Lucas en su evangelio no habla de magos: la palabra tenía (y tiene) connotaciones negativas. Habla de ángeles, mensajeros de Dios, y de pastores, que en la comarca vigilaban y guardaban por la noche su rebaño, así lo relata Lucas 2,8-14: “En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el Ángel les dijo: "No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre". Y junto con el Ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!”
Podemos citar algunos ejemplos:
-Salmo 19-2,7
“El cielo proclama la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos; un día transmite al otro este mensaje y las noches se van dando la noticia. Sin hablar, sin pronunciar palabras, sin que se escuche su voz, resuena su eco por toda la tierra y su lenguaje, hasta los confines del mundo. Allí puso una carpa para el sol, y este, igual que un esposo que sale de su alcoba, se alegra como un atleta al recorrer su camino. El sale de un extremo del cielo, su órbita llega hasta el otro extremo, y no hay nada que escape a su calor”
-Carta a los Hebreos 2-5,6
“¿Acaso dijo Dios alguna vez a un ángel: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy? ¿Y de qué ángel dijo: Yo seré un padre para él y él será para mí un hijo? Y al introducir a su Primogénito en el mundo, Dios dice: Que todos los ángeles de Dios lo adoren”. Los ejércitos celestiales son - según los antiguos - las estrellas, ordenadas en gran número en el cielo y trazando sus órbitas, pero también los ángeles que las mueven. Los pastores dieron a conocer lo que les habían dicho de aquel niño (Lc 2,17). Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor. Movido por el Espíritu, Simeón fue al templo. Aunque el misterio de Jesús le desbordara, tuvo conciencia de estar delante del Mesías (2,29-32). Sus padres estaban admirados de lo que se decía de él (2,33; ver 2,19). El salmo 110,3 adquiere un significado especial: “Tú eres príncipe desde tu nacimiento, con esplendor de santidad; yo mismo te engendré como rocío, desde el seno de la aurora”.
Los escribas y los sumos sacerdotes escudriñaron la Biblia y encontraron no menos de cuatrocientos sesenta y seis profecías mesiánicas y más de quinientos cincuenta conclusiones sacadas de las Escrituras. Y hasta le indicaron a Herodes el lugar exacto donde podía encontrar al Salvador, al verdadero Rey de los judíos. Sin embargo, ninguno se puso en movimiento. Los Magos, en cambio, nos dejaron el ejemplo de quien está en actitud de búsqueda ante Dios.
En nuestra vida suelen suceder hechos cargados de sentido que reclaman nuestra atención. Ciertamente, si uno no se pone a investigar, a ver qué quiere decirnos Dios, vive más tranquilo, no se cuestiona, no se hace problemas. Pero no avanza, se mueve en un horizonte estrecho, mezquino, sin dimensiones, y se priva de lo que le ofrece su capacidad para progresar. Los Magos estaban a la espera. Aguardaban. Y cuando apareció algo en su cielo, comprendieron que era el signo. No dudaron. No se dejaron enredar con falsas hipótesis. Iniciaron una larga caminata por el deseo de cumplir la voluntad de Dios, y siguieron adelante pese a todos los sacrificios que tal decisión implicaba. En la vida hay que seguir una estrella. Un ideal. Un proyecto de vida. Un modelo de santidad. Esa es la estrella que brilla para nosotros en nuestro cielo azul. Y hay que seguirla a pesar de todos los sacrificios que impone.
Jesús nos espera al final…