PROGRAMA Nº 1246 | 22.10.2025

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¿POR QUÉ CREEMOS Y REZAMOS A LOS SANTOS? Parte 1

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Este es un tema que trae mucha controversia entre los cristianos evangélicos y hasta en los católicos que, por nuestras malas catequesis, no hemos sabido transmitir la fe y no hemos puesto las cosas en su verdadero lugar. La Iglesia no inventa santos, ni hace santo a una persona; Dios es quien lo santifica. La Iglesia sólo reconoce lo que Dios ha hecho y, por lo mismo, las reconoce como modelos en las virtudes cristianas y las pone como ejemplo y camino para que todos los hombres y mujeres de buena voluntad encuentren la senda que conduce a ese estado maravilloso y pleno que el Señor quiere de cada uno de nosotros, como hijos suyos y como Padre amoroso que es.

Los vocablos hebreo y griego para “santidad” transmiten la idea de puro o limpio en sentido religioso, apartado de la corrupción. La santidad de Dios denota su absoluta perfección moral. En español se utiliza la palabra santa cuando se trata de una mujer (por ejemplo, Santa Teresa de Jesús). Cuando es un hombre se utiliza siempre “San”, con las excepciones de Santo Tomé, Santo Toribio, Santo Tomás y Santo Domingo, en las que se emplea el término completo.

Los santos fueron personas destacadas por sus virtudes y son como modelos capaces de mostrar a los demás un camino ejemplar de perfección. Al ser Dios amor, su principal virtud es, consecuentemente, la capacidad para amar a Dios y a los demás seres humanos. El cristianismo considera, además, que toda la humanidad está llamada a ser santa y a seguir a los santos, que representan el ejemplo de creencia y seguimiento de Dios, cuya vida puede resumirse en un solo concepto: el amor al ser supremo.

Muchas veces, con asombro, nos encontramos con testimonios relacionados con los santos, como por ejemplo: “San Antonio no me cumplió la promesa y lo pongo de cabeza y así ‘castigo’ al santo”, o esa disputa de si un santo puede ser más milagroso que otro. De hecho, los santos no hacen milagros. Los santos piden junto con nosotros para que el milagro o la gracia pedida en la oración ocurra, si Dios así lo permite o desea.

Muchas personas, por el amor que tienen a María o a algún santo, les dedican un culto muy particular, hasta el extremo de adorarlo (la mayoría de las veces sin saberlo), y allí es cuando cometemos un error grave: debemos aprender cómo manifestar nuestro respeto a las imágenes que nos recuerdan a la Virgen, al Sagrado Corazón o a cualquier santo. Las saludamos haciendo una pequeña reverencia con mucha piedad, inclinando la cabeza y poniendo la mano en el corazón, sin necesidad de hacernos la señal de la cruz ni arrodillarnos, ya que esas imágenes no son divinas ni tienen ningún poder sobrenatural; solo nos recuerdan a aquellos que hoy están en la presencia del Padre. No cometemos ningún pecado manifestando nuestro respeto y amor de esta manera, ya que la adoración la reservamos por completo a Dios y a Jesucristo presente en el Sacramento de la Eucaristía.

Ya en el Concilio de Trento, en el año 1563, se decía al respecto: “Deben tenerse y conservarse las imágenes de Cristo, de la Virgen Madre de Dios y de los otros santos y tributárseles el debido honor y veneración, no porque se crea que hay en ellas alguna divinidad o virtud, sino porque el honor que se les tributa se refiere a los originales que ellas representan; adoramos a Cristo y veneramos a los santos, cuya semejanza ostentan aquéllas”.

Es importante hacer hincapié que esta declaración nos recuerda que todos los beneficios de Dios los obtenemos por intermedio de Jesucristo, “que es nuestro único Redentor y Salvador”. Pero venerar a los santos no nos aparta de Cristo. Cuando oramos a Nuestra Señora y a los santos, les rogamos a ellos, que gozan del favor de Dios, que intercedan por nosotros ante Él, a fin de recibir de Él, a través de Jesucristo, lo que necesitamos. No pedimos a Nuestra Señora o a los santos que nos concedan favores, sencillamente porque sabemos que no pueden concederlos. A Dios le pedimos que tenga misericordia de nosotros, que nos perdone y nos conceda los beneficios que merezcamos.

Y así llegamos al final de esta primera parte, donde entendimos algo clave: que “toda gracia viene de Dios, a través de Jesucristo”, nuestro único Redentor y Salvador. Los santos no reemplazan a Cristo, sino que caminan con nosotros, interceden, acompañan, y nos muestran con su ejemplo que la fe vivida con amor siempre nos acerca más al corazón de Dios.

Pero esto no termina acá… Porque en la próxima catequesis vamos a dar un paso más y preguntarnos algo fundamental: ¿Qué entendemos realmente por la palabra “santo”? ¿De dónde viene ese término? ¿Qué significa que algo —o alguien— sea “santo”? Te invito a que sigamos descubriéndolo juntos la próxima semana… Porque entender qué es la santidad, es entender también hacia dónde nos llama Dios.

Equipo de Redacción
ANUNCIAR Informa (AI)
para EL ALFA Y LA OMEGA

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