PROGRAMA Nº 1191 | 02.10.2024

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SAN JOSÉ, CABEZA DE LA SAGRADA FAMILIA

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El 15 de agoto de 1989, Juan Pablo II daba a la Iglesia la Exhortación apostólica REDEMPTORIS CUSTOS, sobre la figura y la misión de San José en la vida de Cristo y de la Iglesia. En ella recordaba como «desde los primeros siglos, los Padres de la Iglesia, inspirándose en el Evangelio, han subrayado que San José, al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con mucho empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo Místico, la Iglesia, de la que la Virgen es figura y modelo». Nos alentaba a crecer en devoción al Patrono de la Iglesia universal, tan eficaz para llevar el primer anuncio de Cristo como para volver a llevarlo allí donde está descuidado u olvidado. San José, es la cabeza de la Sagrada Familia, y nos pareció oportuno dedicarle una meditación, aquí en el programa.

Con sobria y densa elocuencia la Escritura lo presenta proclamando la alteza incomparable de su dignidad y misión, sólo inferiores a María. San Ireneo le llamó «esposo destinado, desde lo eterno, a María». Cualquiera en su lugar se hubiera enamorado de Ella. Pero era José quien había de custodiarla intacta y ser padre virginal del Dios hecho hombre, Jesús. Los teólogos tardaron muchos siglos en manifestar la dignidad y el papel excepcional que desempeño en este mundo el humilde carpintero de Nazaret. El pueblo cristiano, en cambio, intuyó desde siempre, con sobrenatural sentido la grandeza del patriarca. Un estudio teológico sobre la Persona y la Misión de María no puede darse por concluido sin una exposición sobre la Persona y la Misión de José, al considerar con palabras de la Escritura que "Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre" (Mt. 1,16). Consta por la Revelación que José es inseparable de María y de Jesús. Si Dios ha unido a "la trinidad de la tierra", la ciencia teológica y la piedad no pueden ni deben separarlos.

El estudio teológico sobre José tiene su fundamento en la Revelación, tal Y como lo muestra la Escritura y la Tradición y ha sido declarado por el Magisterio de la Iglesia. Sobre esa base, la reflexión teológica trata de descubrir todas las virtualidades que encierran las enseñanzas magisteriales y el sentir de la piedad del pueblo cristiano. La dignidad de San José se desprende de su condición de esposo de María y padre virginal y legal de Jesús. De estas relaciones con Jesús y con María se deduce de modo inefable su relación con la Santísima Trinidad como lo expresa el siguiente texto pontificio:

"He aquí el misterio, el secreto de la divina Encarnación, de la Redención, que la Santísima Trinidad revela al hombre. Realmente es imposible subir más alto. Estábamos en el orden de la unión hipostática, de la unión personal de Dios con el hombre. Es en este momento cuando Dios nos invita a considerar al humilde y gran santo; es en este momento cuando Dios pronuncia la palabra que explica todas las relaciones existentes entre San José y todos los grandes profetas y los demás grandes santos, aun aquellos que han desempeñado misiones públicas de gran relieve, como los Apóstoles. No hay honor que supere al de haber recibido la revelación de la unión hipostática del Verbo de Dios... El divino Redentor es la fuente de toda gracia; después de El está María, la dispensadora de los tesoros celestiales. Pero, si alguna cosa hubiese que pudiera despertar en nosotros una confianza todavía mayor, lo sería, en cierta manera, el pensar que José es el único que puede hacerlo todo así con el divino Redentor como con su Madre divina, y eso de tal manera y con tal autoridad que sobrepasa la de un mero administrador o guardián... En consecuencia, nuestra confianza con este Santo debe ser muy grande, puesto que se funda en tan prolongadas, más aún, en tan únicas relaciones con las mismas fuentes de la gracia y de la vida, la Santísima Trinidad" (Pío XI, Homilía, 19-111- 1935).

Como se desprende de este testimonio, San José tiene una dignidad tan alta y es tanta su grandeza que tiene primacía sobre todo otro santo en virtud de las relaciones que sólo a él correspondió mantener con María y, a través de Ella, con Jesús. José recibió de Dios la gracia necesaria para ser digno esposo de María y digno padre de Jesús. Su misión fue única e irrepetible en la historia de la salvación. A tanta gracia y a tan alta misión correspondió de modo admirable que la misma Escritura lo llama hombre justo (Mt. 1, 19). La eximia santidad de San José y el carácter especial del culto que la Iglesia le rinde, ha movido a los teólogos a aplicarle a su culto el título de suma dulía, que expresa su inferioridad frente al culto a María de hiperdulía y, su superioridad respecto al de los santos, de simple dulía.

José habla poco pero vive intensamente, no sustrayéndose a ninguna responsabilidad que la voluntad del Señor le impone. Nos ofrece ejemplo atrayente de disponibilidad a las llamadas divinas, de calma ante todos los acontecimientos, de confianza plena, derivada de una vida de sobrehumana fe y caridad y del gran medio de la oración. José ha sido, en lo humano, maestro de Jesús; le ha tratado diariamente, con cariño delicado, y ha cuidado de El con abnegación alegre. Eso nos enseña la vida de San José: sencilla, normal y ordinaria, hecha de años de trabajo siempre igual, de días humanamente monótonos, que se suceden los unos a los otros.

La expresión cotidiana de amor en la vida de la Familia de Nazaret es el trabajo. El texto evangélico precisa el tipo de trabajo con el que José trataba de asegurar el mantenimiento de la Familia: el de carpintero... La obediencia de Jesús en la casa de Nazaret, es entendida también como participación en el trabajo de José. El que era llamado el hijo del carpintero había aprendido el trabajo de su padre putativo. El trabajo humano y, en particular el trabajo manual tienen en el Evangelio un significado especial... José acerco el trabajo humano al misterio de la redención.

Una antigua oración, que se remonta al siglo XVII, dedicada a San José reza así: «Dios te salve, José, lleno de gracia del Espíritu Santo, el Señor es contigo, bendito eres entre todos los hombres, como tu Esposa bendita entre las mujeres. Porque Jesús, fruto bendito del vientre virginal de Nuestra Señora la Virgen María, fue tenido por tu Hijo. Ruega por nosotros, Virgen y Padre de Cristo, para que el que en esta vida quiso ser súbdito tuyo, por tus merecimientos nos sea propicio ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén»

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