PROGRAMA Nº 1168 | 24.04.2024

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El gran Incendio de Roma

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Durante la noche del 19 de julio de 64, estalló en Roma un incendió que devastó la ciudad. El fuego se inició en el sureste del Circo Máximo, donde se localizaban unos puestos que vendían productos inflamables. Según Tácito, el fuego se extendió rápidamente y duró cinco días. Se destruyeron por completo cuatro de los catorce distritos de la ciudad y otros siete quedaron muy dañados. El único historiador que vivió durante esa época y que describe el incendio es Plinio el Viejo, mientras que los demás historiadores de la época Flavio Josefo, Dión Crisóstomo, Plutarco y Epicteto, no mencionan el acontecimiento en sus obras. No está realmente claro cuál fue la causa del incendio, si fue un accidente o fue premeditado. Suetonio y Dión Casio defienden la teoría de que fue el propio Nerón quien lo causó con el objetivo de reconstruir la ciudad a su gusto. Tácito menciona que los cristianos se declararon culpables del delito, aunque no se sabe si esta confesión fue inducida bajo tortura. A pesar de todo, los incendios accidentales fueron comunes en la Antigua Roma. Bajo los reinados de Vitelio (69) y de Tito Flavio Sabino Vespasiano (80), estallaron otros dos más.

Según Suetonio y Dión Casio, mientras Roma ardía, Nerón estaba cantando el Iliupersis. Sin embargo, según Tácito, Nerón estaba en Antium durante el incendio y, al tener noticias del mismo, viajó rápidamente a Roma para encargarse del desastre, utilizando su propio tesoro para entregar ayuda material. Tras la catástrofe, abrió las puertas de su palacio a las personas que habían perdido su hogar y abrió un fondo para pagar alimentos que serían entregados entre los supervivientes. A raíz del incendio, Nerón desarrolló un nuevo plan urbanístico dentro del cual proyectó la construcción de un nuevo palacio, conocido como la Domus Aurea, en unos terrenos que el fuego había despejado. Para conseguir los fondos necesarios para la construcción del suntuoso complejo, Nerón aumentó los impuestos de las provincias imperiales. Tácito relata que tras el incendio, la población buscó un chivo expiatorio para desatar su ira, y empezaron a circular rumores de que Nerón era el responsable. Para alejar de sí las culpas, Nerón acusó a los cristianos y ordenó que a algunos se les arrojara a los perros mientras que otros fueron quemados vivos y crucificados.

Tácito lo describe así:

"Sin embargo, ni por industria humana, ni por larguezas del emperador, ni por sacrificios a los dioses, se lograba alejar la mala fama de que el incendio había sido mandado. Así pues, con el fin de extirpar el rumor, Nerón se inventó unos culpables, y ejecutó con refinadísimos tormentos a los que, aborrecidos por sus infamias, llamaba el vulgo cristiano.

El autor de este nombre, Cristo, fue mandado ejecutar con el último suplicio por el procurador Poncio Pilatos durante el Imperio de Tiberio y reprimida, por de pronto, la perniciosa superstición, irrumpió de nuevo no solo por Judea, origen de este mal, sino por la urbe misma, a donde confluye y se celebra cuanto de atroz y vergonzoso hay por dondequiera. Así pues, se empezó por detener a los que confesaban su fe; luego por las indicaciones que estos dieron, toda una ingente muchedumbre (multitudo ingens) quedaron convictos, no tanto del crimen de incendio, cuanto de odio al género humano.

Su ejecución fue acompañada de escarnios, y así unos, cubiertos de pieles de animales, eran desgarrados por los dientes de los perros; otros, clavados en cruces eran quemados al caer el día a guisa de luminarias nocturnas. Para este espectáculo, Nerón había cedido sus propios jardines y celebró unos juegos en el circo, mezclado en atuendo de auriga entre la plebe o guiando él mismo su coche. De ahí que, aún castigando a culpables y merecedores de los últimos suplicios, se les tenía lástima, pues se tenía la impresión de que no se los eliminaba por motivo de pública utilidad, sino para satisfacer la crueldad de uno solo."

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