PROGRAMA Nº 1164 | 27.03.2024

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EL ARAMEO LA LENGUA DE JESÚS

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La lengua aramea está atestiguada por un período de casi 3.000 años y en el cual ha experimentado un sinfín de cambios gramaticales, variantes y uso. A grandes rasgos se podría hacer un cuadro generalizado de sus etapas de la siguiente manera: Arameo antiguo (850-612 a. C.), este período se caracteriza por el ascenso de los arameos como una potencia en la historia antigua del Medio Oriente, en la adopción de su lengua como lengua internacional de la diplomacia en las últimas fases del Imperio neo-asirio y la dispersión de los pueblos de habla aramea desde Egipto hasta la Baja Mesopotamia como resultado de las deportaciones asirias.

Arameo Imperial (600-200 a. C.),durante este período el arameo se expande más allá de las fronteras de su tierra nativa hasta los territorios de los Imperios neo-babilonio y persa, desde el Alto Egipto hasta Asia Menor y hacia el este llega al subcontinente indio. Desafortunadamente sólo una pequeña parte del vasto corpus de documentos administrativos, anales y cartas de esos imperios han sido preservados, debido a que fueron escritos con tinta en materiales perecederos, en contraste con la escritura cuneiforme grabada en tablillas de arcilla. Los mayores hallazgos provienen de Egipto, donde el clima seco ayudó a la preservación de los papiros y el cuero.

Arameo Medio (200 a. C.-250 d. C.),en este período, en el que dos potencias van a marcar la diferencia, Grecia y Roma, el griego reemplaza al arameo como lengua administrativa del Medio oriente, en tanto que en varias regiones de habla aramea comienza el proceso de desarrollo de dialectos independientes unos de otros. Se podría subdividir este período en lo que a textos se refiere en dos grandes categorías: epigráfica y canónica.

Arameo Clásico (200-1200 d. C.), el grueso de evidencia del arameo de este período viene de la literatura y de ocasionales inscripciones. En los primeros siglos de esta etapa los dialectos arameos son todavía ampliamente hablados, pero en la segunda mitad de este tiempo, el árabe va a desplazar al arameo como lengua que habla la mayor parte de la población. Aunque los dialectos de este período se dividieron generalmente en dos ramas (oriental y occidental), parece ser que es mejor dividirlos en tres: palestiniense, sirio y babilónico.

¿Pero? ¿Qué lengua o lenguas hablaba Jesús? ¿Hay en los evangelios referencia sobre el tema? Hay que advertir, ante todo, que Palestina ha sido desde antiguo, tierra de paso, y por esto mismo, tierra políglota, un lugar donde siempre se ha hablado más de una lengua. En la época de Jesús, por ejemplo, se hablaban al menos dos lenguas locales: el arameo y el hebreo, lenguas habladas o comprendidas por la mayoría de la población. Se usaban también otras dos lenguas “internacionales”: el griego y el latín, en las que se expresaban aquellas personas vinculadas a ambientes de la administración del imperio romano o de la cultura griega.

La lengua hebrea, lengua en la que fue escrito el Antiguo Testamento, se usaba de ordinario en la liturgia sinagogal del sábado, aunque no todos los participantes la comprendiesen plenamente. En cambio, la lengua aramea era la lengua familiar del pueblo hebreo de Palestina desde hacía varios siglos. Era la lengua común en toda Palestina y más particularmente en el norte del país, por ejemplo, en Nazaret y Cafarnaún, lugares donde Jesús creció y transcurrió la mayor parte de su vida. También se hablaba o era comprendida fuera de Palestina. Respecto a las lenguas griegas y latina, las hablaban las personas de una cierta cultura o los administradores del Estado, según lo prueban las numerosas inscripciones de la época.

La lengua hebrea era familiar a Jesús según resulta del episodio narrado en el evangelio de Lucas (4,16-30). Jesús “entró en día sábado y se levantó para hacer la lectura”. Es sabido que en las sinagogas la lectura de la Biblia se hacía en hebreo y después se precedía a hacer el comentario del texto leído. Así lo hizo Jesús en la sinagoga de Nazaret: la lectura del texto en hebreo y el comentario, muy probablemente, en arameo. Entonces sucedía como en nuestras iglesias antes de la reforma litúrgica: se proclamaba la lectura del evangelio en latín y la homilía en lengua vernácula.

Además de estas deducciones lógicas, derivadas del contexto evangélico y de la lógica de las cosas, hay otros elementos, como palabras y frases de Jesús, que nos permiten reconstruir el ambiente lingüístico de la época. n el Nuevo Testamento, escrito en griego, encontramos de vez en cuando términos semitas no traducidos al griego, que nos hacen entrever el genuino fondo arameo que reinaba en Palestina. Es el caso de los nombres propios, de personas o de lugares, por ejemplo, Bar Yona, o Barrabás, nombres de personas de clara matriz aramea, compuesto por el término bar = hijo, con la adición del nombre del padre. Entre los nombres de lugar hallamos Cafarnaún, que proviene de la forma Kefar Nahum, es decir pueblo de Nahum; o Hacéldama, nombre mencionado en los Hechos de los Apóstoles (1,19), formado de la unión de dos palabras: Haqel demá, campo de sangre.

Asimismo, los nombres de mujer: Marta (Lc10, 38) y Tabita (Hechos 9,36), que significan respectivamente Señora y Gacela, son formas arameas bien conocidas y nombres usados en la época del Señor. El sobrenombre de Pedro: Cefas, corresponde a la forma aramea Kefa, es decir Piedra. Los nombres de Gólgota (Mt 27,33) y Gábata (Jn 19,13), mencionados en el relato de la Pasión, provienen igualmente de dos palabras que significan “(lugar del) Cráneo” y “lugar realzado” respectivamente.

Resulta más interesante señalar algunas palabras que los evangelistas ponen en la boca de Jesús, como, por ejemplo, Effeta, imperativo del verbo abrir; o Talitha, Qumi, que significa, “Niña, levántate” (Mc 5,41); o también Abba, Padre (Mc 14,36; Gal 4,6). La frase aramea más larga que encontramos en los evangelios fue pronunciada por Jesús en la cruz: ¿Eloí?, ¿Eloí lemá sabactaní?, ¿Dios mío, Dios mío? ¿Porqué me has abandonado? (Mt 27,46), que se interpreta como una oración de Jesús pues son las palabras que abren el salmo 22. Fueron dichas en arameo y transcriptas fielmente por los evangelistas en griego. Los evangelistas quisieron conservar y transmitir por escrito esta frase de Jesús, frase que los primeros cristianos, que hablaban el arameo, la conservaban en la memoria.

Aunque esta división aparezca un poco artificial, sin embargo, hay que admitir que existían variantes que no obstaculizaban la comprensión de la lengua, vista la escasa extensión de la región. Jesús hablaba ciertamente el arameo de Galilea, pero sus palabras arameas recordadas por los evangelistas han sido “jerosolimizadas” por la naciente Iglesia y transmitidas, por tanto, según el dialecto hablado en Jerusalén, donde nació la Iglesia. Conviene aclarar que las diferencias entre los dos dialectos eran mínimas. Estas breves consideraciones nos muestran cómo Jesús, hijo de su tiempo y de su tierra, no se desdeñó de hablar la lengua materna, adaptándose a la cultura de su época.

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