El Golem es un ser que fue
modelado en barro y que luego fue animado mágicamente por una palabra secreta
que forma parte del mundo de la Cábala. La leyenda por excelencia acerca del
Golem lo relaciona con el rabino Yehuda Löw ben Becalel, que vivió en Praga a
mediados del siglo XVI. Yehuda Löw era el hombre más sabio de todo el barrio
judío de Praga. Como buen rabino conocía a la perfección el Talmud; pero
dominaba también la Cábala, las Matemáticas y la Astronomía. Según cuenta la
leyenda, poseía además grandes conocimientos mágicos, motivo por el cual el
emperador Rodolfo II le apreciaba mucho.
Un día, tal vez para
probar los límites de su propio poder, el rabino Löw creó un servidor Golem. Lo
moldeó en arcilla con esmero, y, para darle vida, introdujo en su boca un trozo
de pergamino con el nombre secreto de Dios grabado. En ese momento el Golem
abrió los ojos y movió lentamente sus extremidades. El pétreo ser creado por el
rabino tenía una fuerza inigualable, pero no poseía la capacidad de hablar y se
comportaba más como un autómata que como un ser vivo. No comía, bebía ni
dormía, pero realizaba duras tareas sin cansarse y obedecía todas las órdenes
de su creador. Si alguien le hubiese preguntado al rabino Löw si el Golem tenía
alma, tras meditar largo rato, habría respondido inquieto que probablemente no.
Antes de cada Sabbat, día
de descanso obligado para los judíos, el rabino quitaba al Golem el pergamino
de la boca, devolviéndole a su inmovilidad original, estado que no abandonaba
hasta que se realizaba la operación inversa. Pero un día el rabino Löw olvidó
extraer el pergamino de boca del Golem antes de dirigirse a la sinagoga para
oficiar el Sabbat. Cuando ya se disponía a iniciar la ceremonia, aparecieron
varios de sus vecinos, aterrorizados porque el Golem había enfurecido y
destrozaba todo lo que caía en sus manos.
Yehuda Löw corrió a través
de los estrechos callejones de la judería en dirección a su casa. Al llegar
encontró todas sus pertenencias tiradas por el suelo: su mesa de trabajo estaba
partida por la mitad, y las estanterías volcadas; preciosos recipientes de
cristal habían sido rotos en mil pedazos y los antiquísimos libros de su
biblioteca carecían ahora de la mayor parte de sus hojas… El desorden del
interior de la casa resultaba pavoroso, pero lo peor aguardaba al rabino en el
patio de atrás. Sobre la hierba yacían muertos sus queridos animales, todos
asesinados por el Golem, que todavía estaba allí y en aquel momento se disponía
a arrancar uno de los árboles del patio.
El rabino Löw se acercó al
Golem y le miró fijamente a los ojos. La criatura quedó inmóvil, como
hipnotizada por la fuerte mirada del rabino, momento que este aprovechó para
extraer el pergamino mágico de la boca de la criatura. El Golem cayó entonces
al suelo, convertido otra vez en una inerte estatua de arcilla. Nunca más
volvió el rabino a dotar de vida a su obra. Según la leyenda, esta figura de
barro fue guardada en el desván de la sinagoga Viejo-Nueva de Praga. Y allí
sigue todavía.
Al parecer, la atribución
a Yehuda Löw de la creación de un Golem se produjo en el siglo XVIII a partir
de leyendas similares acerca del mismo tema. Sin embargo, a pesar de ser la
versión más reciente del mito, es la única que ha alcanzado difusión universal,
siendo incluso recreada por Borges en un poema. Su fama probablemente se deba a
la adaptación cinematográfica realizada en 1920 por el expresionista Paul
Wegener (que ya había dedicado otras dos películas al tema); aunque también
pudo contribuir la novela de Gustav Meyrink, El Golem, en cuya trama juega un
papel importante la historia del rabino Löw.