El mes de octubre comienza
siempre en el mismo día de la semana que el mes de enero; abril que julio;
diciembre el mismo día que septiembre: febrero, marzo y noviembre también en el
mismo día. Estas reglas sólo las rompe el excéntrico año bisiesto. El bisiesto,
con mala estrella desde el principio, nació cuando Sosígenes, el astrónomo y
matemático de Alejandría se dio cuenta de que cojeaba el calendario que había
calculado para Julio César y le añadió un día entre el 23 y el 24 de febrero,
cada 12 años. El remiendo se llamó bis-sexto-
kalendae, porque repetía el 23 que era el sextus antes de las kalendas o
primer día de marzo.
Sosígenes siguió haciendo
cuentas entre pecho y espalda y descubrió que todavía algo fallaba. Como dice
Plinio el historiador romano: «el Sol
había dado una vuelta antes de que el año se completara en el calendario».
Entonces se fijó el año bisiesto cada cuatro años. Los supersticiosos romanos
que le sacaban punta hasta a un estornudo y celebraban 157 días de fiestas para
honrar a sus dioses, inmediatamente condenaron el bisiesto de 366 días, per secula seculorum, por caer en
febrero.
Único mes con 28 días
cuando antes era de 29 o 31 porque consideraban funesto el número par. Además
era el mes de las fiestas lupercales en que los sacerdotes flagelaban las
espaldas de las mujeres con correas llamadas “februmm”, para purificarlas y ofrecían sacrificios para aplacar la
ira de Plutón, dios de los infiernos. Julio César, el dictador que cruzaba los
ríos a nado y dictaba 7 cartas legibles al mismo tiempo conquistó medio mundo
para Roma, cambió el tiempo y antes de morir asesinado por su hijo adoptivo
Bruto, que lo apuñaleó en el Senado, ordenó por decreto que los mal nacidos en
el día bis sexto, que no cumplían años sino cada cuatro, lo celebraran un día
después.
Los asirios tenían un año
lunar de 354 días, 11 menos que nuestro año solar, el mismo que usan los
mahometamos todavía. Los egipcios tenían 12 meses de 30 días y llegaron a
añadir al final de cada año cinco días de festival en los que era de mal agüero
trabajar. El calendario Juliano funcionó hasta 1582 cuando el Papa Gregorio
XIII, viendo que el equinoccio de primavera estaba empezando en verano, ordenó
que el 5 de octubre de este año se convirtiera en 15 y dejó el problema en las
sabias manos de su bibliotecario Lilius, quien sugirió que todos los años
divisibles por cuatro fueran bisiestos, menos los terminados en dos ceros, no
divisibles por 400. De modo que el 1600 fue bisiesto como lo fue el 2000.
Para medir el tiempo los
astrólogos se basan en el año y en el día en los 365 días que la Tierra tarda
dándole la vuelta al Sol y en las 24 horas que le lleva a la Tierra girar sobre
sí misma. El descuadre está en que la Tierra da la vuelta alrededor del Sol en
365 días y 6 horas. Esas 6 horas que el calendario no logra masticar pueden ser
la causa del legendario dolor de muelas que atacaba a Gregario XIII, hasta el
punto de que El Vaticano estremecido esperaba lo peor. Pero un fraile español,
con más conocimientos en hierbas que en teología, lo curó con enjuagues de una
planta americana y Gregorio pudo imponer su calendario.
Así, 1584, año
relativamente tranquilo, fue su primer bisiesto, con 16 siglos de mala prensa a
sus espaldas porque los católicos heredaron el calendario pagano con mitos,
creencias y supersticiones. Así también (por ejemplo) el viernes era de mala
suerte porque ese día Caín mató a su hermano Abel, murieron Moisés y David, San
Juan Bautista perdió la cabeza, Herodes ordenó asesinar a los inocentes y
Cristo expiró en la Cruz.
Sigamos los pasos de los
bisiestos para comprobar si las guerras, terremotos, desastres, destinos
fallidos y muertes violentas son culpa suya. En 1588 fue vencida la Armada
Invencible enviada por Felipe II, para invadir Inglaterra y 1600 fue cruel con
Giordano Bruno, filósofo que se atrevió a contradecir a Aristóteles y a los
Escolásticos y acabó en la hoguera por hereje. El siglo XVII vio morir en 1616
a los dos genios literarios de Inglaterra y España: William Shakespeare y
Miguel de Cervantes abrumado por la miseria.
1644 acabó con la dinastía
Ming en la China y en 1666 hubo un gran incendio en Londres; pero los cocos del
siglo fueron la plaga de Londres que mató 75.000 personas y la guerra de los 30
años que empezó en 1618, eliminando la mitad de la población alemana, y no
cayeron en bisiesto. En el siglo XIX, en 1812 Napoleón estuvo de malas porque
perdió 600.000 hombres en la invasión a Rusia y en Caracas un terremoto mató a
10.000 venezolanos. 1848 estremeció a la burguesía porque hubo revoluciones en
Italia, Francia, Austria, Alemania y levantamientos en España. 1856 fue muy
ambiguo para Gustave Flaubert porque publicó » Madame Bovary» pero fue
enjuiciado por inmoral. Las prostitutas londinenses tuvieron un 1888 de
pesadilla cuando “Jack el Destripador”
se tomó las oscuras callejuelas de la capital del recatado imperio de la Reina
Victoria.
En el siglo XX, el año de
1924 fue portal para Lenin y generoso con Stalin quien comenzó su dictadura. En
1932 desapareció y murió asesinado el hijo de Lindberhg, pero en 1936 su
secuestrador murió electrocutado. En 1940, Trotsky fue asesinado en México. En
1952 cayó el rey Farouk en Egipto, y 1958 fue el año de la revuelta estudiantil
en París, que terminó tumbando a De Gaulle al año siguiente. 1972 fue un año
especialmente trágico. Comenzó con el escándalo de Watergate, luego 11 atletas
israelíes fueron asesinados por terroristas árabes en los Juegos Olímpicos de
Munich, asesinaron a Martin Luther King y a Robert Kennedy.
Cayeron los presidentes
Belaúnde, Sukarno, Arnulfo Arias, Joao Goulart de Perú, Indonesia, Panamá y
Brasil respectivamente. Jrushov fue derrocado en la Unión Soviética. En 1976
murieron Chou En Lau y Mao y el peor terremoto del siglo se registró en China
con 665.000 muertos, pero ninguna de las dos guerras mundiales empezó
curiosamente en un año bisiesto.