Al morir Jesús, traicionado por Judas, los Once que quedaban pensaron que el movimiento fundado por el Nazareno había fracasado. Pero un día, mientras los Once estaban rezando junto a algunas mujeres y familiares de Jesús (es decir, los integrantes de la primera reunión), sucedió Pentecostés. O sea, se sintieron invadidos por una fuerza grandiosa y potente, que los llenaba de ímpetu y energía. Y animados por ella, salieron por todas partes a predicar la Buena Noticia. Después de Pentecostés, los Once, al ver crecer la comunidad, y con la intención de organizarse mejor, decidieron restaurar el antiguo grupo de los Doce. Así, en medio de una asamblea de 120 hermanos invocaron al Espíritu Santo y eligieron como nuevo integrante del grupo a Matías. Por lo tanto, primero debió haber ocurrido Pentecostés, y después la reunión de los apóstoles y los 120 para reconstruir el grupo de los Doce.
Más tarde, cuando Lucas escribió el libro de Los Hechos, pensó que si contaba así las cosas sólo aparecerían Once Apóstoles recibiendo el Espíritu Santo. Y para él resultaba inadmisible que en un acontecimiento fundamental como ése no estuvieran presentes los Doce. Por eso decidió tomar la elección de Matías (sucedida después de Pentecostés) y contarla antes, a fin de que el grupo de los Doce ya estuviera completo cuando bajara el Espíritu Santo. La intención de Lucas, pues, en el libro de Los Hechos, no es la de relatar aquel suceso histórico, sino decir a los lectores que la Iglesia toda, simbolizada en el grupo de los Doce, estuvo íntegra y completa el día en que recibió la luz y la fuerza del Espíritu fundador.
Podemos concluir lo siguiente: luego de la muerte y resurrección de Jesús, un pequeño grupo de sus seguidores se mantuvo unido, perseverando firmemente en la oración comunitaria.
Es el grupo que llamamos "de la reunión ordinaria" (de Hechos 1, 13-14), formado por los Once Apóstoles, algunas mujeres que habían venido desde Galilea, y la familia de Jesús, con su madre y sus hermanos. Este grupo fue el que vivió la experiencia que llamamos Pentecostés (contada en Hechos 2, 1-4). Pero el genio teológico de Lucas decidió colocar antes la "reunión extraordinaria" de los Doce con los 120 hermanos (Hechos 1, 15-26). De esta manera, el suceso de Pentecostés quedaba como ocurrido en presencia de los Doce, no es una presencia "histórica" sino una presencia "teológica", es decir, encierra un mensaje religioso.
Lucas quiso decirnos que la Iglesia cristiana, nacida en Pentecostés, es el nuevo pueblo de Dios, heredero y continuador del antiguo pueblo de Israel, y que toda ella goza de la garantía del Espíritu Santo. Por eso vemos en el libro de Los Hechos que, cuando más tarde vuelve a quedar incompleto el grupo de los Doce por la muerte de otros apóstoles, ya no se eligen reemplazantes. Porque el grupo hacía falta completo sólo para Pentecostés, para el inicio de la Iglesia, nada más. Está bien que en los cuadros, imágenes y pinturas de Pentecostés coloquemos a los Doce Apóstoles recibiendo el Espíritu Santo (y no a los Once, como probablemente sucedió), porque lo que importa es que el arte cristiano sea fiel a la teología, al mensaje religioso. Pero si ponemos a los Doce, no debemos olvidar que Lucas también puso, en su libro, a otros 120 hermanos recibiendo el Espíritu Santo ese día.
Y éstos lamentablemente jamás han aparecido en las representaciones artísticas. Si según Lucas en Pentecostés estaban "todos reunidos", ¿cómo ignorar que para él estaban también los 120 hermanos? Si insertamos a los Doce en el escenario pentecostal, ¿cómo dejar afuera a los 120? Éste ha sido un grave error de la tradición iconográfica de la Iglesia. Porque estos 120 hermanos, que aparecen compartiendo junto a los Doce la vivencia de Pentecostés, representan a los miembros de a pie de la comunidad, es decir, a lo que llamamos la "base", el pueblo simple y sencillo. De modo que, así como en Pentecostés la jerarquía estuvo representada por los Doce, la base de la comunidad estuvo representada por los 120 hermanos. El haber excluido a éstos de aquella experiencia ha llevado a muchos a pensar erróneamente que "la Iglesia" es solamente la jerarquía. Para Lucas, el mismo día que nacía la Iglesia ya estaban germinalmente presentes los dos estamentos: la jerarquía y la base de la comunidad.
En Pentecostés, porque estaban "todos" reunidos, el poder del Espíritu Santo invadió con tal fuerza a la comunidad que ésta tuvo valor para lanzarse a predicar el Evangelio, a conquistar el mundo, y hasta a dar la vida por Jesucristo. Hoy vemos con tristeza cómo muchas de nuestras comunidades languidecen, llevando una vida mortecina, apagada, disminuida, con fuerzas apenas para subsistir, en medio de la indiferencia general del mundo que las rodea. ¿Qué ha pasado? ¿Qué les sucede a nuestras comunidades? La respuesta es sencilla: no estamos "todos" reunidos. En muchos lugares la jerarquía y el laicado se ignoran, los grupos y movimientos están enfrentados por rencillas insignificantes, las instituciones y los agentes de pastoral ven apagadas sus fuerzas y consumidas sus energías en peleas por cuestiones triviales, sin importancia. Quizá por eso el Espíritu Santo, presente sin duda en ellas, no puede actuar de manera eficaz. Choca contra la indolencia y la cerrazón de la comunidad.
Para que el Espíritu vuelva a actuar con el ímpetu pentecostal es necesario que estemos otra vez "todos" reunidos, sin divisiones ni discriminaciones, deponiendo las actitudes exclusivistas y autoritarias, abiertos al Espíritu de Cristo, para que Él nos muestre qué debemos hacer. Lucas sólo introdujo el Espíritu de Pentecostés cuando toda la comunidad estuvo reunida, sin que faltara ninguno. Hay que trabajar cuanto antes para lograr esta unión. Así el Espíritu dinamizará otra vez nuestras comunidades. Y podremos salir, como en aquel antiguo Pentecostés, a dar la vida en serio como testigos de Jesucristo.
Equipo de Redacción
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Para EL ALFA Y LA OMEGA