PROGRAMA Nº 1190 | 25.09.2024

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SOBRE LA SANTÍSIMA TRINIDAD (Segunda Parte)

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Desde el principio, los cristianos sintieron la necesidad de una fórmula que expresara lo esencial y asegurara la unidad en la confesión de fe: Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y padre de todos (Efesios 4,5-6). Los resúmenes del anuncio y las confesiones de fe cumplen esa función (Hechos 2,14-39; 1 Corintios 15,1-7). Ahora bien ¿cómo expresamos nosotros lo esencial de la fe? ¿Qué interrogantes tenemos sobre el misterio de Dios? En realidad, nadie conoce bien al hijo sino el padre, ni al padre le conoce bien nadie sino el hijo, y aquel a quien el hijo se lo quiera revelar (Mateo 11,27).

En los primeros tiempos los cristianos consideraban lo esencial de su fe en la confesión de Cristo. La fe en Dios la tienen en común con los judíos. Cuando se trata de anunciar el punto central de la fe cristiana, se proclama la fe en Cristo. Esta confesión central se expresa en fórmulas breves: Jesús es Señor (1 Corintios 12,3), Jesús es el Cristo (1 Juan 2,22), Jesús es el hijo de Dios (1 Juan 4,15). La mayoría de las confesiones de fe del Nuevo Testamento tienen un solo artículo: la confesión en Cristo Jesús.

Junto a la fe en Cristo se enuncia frecuentemente una confesión de Dios que está en relación con la fe judía: El Señor nuestro Dios es solamente uno (Deuteronomio 6,4). Esta fe en Dios, fundamental para el judío, lo es también para Jesús (Mateo 22,37) y para la Iglesia naciente, que repite confiadamente la oración de Jesús: Abba, Padre (Romanos 8,15; Galatas 4,6). Por ello en el Nuevo Testamento aparecen frecuentemente confesiones de fe con dos artículos. Por ejemplo: “…llegue la gracia y la paz, que proceden de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo” (Romanos 1,7).

En la primera carta de San Clemente a los Corintios alrededor del siglo I, encontramos este saludo inicial: "Que la gracia y la paz se multipliquen entre vosotros de parte de Dios omnipotente por mediación de Jesucristo". Y este saludo final: "La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vosotros y con todos los que en todo lugar son, por medio de Él, llamados de Dios". Igualmente, en las cartas de San Ignacio de Antioquía (hacia 107) encontramos saludos semejantes: A la Iglesia de Magnesia "bendecida en la gracia de Dios Padre por Jesucristo, nuestro Salvador". Y también: "Os envío mi adiós en la concordia de Dios, en posesión que estáis de un espíritu inseparable, que es Jesucristo"

A la luz de estas fórmulas binarias se explica que, a mediados del siglo II, el judío Trifón acusara a los cristianos de creer en dos dioses. O que el pagano Celso lanzara una acusación semejante al cristiano Orígenes: "Si ellos, dice Celso, no sirvieran a otro fuera del Dios uno, tendrían quizá frente a los otros una doctrina inatacable. Ahora bien, ellos veneran con la mayor desmesura a éste que sólo hace poco que apareció y creen, no obstante, que no se comete el menor desafuero contra Dios, aunque se venere también a su servidor" (Orígenes, Contra Celso, VIII, 12). En los escritos de Tertuliano (hacia 200) encontramos esta formulación binaria: "Examinemos qué es lo que aprendió esa bienaventurada Iglesia (de Roma), qué es lo que ha enseñado, qué es lo que ha compartido con las iglesias africanas: ella reconoce a un único Dios y Señor, creador del universo, y a Cristo Jesús, Hijo de Dios" (De praescriptione haereticorum, 36).

En el Nuevo Testamento, la fórmula de tres artículos más clara es la que aparece al final del Evangelio de Mateo como mandato del Señor resucitado de bautizar en el nombre del padre y del hijo y del espíritu santo (Mateo 28,19). Pero parece una interpolación posterior (según algunos, del siglo IV). En el Evangelio de Marcos se dice solamente: “El que crea y se bautice, se salvará” (Marcos 16,16). Se suele citar también esta fórmula: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del santo espíritu estén con todos vosotros” (2 Corintios 13,13; ver 1 Corintios 12,4-6; Hechos 19,1-7). Pero el espíritu es un don, la promesa anunciada por Jesús: “Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí”. (Juan 15,26).

Partiendo de las fórmulas ternarias de la fe y de los textos en los que Jesús promete el espíritu, se estructuró una especulación sobre la Trinidad. La palabra tríada aparece por primera vez en Teófilo de Antioquía (hacia 181). La palabra trinidad aparece por primera vez en Tertuliano; ya estamos en el siglo III (hacia 217); el Espíritu es "la tercera persona". Es bien conocida la fórmula helenística que, tras un proceso especulativo extremadamente complejo, en parte contradictorio y, en todo caso, largo y penoso, recibió sus perfiles clásicos de los tres Padres capadocios (Basilio, Gregorio Nacianceno y Gregorio de Nisa) en el siglo IV: Dios es trino en "personas" (hypóstasis, subsistencias, prósopa) y, sin embargo, uno en "naturaleza" (physis, ousía, esencia, sustancia)"

Equipo de Redacción
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