La SANTA VEHME era una sociedad secreta medieval, perduró hasta el S.
XIX y sus métodos estaban pensados para tocar los miedos profundos del pueblo. Los
orígenes de la SANTA VEHME están
envueltos en leyenda. Se cree que Carlomagno, tras su victoria sobre los
sajones y su intento de cristianizarlos, encontró unos rebeldes incontrolables
que le causaban muchos inconvenientes, sobre todo el duque sajón Widukind.
Se dice que este
gobernante envió un emisario al Papa León III para pedirle consejo sobre estos
paganos insurrectos. El Papa no le respondió, fue al jardín, cortó las malas
hierbas y las colgó para secarlas. El emisario contó a Carlomagno lo visto y
éste lo interpretó a su manera creando en el 772 la SANTA VEHME, también conocida como “LOS TRIBUNALES SECRETOS DE WESTFALIA” por ser donde comenzaron su “sagrada misión”.
Carlomagno les dio el
llamado “poder sobre la vida y la
muerte”, es decir, la capacidad de ejecutar libremente a quien
consideraran culpable de delito. Alemania se llenó de temor hacia los espías y
secretos verdugos que podían ser cualquiera de sus vecinos. Básicamente se
castigaba la falta hacia los diez mandamientos, la moralidad o la patria y con
la pena máxima, es decir, la muerte para así sembrar el terror.
Funcionaban como una
sociedad secreta, con sus rituales y pruebas de iniciación, sus secretos y
códigos que sólo entendían entre ellos, así como claves para reconocerse. Los
neófitos eran reclutados por un alto dignatario del tribunal. Debían pasar dos
fases de iniciación. Se desconoce en qué consistían exactamente, pero si se
sabe que primero estaba la fase de “el
que ignoraba” que, una vez superada, se convertiría en “el sabio o el que conoce”.
El postulante debía
presentarse con la cabeza rapada ante sus maestros, responder sus preguntas
sobre su honor y cualidades, arrodillarse, colocar el dedo pulgar e índice
sobre un dogal y la hoja de un puñal o espada ritual con las letras S.S.G.G. grabadas, de
significado todavía ignorado, pero con un profundo carácter místico. Prestando
el siguiente juramento bajo pena de muerte si lo incumplía: "Ocultar la SANTA VEHME de su mujer
y de sus hijos, de sus padres y de sus hermanos, del fuego y del viento, de
cuanto bañan los rayos del sol, de cuanto humedezca la lluvia, de cuanto esté
entre el cielo y la tierra". Y prometían denunciar incluso a
padres o hermanos si incurrían en falta y, si de su mano quedara darles muerte,
así procederían. Tras el juramento pasarían a ser fronboten (criados de Dios).
El “modus operandi” de esta sociedad secreta era muy novelesco
y psicológicamente bien pensado creando un halo enigmático y terrible. Durante
la noche, cuando no hubieran testigos, dejaban su puñal ritual clavado en la
puerta del acusado con una nota cerrada con un sello de cera roja que representaba
un caballero con armadura. En la nota una lista de sus faltas y con esta frase:
"Nosotros, los secretos
vengadores del Eterno, los jueces implacables de los crímenes, y los guardias
de la inocencia, lo citamos de aquí a tres días, ante el tribunal de Dios.
¡Apareced, apareced". El acusado tenía varios días para poner sus
cosas en orden. Si intentaba escapar sería dado muerte sin juicio con el famoso
puñal ritual a la espalda con la nota de sus faltas.
Absolutamente nadie debía
escapar de la SANTA VEHME por ello
los jueces francos procedían de un modo particular a la hora de enfrentarse con
aquellos condenados que intentasen huir. Antes de comparecer a juicio tras
resultar evidente su ausencia, uno de los asesores llamaba al acusado
dirigiéndose a los cuatro puntos cardinales, si seguía sin aparecer, el
funcionario procedía a la acusación formal mediante una desoladora proscripción
secreta capaz de truncar una vida para siempre en el nombre de la justicia de Dios:
“…Por la presente te retiro la paz y los
derechos y la libertad otorgados por el emperador Carlomagno y aprobados por el
Papa león atestiguados mediante juramento por todos los príncipes, nobles
caballeros y vasallos de Westfalia entregándote a la mayor desgracia y al
deshonor, te declaro indigno fuera de la ley común consagramos tu cuello a la
cuerda y tu cuerpo a las aves de rapiña para que lo devoren hasta que no quede
nada de el que nuestra justicia santa te prive de la vida y de tus bienes que
tu mujer se convierta en viuda y tus hijos en huérfanos” instantes después
el juez franco escupía al suelo y entregaba a sus asesores un placet sellado
con cera roja que validaba la sentencia y daba inicio a una inclemente cacería santa.