Un segundo problema preocupaba a los cristianos de fines del siglo I: la persecución desatada contra ellos por el Imperio Romano. Aún estaba fresca en su memoria la locura tristemente célebre de Calígula (37-41), y sobre todo de Nerón (54-68), quien unos años antes había perseguido cruelmente a los cristianos en Roma y había hecho morir al apóstol Pablo, a san Pedro y a muchos otros. Ahora, en el momento en que Juan escribe, el delirio imperial ha vuelto a instalarse. Domiciano ha decidido imponer el culto al emperador, y exige que se lo llame “Señor y Dios”. La reacción de los cristianos es inmediata. Su único Dios y Señor es Jesucristo. ¿Cómo podían admitir semejantes pretensiones de Domiciano? Al ver el rechazo de los cristianos, Domiciano desató una nueva y feroz persecución que ahogará en sangre a las comunidades creyentes. Frente a este segundo problema Juan compone la segunda parte de su libro (capítulos 12-20). En ella busca darles ánimo y esperanza, y alentarlos en medio de las durísimas pruebas por las que atravesaban. Ellos se preguntaban cuánto tiempo más duraría este horror, cuándo intervendría Dios en favor de ellos y acabaría con las pretensiones totalitarias del gobierno de Roma. Y él les responde mediante imágenes y visiones.
En el
capítulo 12 una mujer (que representa a la Iglesia) enfrenta a un gran Dragón
(el Imperio Romano) que quiere devorar a sus hijos (los cristianos), y sale
victoriosa. Con lo cual el autor anuncia el triunfo de los creyentes frente a
la persecución que se había desatado. Sigue la visión de las dos Bestias
(capítulo 13). La primera representa, otra vez, al Imperio Romano, pues tiene
siete cabezas (como las siete colinas de Roma) y títulos ofensivos (los títulos
divinos que usaba el emperador). La segunda Bestia (también llamada en 19,20
“el Falso Profeta”) es la encargada de hacer propaganda para que todos adoren a
la primera Bestia; representa, por lo tanto, a la propaganda oficial del
estado, o sea a la religión romana montada por el emperador para seducir y
convencer a los cristianos de que lo veneraran a él como dios; lo cual estaba
logrando en muchas comunidades. En el
capítulo 17 la ciudad de Roma vuelve a aparecer, esta vez presentada con la
figura de una gran Prostituta (capítulo 17). Y a continuación describe su
destrucción, y cómo gritan y se lamentan aquellos que antes amaban, pecaban y
negociaban con esta Prostituta (capítulo 18). El castigo de Roma concluye con
alegres cantos en el cielo, donde se oye resonar el aleluya triunfal (capítulo
19). Una última visión presenta a un Jinete montado en un caballo blanco, que
lucha contra la Bestia y sus aliados y la vence. El Jinete (Cristo), arroja a
la Bestia (el Imperio romano) a un lago de fuego.
Toda la
segunda parte del Apocalipsis, pues, consiste en el anuncio esperanzador del
pronto final de la persecución. Con el lenguaje propio de la apocalíptica, el
autor repite siempre lo mismo mediante diversas imágenes, símbolos y figuras:
Dios reserva un gran castigo contra la ciudad de Roma, contra el emperador que
se creía Dios, y contra sus autoridades y magistrados, mientras que los
cristianos que se mantuvieron fieles hasta el final serán liberados de todo
mal. Una profecía llena de consuelo para los que tenían que perseverar en medio
de tanta violencia y sufrimiento. Después del
fin de la persecución, el Apocalipsis anuncia la llegada de un reino de 1000
años de duración (capítulo 20). Con esto el autor quiere decir que el
cristianismo seguirá existiendo un largo tiempo, expresado simbólicamente en 1.000
años. Y el encarcelamiento de la Serpiente indica que el poder de Satanás, es
decir, del mal, estará a partir de ese momento limitado en su poder pues ya
existe en el mundo el Evangelio de Jesucristo. El libro termina con la
majestuosa visión de los cielos nuevos y tierra nueva, y una nueva ciudad de
Jerusalén que baja desde el cielo. ¿Cuándo aparecerán estos cielos nuevos y
tierra nueva? En realidad para el Apocalipsis también éstos ya han aparecido.
Al acabarse la persecución, el autor anuncia que se inaugurará una nueva era
para toda la humanidad (decir “cielo y tierra” equivale a decir toda la
humanidad), con una nueva ciudad de “Jerusalén” en reemplazo de la anterior. De
ella formarán parte todos los santos de la tierra, es decir, los que procuran
vivir de acuerdo con la Palabra de Dios.
Al poco
tiempo de aparecer el cristianismo, ya estuvo a punto de abortarse. Dos grandes
obstáculos (la ruptura con los judíos, y la persecución romana) le salieron al
cruce, y casi lo ahogaron cuando apenas estaba naciendo. Era lógico, entonces,
que quienes se habían adherido a este nuevo movimiento se preguntaran si tenía
futuro, si valía la pena jugarse la vida por el Evangelio o estaba destinado a
desaparecer como otras tantas corrientes religiosas surgidas y luego
desaparecidas a lo largo de la historia. Ante esta
candente cuestión, en la que los creyentes ponían en juego nada menos que su
vida, Juan escribió su Apocalipsis para decirles que el cristianismo, recientemente
aparecido, no era una corriente religiosa más, sino que estaba destinada a
durar para siempre. Que el judaísmo no impediría su desarrollo y que el Imperio
Romano no lograría eliminarlo. Que los cristianos podían, nomás, confiar
tranquilamente en la nueva Iglesia, porque contaba con la protección de Dios
para siempre. El
Apocalipsis no habla, por lo tanto, del fin del mundo como algunos creen. ¿De
qué les hubiera servido a aquellos cristianos desesperados y perseguidos por
los romanos, los detalles del fin del mundo que supuestamente vendría miles de
años después? ¿Para qué Juan los iba a prevenir de algo que sucedería siglos
más tarde, cuando no sabían si al día siguiente estarían vivos?
Juan, que
era un cristiano preocupado por la situación presente de sus hermanos, les
quiso anunciar una noticia gozosa y esperanzadora para todos ellos: que el
cristianismo saldría triunfante frente a la opresión de los judíos y a la
persecución de los romanos, los dos grandes dramas del momento. Todas las
profecías del Apocalipsis, pues, ya se han cumplido (del mismo modo que ya se
han cumplido las profecías de Isaías, de Jeremías, o de Jesús sobre la
destrucción de Jerusalén). No obstante, el libro sigue teniendo un mensaje para
nosotros los lectores modernos. Porque hoy
también el cristianismo se ve jaqueado por diversas persecuciones, y se ven
tentados de preguntarse: ¿tiene futuro esta fe? ¿No habría que admitir que el
mal, la violencia, el fraude, la corrupción, la mentira, están venciendo y que
debemos pasarnos a sus filas antes de que nos terminen de matar por buscar otro
ideal? ¿Tiene sentido obstinarse en los valores cristianos frente a un mundo
que, como una Bestia feroz, parece devorar a quienes los practican? A todos
ellos el Apocalipsis les contesta que sí. Que del mismo modo que salió
triunfante de las potencias enemigas en sus comienzos, la fe cristiana está
destinada a triunfar también ahora. Que nunca podrán ser derrotados el bien y
la justicia que predica el cristianismo. Y que quienes estén del lado del mal,
no tienen ya futuro. Por eso Juan, en su libro, dejó escrita la esperanza y la
ilusión más grande jamás contada.
Biblista
Ariel
Alvarez Valdez