PROGRAMA Nº 1198 | 20.11.2024

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TRES MÚSICOS QUE VENDIERON SU ALMA AL DIABLO

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La frecuentación entre los demonios y los artistas no necesariamente incluye la posibilidad de un pacto satánico. De hecho, a lo largo de los años se han forjado verdaderas amistades entre el arte y el infierno; por ejemplo, entre el demonio Zorneo y sus dos grandes discípulos: el marqués de Sade y Casanova, o Asmodeo, que manifestaba una peculiar predilección por Oscar Wilde. 
Ahora bien, el motivo folklórico del pacto con el diablo propiamente dicho alcanzó la excelencia con la historia de Fausto y el demonio Mefistófeles. Sin embargo, no todos los hombres que vendieron su alma al diablo lo hicieron para conseguir el amor de una mujer. Algunos, de hecho, se embarcaron en este riesgoso acuerdo contractual para obtener a cambio un talento sobrehumano.

La idea del pacto satánico se basa en la noción de que el fin justifica los medios, es decir, que el éxito personal está por encima de todo lo demás. A lo largo de la historia existen muchos casos de supuestas personas que vendieron el alma al demonio a cambio de ciertas habilidades, y los músicos son, probablemente, los intérpretes del oficio más asociado a esta leyenda. Por regla general, los músicos acusados de vender su alma al diablo coinciden en tres características: un talento fuera de lo común, un enorme éxito durante un corto período de tiempo, y una muerte prematura. A continuación repasaremos muy brevemente tres historias de músicos acusados de haber vendido su alma a Lucifer.

Robert Johnson (1911-1938)
Se dice que Robert Johnson se crió trabajando en una plantación de Clarksville, Mississippi, soñando obsesivamente en convertirse en un gran músico de blues. Cierta noche, un forastero que estaba de paso se ofreció a afinarle la guitarra y luego interpretó una o dos melodías que estremecieron al joven Johnson. El muchacho le rogó que le enseñara a tocar de ese modo. El misterioso hombre aceptó, a cambio de que le entregara su alma. Esta es la razón que muchos cronistas encontraron para el descomunal talento de Robert Johnson y su escasa formación musical. Antes de morir a los 27 años de edad, Robert Johnson compuso una de sus mejores canciones, y la que probablemente reafirmó aquella oscura leyenda de pactos satánicos: Yo y el blues del diablo (Me and the Devil Blues).

Giuseppe Tartini (1692-1770)
Antes de que Giuseppe Tartini alcanzara la fama debido a su increíble habilidad con el violín, se lo suele retratar como un pobre y mediocre violinista decepcionado con la vida y la música. Cierta noche, cuenta la leyenda, el diablo se le apareció en sueños. El príncipe de las tinieblas tocó para él una melodía tan compleja y elegante que Tartini despertó, sobresaltado; y acto seguido trató de apuntar las notas que había escuchado en sueños. Con el tiempo, aquella sonata llegó a ser conocida como El trino del diablo (Il trillo del Diávolo); tal vez la pieza musical para violín más difíciles de interpretar; a tal punto que llegó a decirse que parece compuesta para alguien con seis dedos. Por cierto, aquel sexto dedo es conocido aún hoy como el dedo del diablo.

Niccolò Paganini (1782-1840)
Probablemente uno de los músicos más virtuosos de su tiempo, y sin dudas uno de los mejores violinistas de la historia, Niccolò Paganini escribió piezas para violín desde la más tierna infancia. Su padre rápidamente advirtió el talento de su hijo y lo estimuló a que llevara sus creaciones a las iglesias, donde servía espiritual y musicalmente. No obstante, sus rivales no creían que ninguno de sus trabajos fuese realmente suyo, sino más bien el fruto de algún tipo de pacto satánico. Rápidamente se propagó el rumor de que Niccolò Paganini había vendido su alma al demonio a cambio de convertirse en un gran violinista. Esta leyenda, sin embargo, no lo perturbó demasiado, e incluso hizo mucho para estimularla. Según el poeta Heinrich Heine, cada vez que Niccolò Paganini tocaba su violín siempre se veía una figura oscura detrás de él. Más allá de que esto pudo haber sido una puesta en escena, desde luego, patrocinada por el propio Paganini, lo cierto es que, tras su muerte, la Iglesia le negó el entierro según el rito católico. Pasarían cuatro años desde su muerte para que el Papa emitiera una orden por la cual su cuerpo podía ser enterrado en suelo sagrado. Desde entonces, en 1876, el cuerpo de Niccolò Paganini descansa en el cementerio de Parma.

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