PROGRAMA Nº 1167 | 17.04.2024

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CARTA ABIERTA AL PAPA FRANCISCO

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Tu llegada a la cátedra de Pedro ha despertado el fervor de todo el cristianismo, y la incuestionable coherencia de tu acción con tu razonamiento y tu palabra ha conmovido la sensibilidad del mundo entero, que te ha reconocido de inmediato como un adalid de la paz, la fraternidad, la tolerancia y la unión, en una humanidad fracturada y en riesgo de destrucción. En nuestra Argentina he visto florecer la fe tras tu elección. Las iglesias se colmaron de fieles. Pero el rebaño se ha conmovido últimamente. Gran parte de la majada está alterada, confundida y expresa desilusión o, peor aún, se inclina al desengaño.

¿Es que Francisco ha cambiado? En mi opinión, en absoluto. Su prédica y su coherencia siguen incólumes. ¿Por qué escucho entonces frases como estas? "El Papa no me representa". "¡Cómo me ha decepcionado Francisco!". Pero también escucho otras: "Francisco es de los nuestros, y él se los ha hecho saber". "Francisco está con ellos, no con nosotros". Querido Francisco, no tengo dudas de tu conducta unida al Evangelio, que la misericordia y el amor por los más humildes es el faro que te guía. Sé que muchos cristianos aún no comprenden hoy, como en los tiempos del Señor, lo que había dicho: "No he venido a dar paz, sino división" (Lc.12, 51), porque su palabra es exigente y no es para los tibios. Pero no me preocupa la alarma en sí misma de los que no te entienden. Lo que sí debe preocuparnos son las consecuencias que esa incomprensión acarrea a la Iglesia.

Tenés a tu cargo dos funciones importantes y diferentes. Creo que en cada una de ellas, como en toda actividad del hombre, es preciso mensurar el resultado y no solo la buena intención y la libertad en la acción. Sin duda, como jefe de un Estado, tenés el derecho de elegir el trato que has de dar a otro gobernante. Eso lo has ejercido en plenitud al recibir a la ex Presidente argentina con muestras de un caluroso afecto, en cada uno de los múltiples encuentros que has tenido con ella. Y al cambiar rotundamente ese estilo en la primera recepción al actual Presidente, al que nadie puede dudar que has recibido con un rostro adusto, frío, casi despectivo, has dado lugar a opiniones interesadas.

Cuál haya sido tu intención debe dejarse a tu elevado y libre juicio. Pero la consecuencia de esa diferencia en el trato a cada uno ha significado sin duda un perjuicio al propósito públicamente expuesto por vos de procurar la unidad del pueblo argentino. Los hechos valen más que las palabras. Porque otra vez se escucha: "El Papa es de los nuestros, les ha hecho ver que no está con ellos". La famosa grieta sigue abierta y se profundiza. Se consolida. Claro que están equivocados, que el Papa no tiene bandera partidaria. Eso es lo que seguimos creyendo algunos. Algunos otros vuelven a responderte con la actitud que un día protestaste: "Me están usando".

Es preciso entonces contemplar la confusión de honestos fieles, que en su inocencia se equivocan, pero se escandalizan. Y él nos dijo: "Ay del mundo de los escándalos", "Ay de aquel hombre por quien el escándalo viene" (Mt. 18, 7). En tu función de pastor, de continuador de Pedro, has practicado sin duda tu misericordia, cuando enviaste un rosario a Milagro Sala, a quien ya habías recibido en tu sede. Seguramente te ha asombrado la reacción que han provocado tales actos tuyos en numerosas personas, que creen ver en ellos la convalidación de una conducta inmoral y delictiva.

No dudo que el rosario no ha llevado otra finalidad que la de templar el ánimo de quien ha sido encarcelado, y quiero creer que también ha tenido el objetivo de un llamado a la contrición, como el de Jesús a Leví, después nombrado Mateo, para que abandonara la mesa del dinero vil y lo siguiera (Lc. 5, 27). Porque señaló claramente el Señor que no habrá perdón para quien no se arrepienta: "Si no os convertís, pereceréis" (L. 13, 3 y 5). Pero Milagro Sala no parece haber respondido a ese llamado al instante como Leví, ni tampoco hasta ahora. Me dirás, Francisco, que Milagro Sala no ha sido declarada culpable por una sentencia de la Justicia. Y eso, por ahora, es cierto.

Pero si no lo ha sido por un juez, no cabe duda de la condenación de su conducta corrompida en el apoderamiento de bienes públicos, no ya por los poderosos de turno, sino por los comunes habitantes de Jujuy, que expresaron su repudio a través de una expresión manifiesta de rechazo, como lo fue la decisión electoral de una mayoría del pueblo jujeño, que constituyó un plebiscito en contra de una conducta que considera ignominiosa. Y un incuestionable líder social, como Carlos "el Perro" Santillán, la ha acusado de haber instalado la narcopólitica en la provincia.

De modo que no debe asombrar a nadie la reacción de sorpresa y de desánimo de tantísimos argentinos, la gran mayoría de católicos, ante ese gesto tuyo, sin duda inocente y misericordioso. Pero esa reacción no fue en todos los casos agresiva o descomedida, como alguno quiso ver, tal el obispo Víctor Fernández, que ha calificado indiscriminadamente a todas como "furiosas reacciones" y ha creído ver detrás de todas ellas "una mirada de odio". Sin duda esa calificación generalizada ha sido no solo injusta, sino que ha contribuido a minar el proclamado propósito de pacificación y de unión entre los argentinos. Es que la misericordia, Francisco, no está en antagonismo con la prudencia y la cordura.

Lo que sí puede asombrar a muchos es que no hayas recibido a Margarita Barrientos, y si hubo error cometido al no haberse advertido su presencia, les debe resultar incomprensible que no hayas hecho luego una manifestación personal hacia ella y también pública, lamentado ese supuesto error. Lo que debe preocupar es que, aun por ignorancia o por ingenuidad de los que son conducidos, la falta de prudencia por no medir las consecuencias de un gesto de quien es modelo de conducta pueda llevar a la dispersión, a que las ovejas ya no reconozcan al pastor. Y la conservación del rebaño es el compromiso decisivo, fundamental del pastor.

Según mi opinión, todo nace en el acto de la creación, en la que un solo ser recibió la posibilidad de elegir, el libre albedrío. Y la elección básica del hombre es la de permanecer unido con todo lo creado en el absoluto o apartarse de él. La aventura de Dios es el riesgo de perderlo. Desde entonces, sin permitirse intervenir en esa libertad, único lugar en el que no penetra, Dios llama de mil maneras al hombre para que no lo abandone. Y hasta envió a su propio hijo a sufrir y morir en cruz para lograrlo.

Aquí, quiero recordar, Francisco, lo que te dijo Jesús en la persona de Pedro, porque vos sos ahora Pedro, cuando te preguntó, no una vez, sino tres veces: "Pedro, ¿me amas?", y a tu respuesta positiva él te dijo, no una vez sino tres veces: "Apacienta mis ovejas" (Jn. 21, 15). Jesús no ha incurrido en esa insistencia, que a vos te asombraba porque sabías que él conocía tu amor por él, por torpeza o distracción. No, lo que Jesús quería era recalcarte la médula, la entraña esencial de tu misión como pastor supremo de tu Iglesia: no perder un solo cordero.

De modo que nada que haga el pastor recibirá justificación si el resultado es la dispersión del rebaño, aunque lo hiciera con la mejor intención y la mayor misericordia. Te amo, Francisco, por tu autenticidad, por tu corazón de buen pastor que quiere unir y no dividir, pero las voces que escucho en nuestro corral, no las interesadas que aparentan amarte mientras llevan agua a su molino, sino las otras, esas que, aun equivocadas o con dificultad para discernir y entender tus gestos, muestran sinceramente un dolor en su corazón cuando dicen: "Ya el Papa no me representa".

Francisco querido, solo te escribo para preguntarte con ellos: "Pedro, ¿me amas?".

Con mi mayor afecto y orando por vos.

Martín Barba

El autor era presidente del Tribunal Superior de Justicia de Neuquén. Ex fiscal general ante la Cámara Federal de General Roca.
Fuente:
www.infobae.com

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