOS SON LAS GRACIAS DE LAS ALMAS QUE NO PIDEN”.
En este momento se apareció una forma ovalada en torno
a la Virgen y en el borde interior apareció escrita la siguiente invocación: "María
sin pecado concebida, ruega por nosotros, que acudimos a ti". Estas
palabras formaban un semicírculo que comenzaba a la altura de la mano derecha,
pasaba por encima de la cabeza de la Santísima Virgen, terminando a la altura
de la mano izquierda. Sor Catalina, oyó de nuevo la voz en su interior:
"HAZ QUE SE ACUÑE UNA MEDALLA SEGÚN ESTE MODELO.
TODOS CUANTOS LA LLEVEN PUESTA RECIBIRÁN GRANDES GRACIAS. LAS GRACIAS SERÁN MÁS
ABUNDANTES PARA LOS QUE LA LLEVEN CON CONFIANZA".
La manifestación, entonces, dio media vuelta y quedo formado
en el mismo lugar el reverso de la medalla. En él aparecía una M, sobre la cual
había una Cruz descansando sobre una barra, la cual atravesaba la letra hasta
un tercio de su altura, y debajo los Corazones de Jesús y de María, de los
cuales el primero estaba circundado de una corona de espinas, y el segundo
traspasado por una espada. En torno había doce estrellas. En el anverso de la
Medalla, la M de María sostiene la Cruz de Cristo, mientras que el Sagrado
Corazón de Jesús está junto al Inmaculado Corazón de María. Se empieza con esta
imagen a plantear el quinto dogma de Fe Mariana: María como Corredentora,
Abogada y Medianera. María, inseparable de Jesús, nos muestra que Ella sufrió
místicamente lo que Su Hijo sufrió física y místicamente también.
Catalina vivió el crecimiento de la difusión de la
Medalla, sabiendo que todo el mundo se preguntaba quién sería la Religiosa que
tuvo la gracia de ver a la misma Madre de Dios. Se sabía que una novicia en la
Rue de Bac había recibido la visita de María y el pedido de la Medalla, pero
nadie conocía la identidad de la agraciada. Ella escuchaba atenta los relatos
sobre los milagros que acontecían, y en silencio se regocijaba por saber que
María realizaba finalmente la obra que a ella había sido encomendada.
El 31 de diciembre de 1876 Catalina a la Casa del
Padre, en medio de una paz y serenidad que produjeron admiración de sus hermanas.
Ella por fin pudo entrar al Reino de Dios, como su Madre Celestial le había
prometido. 56 años después de la muerte de Catalina, el Cardenal Verdier hizo
abrir su tumba para hacer lo que se llama "un reconocimiento de las
reliquias" de la que iban a beatificar, se encontró su cuerpo tal como
se lo había depositado. El doctor que levantó sus párpados, tras 56 años de
entierro, sintió una intensa emoción al descubrir sus magníficos ojos azules,
que parecían estar aún con vida. El cuerpo de Catalina fue trasladado entonces
a la calle de Bac, donde se lo puede ver, hoy en día, en una urna de vidrio.
Después de la beatificación que se realizó en 1933, Catalina fue canonizada el
27 de Julio de 1947, por Pío XII.