Las Virtudes
teologales informan y vivifican todas las virtudes morales. Para comprender
las virtudes teologales, primero lea lo que es Virtud.
Las virtudes
humanas se arraigan en las virtudes teologales que adaptan las facultades del
hombre a la participación de la naturaleza divina (cf 2 P 1, 4). Las virtudes
teologales se refieren directamente a Dios. Disponen a los cristianos a vivir
en relación con la Santísima Trinidad. Tienen como origen, motivo y objeto a
Dios Uno y Trino.
Las virtudes
teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Informan
y vivifican todas las virtudes morales. Son infundidas por Dios en el alma de
los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida
eterna. Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las
facultades del ser humano. Tres son las virtudes teologales: la fe, la
esperanza y la caridad (cf 1 Co 13, 13).
Las virtudes
teologales disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima
Trinidad. Tienen como origen, motivo y objeto, a Dios conocido por la fe,
esperado y amado por El mismo.
Las virtudes
teologales son tres: la fe, la esperanza y la caridad (cf 1 Co 13, 13).
Informan y vivifican todas las virtudes morales.
Por la fe
creemos en Dios y creemos todo lo que El nos ha revelado y que la Santa Iglesia
nos propone como objeto de fe.
Por la esperanza
deseamos y esperamos de Dios con una firme confianza la vida eterna y las
gracias para merecerla.
Por la caridad
amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos
por amor de Dios. Es el ‘vínculo de la perfección’ (Col 3, 14) y la forma de
todas las virtudes.
FE
"El acto de
fe" es el asentimiento de la mente a lo que Dios ha revelado. Un acto de
fe sobrenatural requiere gracia divina. Se da bajo la influencia de la voluntad
la cual requiere la ayuda de la gracia. Si el acto de fe se hace en estado de
gracia, es meritorio ante Dios. Actos explícitos de fe son necesarios, por
ejemplo, cuando la virtud de la fe está siendo probada por la tentación o
cuando nuestra fe es retada o cuando estamos ante actitudes mundanas contrarias
a la fe. Estas situaciones debilitarían nuestra fe si no recurrimos a un acto
de fe. Un ejemplo de acto de fe: "Dios mío, yo creo en Tí y todo lo que
nos enseñas en Tu Iglesia, porque Tu los has dicho y tu palabra es veraz".
El acto de fe no siempre se vocaliza. En muchas situaciones lo hacemos y está
siempre latente en nuestro corazón.
La fe es la
virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que El nos ha dicho y
revelado, y que la Santa Iglesia nos propone, porque El es la verdad misma. Por la fe
‘el hombre se entrega entera y libremente a Dios’ (DV 5). Por eso el creyente
se esfuerza por conocer y hacer la voluntad de Dios. ‘El justo vivirá por la
fe’ (Rm 1, 17). La fe viva ‘actúa por la caridad’ (Ga 5, 6).
El discípulo de
Cristo no debe sólo guardar la fe y vivir de ella sino también profesarla,
testimoniarla con firmeza y difundirla: ‘Todos vivan preparados para confesar a
Cristo delante de los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio de las
persecuciones que nunca faltan a la Iglesia’ (LG 42; cf DH 14). El servicio y
el testimonio de la fe son requeridos para la salvación: ‘Todo aquel que se
declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre
que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo
también ante mi Padre que está en los cielos’ (Mt 10, 32-33).
Por la fe
creemos en Dios y creemos todo lo que El nos ha revelado y que la Santa Iglesia
nos propone como objeto de fe.
Fe en relación a la moral
Nuestra
vida moral tiene su fuente en la fe en Dios que nos revela su amor. San Pablo
habla de la ‘obediencia de la fe’ (Rm 1, 5; 16, 26) como de la primera
obligación. Hace ver en el ‘desconocimiento de Dios’ el principio y la
explicación de todas las desviaciones morales (cf Rm 1, 18-32). Nuestro deber
para con Dios es creer en
El y dar testimonio de El.
El primer
mandamiento nos pide que alimentemos y guardemos con prudencia y vigilancia
nuestra fe y que rechacemos todo lo que se opone a ella. Hay diversas maneras
de pecar contra la fe:
La duda
voluntaria respecto a la fe descuida o rechaza tener por verdadero lo que Dios
ha revelado y la Iglesia propone creer. La duda involuntaria designa la
vacilación en creer, la dificultad de superar las objeciones con respecto a la
fe o también la ansiedad suscitada por la oscuridad de ésta. Si la duda se
fomenta deliberadamente, puede conducir a la ceguera del espíritu.
La
incredulidad es el menosprecio de la verdad revelada o el rechazo voluntario de
prestarle asentimiento. ‘Se llama herejía la negación pertinaz, después de
recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica,
o la duda pertinaz sobre la misma; apostasía es el rechazo total de la fe
cristiana; cisma, el rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión
con los miembros de la Iglesia a él sometidos’ (CIC can. 751).
ESPERANZA
La esperanza es
la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida
eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de
Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia
del Espíritu Santo. ‘Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel
es el autor de la promesa’ (Hb 10,23). Este es ‘el Espíritu Santo que El
derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador
para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, en
esperanza, de vida eterna’ (Tt 3, 6-7).
La virtud de la
esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de
todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres;
las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento;
sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la
bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y
conduce a la dicha de la caridad.
La esperanza
cristiana recoge y perfecciona la esperanza del pueblo elegido que tiene su
origen y su modelo en la esperanza de Abraham en las promesas de Dios;
esperanza colmada en Isaac y purificada por la prueba del sacrificio.
‘Esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones’
(Rm 4, 18).
La esperanza
cristiana se manifiesta desde el comienzo de la predicación de Jesús en la proclamación
de las bienaventuranzas. Las bienaventuranzas elevan nuestra esperanza hacia el
cielo como hacia la nueva
tierra prometida; trazan el camino hacia ella a través de las pruebas que
esperan a los discípulos de Jesús. Pero por los méritos de Jesucristo y de su
pasión, Dios nos guarda en ‘la esperanza que no falla’ (Rm 5, 5). La esperanza
es ‘el ancla del alma’, segura y firme, ‘que penetra... a donde entró por
nosotros como precursor Jesús’ (Hb 6, 19-20). Es también un arma que nos
protege en el combate de la salvación: ‘Revistamos la coraza de la fe y de la
caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación’ (1 Ts 5, 8). Nos procura el
gozo en la prueba misma: ‘Con la alegría de la esperanza; constantes en la
tribulación’ (Rm 12, 12). Se expresa y se alimenta en la oración,
particularmente en la del Padre Nuestro, resumen de todo lo que la esperanza nos
hace desear.
Podemos, por
tanto, esperar la gloria del cielo prometida por Dios a los que le aman (cf Rm
8, 28-30) y hacen su voluntad (cf Mt 7, 21). En toda circunstancia, cada uno
debe esperar, con la gracia de Dios, ‘perseverar hasta el fin’ (cf Mt 10, 22;
cf Cc. Trento: DS 1541) y obtener el gozo del cielo, como eterna recompensa de
Dios por las obras buenas realizadas con la gracia de Cristo. En la esperanza,
la Iglesia implora que ‘todos los hombres se salven’ (1Tm 2, 4).
Por la esperanza
deseamos y esperamos de Dios con una firme confianza la vida eterna y las
gracias para merecerla.
Esperanza en relación a la moral
Cuando Dios se
revela y llama al hombre, éste no puede responder plenamente al amor divino por
sus propias fuerzas. Debe esperar que Dios le dé la capacidad de devolverle el
amor y de obrar conforme a los mandamientos de la caridad. La esperanza es
aguardar confiadamente la bendición divina y la bienaventurada visión de Dios;
es también el temor de ofender el amor de Dios y de provocar su castigo.
El primer
mandamiento se refiere también a los pecados contra la esperanza, que son la
desesperación y la presunción:
Por la
desesperación, el hombre deja de esperar de Dios su salvación personal, el
auxilio para llegar a ella o el perdón de sus pecados. Se opone a la Bondad de
Dios, a su Justicia -porque el Señor es fiel a sus promesas- y a su
Misericordia.
Hay dos clases
de presunción. O bien el hombre presume de sus capacidades (esperando poder
salvarse sin la ayuda de lo alto), o bien presume de la omnipotencia o de la
misericordia divinas (esperando obtener su perdón sin conversión y la gloria
sin mérito).
CARIDAD
La caridad es la
virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por El mismo y
a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios.
Jesús hace de la
caridad el mandamiento nuevo (cf Jn 13, 34). Amando a los suyos ‘hasta el fin’
(Jn 13, 1), manifiesta el amor del Padre que ha recibido. Amándose unos a
otros, los discípulos imitan el amor de Jesús que reciben también en ellos. Por
eso Jesús dice: ‘Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros;
permaneced en mi amor’ (Jn 15, 9). Y también: ‘Este es el mandamiento mío: que
os améis unos a otros como yo os he amado’ (Jn 15, 12).
“Fruto del
Espíritu y plenitud de la ley, la caridad guarda los mandamientos de Dios y de
Cristo: ‘Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en
mi amor’ (Jn 15, 9-10; cf Mt 22, 40; Rm 13, 8_10).
Cristo murió por
amor a nosotros ‘cuando éramos todavía enemigos’ (Rm 5, 10). El Señor nos pide
que amemos como El hasta a nuestros enemigos (cf Mt 5, 44), que nos hagamos
prójimos del más lejano (cf Lc 10, 27-37), que amemos a los niños (cf Mc 9, 37)
y a los pobres como a El mismo (cf Mt 25, 40.45).
El apóstol san
Pablo ofrece una descripción incomparable de la caridad: ‘La caridad es
paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se
engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el
mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa.
Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta (1 Co 13, 4-7).
“‘Si no tengo
caridad -dice también el apóstol- nada soy...’. Y todo lo que es privilegio,
servicio, virtud misma... ‘si no tengo caridad, nada me aprovecha’ (1 Co 13,
1-4). La caridad es superior a todas las virtudes. Es la primera de las
virtudes teologales: ‘Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas
tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad’ (1 Co 13,13). 1827 El ejercicio
de todas las virtudes está animado e inspirado por la caridad. Esta es ‘el
vínculo de la perfección’ (Col 3, 14); es la forma de las virtudes; las
articula y las ordena entre sí; es fuente y término de su práctica cristiana.
La caridad asegura y purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la
perfección sobrenatural del amor divino.
“La práctica de
la vida moral animada por la caridad da al cristiano la libertad espiritual de
los hijos de Dios. Este no se halla ante Dios como un esclavo, en el temor
servil, ni como el mercenario en busca de un jornal, sino como un hijo que
responde al amor del ‘que nos amó primero’ (1 Jn 4,19):
O nos apartamos
del mal por temor del castigo y estamos en la disposición del esclavo, o
buscamos el incentivo de la recompensa y nos parecemos a mercenarios, o
finalmente obedecemos por el bien mismo del amor del que manda... y entonces
estamos en la disposición de hijos (S. Basilio, reg. fus. prol. 3).
La caridad tiene
por frutos el gozo, la paz y la misericordia. Exige la práctica del bien y la
corrección fraterna; es benevolencia; suscita la reciprocidad; es siempre
desinteresada y generosa; es amistad y comunión:
La culminación
de todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para conseguirlo, corremos;
hacia él corremos; una vez llegados, en él reposamos (S. Agustín, ep.Jo. 10,
4).
Por la caridad
amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos
por amor de Dios. Es el ‘vínculo de la perfección’ (Col 3, 14) y la forma de
todas las virtudes.
La Caridad en relación a la moral
La fe en el amor
de Dios encierra la llamada y la obligación de responder a la caridad divina
mediante un amor sincero. El primer mandamiento nos ordena amar a Dios sobre
todas las cosas y a las criaturas por El y a causa de El (cf Dt 6, 4-5). Se
puede pecar de diversas maneras contra el amor de Dios. La indiferencia
descuida o rechaza la consideración de la caridad divina; desprecia su acción
proveniente y niega su fuerza. La ingratitud omite o se niega a reconocer la
caridad divina y devolverle amor por amor.
La tibieza es
una vacilación o negligencia en responder al amor divino; puede implicar la
negación a entregarse al movimiento de la caridad. La acedía o pereza
espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a sentir horror por el
bien divino. El odio a Dios tiene su origen en el orgullo; se opone al amor de
Dios cuya bondad niega y lo maldice porque condena el pecado e inflige penas. Dios
nos invita a la participación en
la vida divina. Su amor quiere levantarnos a una vida digna
de los hijos de Dios. Abramos el corazón a las virtudes de la fe, esperanza y
caridad, y erradiquemos de nuestra vida todo lo que nos separa de Dios.