Dentro del vasto repertorio de mitologías y leyendas de Medio Oriente, emerge una criatura peculiar y vengativa: Zar. Este demonio, tiene la particularidad de poseer únicamente a mujeres casadas. ¿Cuál es su motivo? Un profundo odio hacia los hombres en general, y especialmente hacia aquellos maridos que son negligentes, indiferentes o incapaces de satisfacer las necesidades amorosas de sus esposas. Esta narrativa lo presenta como un espíritu maligno, una subespecie de los Djinn, seres que se han sentido desplazados por los hombres de la gracia divina.
Cuando posee a una mujer, esta comienza a manifestar comportamientos caprichosos y demandantes, exigiendo lujos, atención y gratificación sexual que pocos esposos pueden satisfacer. Es una forma de venganza contra la negligencia masculina, manipulando al hombre a través de las demandas y manías de la mujer poseída. Esta posesión no es simplemente un abuso del destino. Existe un ritual específico para realizar un exorcismo y liberar a la víctima femenina de la influencia de Zar. Este proceso involucra a otras mujeres casadas que conocen a la víctima, así como a una hechicera conocida como Shechah, quien es experta en tratar con estas criaturas sobrenaturales.
El ritual comienza con el diagnóstico, realizado por las mujeres de la comunidad. Una vez identificado el origen diabólico de las demandas, la nigromántica interroga al ser del inframundo en un lenguaje misterioso y antiguo, transmitido de generación en generación entre las hechiceras. Tras una serie de negociaciones y compromisos, Zar acuerda abandonar el cuerpo de la posesa, si su esposo se compromete a mejorar la relación y satisfacer sus necesidades. Luego se lleva a cabo una ceremonia en su honor, donde se realizan rituales, entre ellos el sacrificio de un cordero. La sangre del animal se utiliza para marcar el rostro de la mujer poseída, mientras la comunidad entona cánticos y rituales para exorcizar al demonio.
Este tipo de ceremonias aún, se practican en algunas comunidades, incluso en grandes ciudades como El Cairo, donde cientos de mujeres se reúnen para participar en rituales públicos de liberación. Estos eventos, que a menudo incluyen bailes y expresiones de alegría, revelan la persistencia de antiguas tradiciones y creencias en la sociedad moderna. En el corazón de este ejercicio, encontramos una prohibición cultural y social que restringe la expresión femenina, lo que alimenta la narrativa de Zar y su influencia continua en la vida de las mujeres casadas.