Nahama, la hermana del impío Tubal y descendiente de Caín, emerge como una figura intrigante en la más antigua genealogía de los derrotados del Edén. Tubal, el nieto de Caín, transmitió a los hombres el arte de la metalurgia, y Nahama, su hermana, se destaca como una súcubo de características singulares que renueva su encarnación entre los mortales desde hace milenios.
A diferencia de otros seres sobrenaturales, Nahama elige una existencia mundana, adoptando la vida cotidiana de una mujer mortal. Su peculiaridad radica en su necesidad de migrar tras un tiempo en un lugar específico para evitar despertar sospechas sobre su incorruptible juventud y belleza.
Se convierte así en la protagonista reincidente de numerosos relatos de mujeres fantasmales, generalmente forasteras, que encienden amores fulminantes, provocan escándalos y disturbios, solo para huir dejando tras de sí un vago rastro de incertidumbre y preguntas sin respuesta.
El Talmud la posiciona como una de las cuatro madres primordiales de los ángeles caídos, dotándola de una conexión ancestral con fuerzas más allá del entendimiento humano. A pesar de su extensa relación con los hombres mortales, se destaca que la sexualidad humana de Nahama es irremediablemente estéril.
Resulta curioso que su nombre, que significa “la que otorga consuelo”, se asocie con una figura tan enigmática y, a la vez, con la paradoja de la esterilidad en sus interacciones íntimas. Esta dualidad invita a reflexionar sobre su papel como patrocinadora de maniobras de satisfacción personal, tejiendo una red compleja de simbolismos y significados.
Su figura, en su constante ciclo de encarnaciones y migraciones, se convierte en un recordatorio de la fragilidad de la percepción humana ante lo sobrenatural. Su presencia en relatos de mujeres fantasmales resalta su capacidad para desencadenar pasiones y perturbar la tranquilidad de comunidades enteras, dejando tras de sí un misterio palpable.
Recopilación
El PELADO Investiga
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