PROGRAMA Nº 1202 | 18.12.2024

Primera Hora Segunda Hora

LA HISTORIA DE LAS MUJERES DIACONISAS

0
Debido al contexto sociológico de la época, la Iglesia primitiva no pudo, de forma inmediata, extraer las consecuencias que se derivaban del nuevo y revolucionario concepto de sacerdocio propuesto por Cristo. Pablo sabía que el bautismo de Cristo había suprimido en principio la distinción entre libres y esclavos (Gálatas 3, 38) y dedujo, como lógica conclusión, que los esclavos debían ser liberados (1 Corintios 7, 21-23). Sin embargo, el sistema social de la época, le llevó a aceptar la esclavitud como un mal necesario. De la misma forma, las ideas vigentes en su tiempo le imposibilitaron realizar en profundidad la igualdad en Cristo entre hombre y mujer en la que creía firmemente (Gálatas 3, 28). En este contexto, es extraordinariamente significativo que ya en tiempos de Pablo, las mujeres ejercieran funciones de ministerio en la Iglesia.

"Les recomiendo a nuestra hermana Febe, diaconisa de la Iglesia de Cencreas, para que la reciban en el Señor, como corresponde a los santos, ayudándola en todo lo que necesite de ustedes: ella ha protegido a muchos hermanos y también a mí." (Romanos 16, 1-2).

La palabra DIAKONOS aplicada a Febe no tiene realmente el sentido de una función ministerial precisa tal como la tendrá más tarde cuando se referirá a las mujeres. Aquí tiene el sentido de “servidora” habitual en el Nuevo Testamento. (cf. Efesios 6, 22).
En la misma carta a los Romanos 16-1,16, encontramos una variedad de saludos:

[…] Saluden a Priscila y a Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús.

[…] Saluden a María, que tanto ha trabajado por ustedes.

[…] Saluden a Trifena y a Trifosa, que tanto se esfuerzan por el Señor; a la querida Persis, que también ha trabajado mucho por el Señor.

Aquí, Pablo se refería con certeza a tareas apostólicas.

[…] Exhorto a Evodia y a Síntique que se pongan de acuerdo en el Señor. Y a ti, mi fiel compañero, te pido que las ayudes, porque ellas lucharon conmigo en la predicación del Evangelio, junto con Clemente y mis demás colaboradores, cuyos nombres están escritos en el Libro de la Vida. (Filipenses 4,2-3).

"Por el Evangelio" indica, sin duda, una participación en la tarea de la evangelización. Los apóstoles, dedicados sin respiro a la tarea de la evangelización, como corresponde a su ministerio, han llevado consigo mujeres, no como esposas sino como hermanas, para compartir su ministerio hacia las mujeres que viven en sus hogares: por medio de ellas, las enseñanzas del Señor llegan a las estancias de las mujeres sin levantar sospechas.
Así como las mujeres habían acompañado a Cristo en su ministerio (Lucas 8, 1-4), también las mujeres participaron en la construcción de las primeras comunidades cristianas. El profeta, según el Nuevo Testamento, no es simplemente alguien inspirado; él o ella es alguien que realiza una misión en la comunidad. Felipe el evangelista tenía cuatro hijas que "profetizaban" (Hechos 21, 9).

[…] "En consecuencia, el hombre que ora o profetiza con la cabeza cubierta deshonra a su cabeza; y la mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta deshonra a su cabeza, exactamente como si estuviera rapada" (1 Corintios 11, 4-5). La profecía realizada por una mujer, tiene aquí la misma consideración que la realizada por un hombre. La palabra tiene el mismo significado para los dos. El profeta tiene una clara función en la asamblea litúrgica.

En el Nuevo Testamento, la palabra viuda puede designar distintos tipos de personas aunque relacionadas entre sí. Los Hechos de los Apóstoles (6, 1-2; 9, 39) nos informan que "viudas ancianas" eran atendidas por la comunidad. Se trata aquí de una simple cuestión de viudedad en el sentido ordinario del término. Pero ya en la carta a Tito, vemos a estas viudas jugando un papel particular en la comunidad:

[…] "Que las mujeres de edad se comporten como corresponde a personas santas. No deben ser murmuradoras, ni entregarse a la bebida. Que por medio de buenos consejos, enseñen a las jóvenes a amar a su marido y a sus hijos, a ser modestas, castas, mujeres de su casa, buenas y respetuosas con su marido. Así la Palabra de Dios no será objeto de blasfemia" (Tito, 2, 3-4).

En la primera carta a Timoteo encontramos una comparación con la Febe de la carta a los romanos y con las viudas de la carta a Tito:

[…] "Hay viudas que lo son realmente, porque se han quedado solas y tienen puesta su confianza en Dios, consagrando sus días y sus noches a la súplica y a la oración. Pero la que lleva una vida disipada, aunque viva, está muerta. Incúlcales esto para que sean irreprochables: el que no se ocupa de los suyos, sobre todo si conviven con él, ha renegado de su fe y es peor que un infiel. Para estar inscrita en el grupo de las viudas, una mujer debe tener por menos sesenta años y haberse casado una sola vez. Que sus buenas obras den testimonio de ella; tiene que haber educado a sus hijos, ejercitado la hospitalidad, haber lavado los pies a los hermanos, socorrido a los necesitados y practicado el bien en todas sus formas." (1 Timoteo 5, 3-10).

Parece claro que “las mujeres” en cuestión no son las esposas de los diáconos, puesto que su descripción es paralela a la de los mismos. Debemos pues entender que se habla de "DIACONISAS". Esto indica un ministerio que forma parte de los ministerios ordenados. Sin embargo, durante los primeros siglos, continuó la confusión terminológica y práctica. No es hasta el siglo tercero que la Iglesia clarifica la posición de las DIACONISAS con mayor precisión, posiblemente a causa de los problemas que tenía con las viudas poco organizadas. En la Didascalia (siglo tercero) y en las Constituciones Apostólicas (siglo cuarto) se definen los distintos papeles de las viudas y de las diaconisas.

Los Concilios fijaron las condiciones para su ordenación sacramental y se elaboraron los rituales de ordenación. En la Iglesia Bizantina el diaconado femenino se desarrolló durante los siglos octavo y noveno. Muchas mujeres diaconisas santas son veneradas en el calendario de la Iglesia Ortodoxa.

El declive del diaconado femenino ha sido atribuido a dos causas principales:

[…] el miedo a la impureza ritual debido al periodo menstrual femenino;

[…] el descenso de bautismos de adultos. Esto hizo disminuir la necesidad de la ayuda de mujeres diaconisas, tal como se menciona en algunos rituales sirios antiguos.

Siempre ha habido mucha oposición a las mujeres diaconisas en las zonas de la Iglesia de habla latina, como: Italia, norte de África, la Galia y Bretaña. Las principales razones fueron: la influencia del derecho romano, según el cual la mujer no podía ocupar ningún puesto de autoridad. En el transcurso de la edad media, pocas personas conocían lo que el diaconado de las mujeres había significado en la Iglesia primitiva.

Entradas que pueden interesarte

Sin comentarios