PROGRAMA Nº 1164 | 27.03.2024

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¿MARIOLOGÍA O ESPERANZA DEL PUEBLO QUE SUFRE? (Segunda Parte)

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Por qué la Mujer aparece en medio de los dolores de parto: porque así se denominaban los sufrimientos de los primeros discípulos frente a la muerte de Jesús. En efecto, en la última cena, viendo Él la tristeza en sus rostros, les dijo: “La mujer, cuando va a dar a luz, está triste porque le ha llegado la hora; pero cuando nace la criatura se olvida de los dolores de parto por la alegría de que un niño ha nacido en el mundo. También ustedes están tristes ahora, pero volveré a verlos y se alegrarán con una alegría que nadie les podrá quitar” (Jn 16:21-22). Jesús, pues, compara el dolor que sus discípulos sienten ante su muerte con los de una mujer ante el parto; y la alegría de su resurrección, con la del nacimiento de un niño. Exactamente la imagen que emplea aquí el Apocalipsis.

Así, se clarifica el detalle de las alas de águila dadas a la Mujer para huir al desierto. Porque en el Antiguo Testamento las alas de águila simbolizan la protección y la seguridad que Dios daba a su pueblo para salvarlo en los momentos difíciles. Por ejemplo, cuando lo sacó de la esclavitud de Egipto y lo llevó hasta el monte Sinaí, Dios dijo: “Ya han visto lo que hice con los egipcios, y cómo a ustedes los llevé sobre alas de águila para traerlos hacia mí” (Ex 19:4). Y cuando llegaron a la tierra prometida, luego de sortear innumerables dificultades, Dios les recordó: “Como el águila que vuela sobre sus polluelos, así el Señor extendió sus alas, los tomó y los llevó a cuestas” (Dt 32:11). El libro, pues, quiere decirnos que también ahora Dios sacará a su pueblo de todas las dificultades.

Otro rasgo que se aclara de esta Mujer, y que no se entendía cuando la identificábamos con María, es el de su huida al desierto. Tratándose del pueblo de Dios, todo está más claro. Como en el Antiguo Testamento Dios había llevado a su pueblo al desierto para ponerlo a salvo y protegerlo, tradicionalmente el desierto se convirtió en la imagen del cuidado y la protección de Dios. Por eso ahora la Mujer aparece llevada al desierto, para decirnos que Dios no ha dejado de cuidar a su pueblo. Y se entiende, además, por qué la Mujer aparece alimentada por Dios en el desierto (v.6). Porque así como Dios había alimentado a su pueblo durante cuarenta años con el maná caído del cielo, también ahora su pueblo tiene un nuevo pan que lo fortalece en medio de las dificultades: la eucaristía.

Nos falta, por último, dilucidar quién es, qué simboliza otro personaje de la visión: el gran Dragón Rojo de siete cabezas, siete coronas y diez cuernos, que busca devorar al niño y persigue a la mujer. El color rojo simboliza en la Biblia la muerte, el dolor, la sangre derramada. El “gran” tamaño subraya su vigor. Las siete cabezas demuestran su inteligencia. Y las coronas significan la autoridad que aparenta tener. Los cuernos representan su enorme Fuerza, ya que en el Apocalipsis el cuerno es símbolo de fortaleza. Pero el autor anota a propósito que sus cuernos eran diez. Y para el Apocalipsis el número diez significa algo humano, terrestre. Así Juan quiso decirnos que aunque la fuerza representada en los cuernos de este Dragón parece colosal, en realidad es solo una fuerza humana (diez). En cambio, pinta a Jesús en el capítulo 5 con siete cuernos (5:6), tres menos que el Dragón, porque el número siete simboliza lo divino, lo sobrenatural. Por lo tanto, el autor quiere advertirnos que a veces las apariencias engañan. Y que el poder de Jesucristo es superior al de cualquier otro personaje del mundo, aunque a veces las apariencias nos engañen.

Pero ¿quién es este Dragón Rojo? El texto no lo dice abiertamente. En el versículo 9, el autor nos da una pista, pues le da tres nombres: “la Serpiente antigua, el Diablo, y Satanás” (12:9). Ahora bien, en el Antiguo Testamento ni la Serpiente antigua del paraíso, ni el Diablo, ni Satanás son personajes históricos reales, sino que representan los males que padeció el pueblo de Israel. Por lo tanto, el Dragón Rojo tampoco simboliza a ningún personaje histórico real, ni rey, ni emperador, ni persona alguna que haya perseguido a los cristianos, sino que representa el mal en general, todos los males, el conjunto de las desgracias y padecimientos que el pueblo de Dios sufre a lo largo de su historia.

El libro del Apocalipsis fue escrito en una época de mucho sufrimiento para la Iglesia cristiana. Persecuciones de toda clase, torturas, expulsiones de sus comunidades, rupturas familiares, discriminaciones sociales eran algunos de los muchos suplicios que debían atravesar los recién convertidos, si querían mantenerse fieles a Jesucristo. Y se preguntaban: ¿hasta cuándo aguantaremos? ¿Dios no hará nada para defendernos? ¿Es posible seguir viviendo las enseñanzas de Jesús en una sociedad en la que el amor no vale nada y que privilegia el odio, la violencia y los intereses personales?

Juan les responde con esta maravillosa visión del capítulo 12: la Mujer vestida de sol, de luna y estrellas —es decir, el pueblo de Dios— ha dado a luz al Mesías y salvador Jesucristo. Un gran Dragón Rojo —el mundo del mal— ha intentado devorarlo, matándolo, pero no ha podido, porque Dios ha rescatado a su Mesías y lo ha llevado hasta Él, mediante la resurrección. Por esto ahora el Dragón, al verse fracasado, se ha vuelto contra la Mujer para perseguirla. Pero Dios ya ha dado a la Mujer alas de águila —le aseguró la protección— y la llevó al desierto garantizando su triunfo final. Allí la alimentará con la eucaristía, la fuerza de los cristianos, durante 1.260 días, es decir mientras dure el peligro.

Los lectores del Apocalipsis, torturados y diezmados, se sentían llenos de fuerza y de esperanzas, aun en medio de su dolor, al saberse identificados con esta magnífica Mujer. Pero con el paso de los siglos los cristianos, por su gran devoción a la Virgen, vieron en esta Mujer a María como una manera de homenajearla. Con lo cual se ha empobrecido el mensaje que Juan quería transmitir, ya que María, por estar en el Cielo, no necesita ninguna protección especial de Dios. La nueva interpretación descubierta nos permite recuperar la buena noticia con toda su fuerza: Dios jamás abandonará a la Mujer —la comunidad cristiana— que sufre y padece los dolores de parto de cada día, en la dura tarea de dar luz un mundo mejor.

Ariel Alvarez Valdez
Biblista

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