PROGRAMA Nº 1164 | 27.03.2024

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EL VALOR DE LAS DEVOCIONES

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¿Qué devoción es “más valiosa”, la del Gauchito Gil o la de la Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús, tal el nombre completo de la virgen “salteña” que se presenta ante la visión de la señora María Livia en Tres Cerritos, provincia de Salta?, devociones muy fuertes aquí en Argentina. No estamos preguntando cuál tiene mayor cantidad de devotos ni cuál está más extendida en el país, sino, cuál es “por sí” más valiosa, cuál contiene mayor grado de legitimidad en sí misma, cual refiere con mayor “pureza” al núcleo fundamental de lo cristiano. Nos referimos a dos sujetos-objetos de culto que no pertenecen al devocionario oficial de la Iglesia. Pero uno de ellos, sin embargo, es ni más ni menos que la Virgen, mientras que el otro es un personaje histórico-mítico que, bien presumiblemente, nunca constará en el santoral.

En una primera observación, o mejor, desde un primer punto de vista, resultaría obvio que la Virgen es por sí más valiosa que el Gauchito. Se trate o no de una advocación oficializada, la Inmaculada Madre del Corazón Eucarístico de Jesús le gana por lejos, en títulos y honores, al pobre de Antonio Mamerto Gil Núñez, recluta desertor que beneficiaba a los pobres con el dinero que le robaba a los ricos. Antes de avanzar en el desarrollo de alguna respuesta, convendría verificar la viabilidad misma de valorizar las devociones, es decir, preguntarnos si existen criterios de cierta objetividad que permitan establecer devociones más valiosas que otras.

¿Es más “valiosa” la devoción por San Cayetano que por San Antonio? ¿Es más valiosa la devoción por la Virgen de Luján que la suscitada por la del Rosario de San Nicolás?, parecen preguntas absurdas. Demos un paso hacia atrás: que son las devociones. Podríamos caracterizarlas como vínculos afectivos en el ámbito de la fe. Se trata de asociaciones vitales con personas que han dejado este mundo y que gozarían de la gloria divina. Y aunque en algunos casos se trata de personas de reconocida e inmediata existencia histórica, en muchísimos casos (¿la mayoría?) los devotos no tienen más constancia que la que otorgan los relatos y la transmisión generacional de las creencias. Se puede, incluso, ir un poco más allá. En la generalidad de la actitud devocional, no cabe preguntarse sobre la historicidad del sujeto-objeto de culto o devoción. No son sus coordenadas histórico-biográficas las promotoras de ese vínculo afectivo, sino lo que de él se ha escuchado en relación a sus características (reales o construidas), a las manifestaciones de su poder (“es muy milagrosa/o”) y, finalmente, la propia experiencia personal amasada en ese vínculo.

Para expresarlo en ejemplos concretos. Se carece de documentación histórica fehaciente de no pocos sujetos de devoción (San Jorge, San Expedito, San Sebastián y tantos otros) lo que no obsta no sólo para que exista la devoción popular, sino incluso, para que su veneración esté oficializada en el culto católico. Lo mismo podría decirse de multitud de advocaciones marianas surgidas de apariciones, visiones o milagros. Todas ellas son improbables (imposibles de probar en sentido moderno), pero eso no importa a sus seguidoras y seguidores. Ahora bien, si lo nuclear de las devociones no se afirma en la “realidad” del sujeto-objeto de devoción, es porque tienen su anclaje en las características o valores que se le atribuyen a ese sujeto-objeto, independientemente de que las haya tenido, e independientemente de que haya existido.

Pero esto no es nuevo, ya en el año 494, el papa Gelasio I canonizó a San Jorge como uno de esos hombres que “son justamente reverenciados, pero cuyos actos sólo son conocidos por Dios…”. Lo que podría traducirse más o menos así: “no sabemos qué cosas hizo este buen varón, lo único que sabemos es que es justamente reverenciado…” ¿Y cómo se afirma que es “justamente reverenciado” si no se sabe qué cosas hizo? Sencillo: lo reverenciable son las características personales que se le atribuyen, no las que efectivamente haya tenido, que son precisamente las que se desconocen. De lo dicho, entonces, surge una primera constatación: si las devociones fueran pasibles de graduación valorativa, no lo serían en razón del sujeto, que podría no existir ni haber existido nunca. (A no ser que fuese ese el criterio valorativo, con lo que se caería buena parte del santoral y buena parte de las advocaciones marianas por la improbabilidad de su verificación). Si quedase algún criterio, no siendo el de la calidad histórica de la persona venerada. Habrá de ser el de los “valores” que esa persona representa y en todo lo que se construye –o deconstruye– en torno de ella. Así, volviendo al ejemplo primero, no importaría demasiado si la Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús se le ha hecho realmente visible y/o audible a la señora María Livia, como tampoco importarían demasiado los datos biográficos del Gauchito Gil.

Lo que sí sería importante, y mucho, es qué cosas despiertan cada una de esas devociones, qué movilizan, cómo se estructuran religiosa y socialmente, cuánto y cómo aportan a la construcción del Reino, centro de la prédica de Jesús. Dicho en otros términos, lo importante no es el símbolo sino lo simbolizado, pues todo símbolo de “lo santo” o sagrado, es una referencia al horizonte último, a lo que da sentido a la conciencia creyente. Y el sujeto-objeto de devoción, considerado ahora como objeto, no es otra cosa que un símbolo de esa ultimidad, símbolo de Dios; o mejor, de alguno de sus aspectos. ¿No es esto mismo lo que se hace con la lectura crítica de la Biblia? Un repaso por las devociones populares más significativas nos muestra un dato de suma importancia: en términos generales, refieren a cuestiones humanas de primer orden: el trabajo, el alimento, la salud, la justicia, la familia, la procreación, la patria, la tierra… Sólo las menos, en especial algunas cristológicas y algunas de las marianas, reflejan anhelos o búsquedas estrictamente “espirituales” (sanación interior, paz, serenidad…), lo cual también coincide con la expectativa más hondamente humana de una libertad, un goce y una felicidad que trasciende las contingencias. Podría decirse que en las devociones populares se verifica aquello de que “cuanto más humano, más divino”.

Esto no ocurre por acaso, es el resultado de un extendido proceso sapiencial. Es que las devociones, en tanto símbolos de aspectos divinos, reflejan la imagen que se tiene de Dios, tanto personal como colectivamente. San Cayetano, por poner un ejemplo bien conocido, no podría ser el patrono del pan y del trabajo si previamente no estuviese la imagen de un Dios que efectivamente quiere pan y trabajo para todos sus hijos. En este caso, San Cayetano –más allá de su biografía– se constituye en el símbolo de ese aspecto de Dios. Desde esta lógica comprensiva, bien podría decirse: “Dime en qué Dios crees y te diré cuáles son tus devociones…”, también puede afirmarse que el “Abba” es el símbolo por excelencia del Dios en que creía Jesús. ¿Puede decirse que alguna devoción sea más “valiosa” que otra?, es preciso aclarar que no se trata aquí de juzgar las vivencias subjetivas, siempre insondables y dignas del mayor de los respetos; sagradas, además, cuando se refieren al vínculo con lo divino. Se trata, sí, de verificar cuál es la imagen de Dios que se manifiesta en cada devoción particular y cuánto coincide con el Dios de Jesús. Podrá alegarse que el Dios de Jesús (“quien me ve a mí ve al Padre…”) también es susceptible de diversidad interpretativa. Y es verdad. De hecho, en la Iglesia que es “una” hoy conviven muchas iglesias, y en gran medida, por esa diversidad de interpretación que ni el mismo magisterio ya es capaz de contener. No porque no lo intente, pero sí, porque la pluriformidad que genera la vitalidad cristiana (tanto en lo popular como en la elites) ha ido erosionando las vallas de contención y construyendo causes más o menos ajenos a la letra institucional.

Desde esta comprensión aquí planteada sobre lo nuclear de las devociones, ¿puede afirmarse que la devoción por la Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús es más valiosa que la del Gauchito Gil sólo porque se trata de la Madre de Jesús? Es obvio que no, que ese no puede ser el criterio prevalente, que por allí iríamos en mal camino. Pero tampoco podemos decir que sea menos valiosa sólo porque del Gaucho Gil haya evidencias de su existencia histórica mientras de que esa advocación no tenemos evidencia de su aparición manifestación real. Lo que sí es posible, como ya se dijo, es hurgar en la imagen de Dios que cada uno de estos símbolos expresa. Lanzarse a esa tarea, hecha en profundidad, supondría un trabajo de investigación y de síntesis impropio, intentaremos, no obstante, algunas breves pinceladas que puedan servir a modo de ejemplo:

• Antonio Mamerto Gil Núñez, el Gauchito

De origen correntino, tal vez haya nacido en 1840. Participó en la Guerra de la Triple Alianza y después fue alistado para los “celestes” (liberales) en la guerra civil contra los “colorados” (autonomistas). Se dice que hastiado por eso de andar matándose entre hermanos resolvió desertar. El 8 de enero de 1878 (fecha incierta) fue apresado por una partida al mando del coronel Zalazar que debía trasladarlo a Goya para su juicio. Inmediatamente, muchas personas del pueblo tramitan un perdón ante las autoridades militares y lo consiguen. Pero esa orden no llega a tiempo. Ya estaba en marcha la estrategia habitual de entonces, no tan distinta a la que conocemos de épocas más recientes: simular una fuga para deshacerse del prisionero. Se cuenta que antes del disparo final, Antonio Gil le dirigió unas palabras al sargento ejecutor: “Tu hijo está muy grave y se está muriendo. Cuando vuelvas a tu casa verás que es cierto lo que te digo… Pero no te preocupes, mi sangre de inocente intercederá ante Dios para que se salve. Es sabido que la sangre de inocentes sirve para hacer milagros.”
Y así fueron las cosas. Sanado el niño “milagrosamente”, su padre –el sargento ejecutor– construyó una cruz de ñandubay (árbol de madera dura, muy apreciado para hacer postes de sostén a los alambrados), y la llevó en sus hombros hasta el lugar del martirio. Allí la dejó, allí agradeció y pidió perdón. Por eso cada 8 de enero, peregrinan hasta esa cruz más 200.000 personas cada año.

• Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús
En 1990, la señora María Livia Galeano de Obeid, habría tenido las primeras apariciones. Sus relatos son singulares. Dice que apenas comenzados estos encuentros sobrenaturales, la Virgen le pidió que la acepte en su casa, que la haga reina de su hogar, que le entregue a sus hijos y que la acepte para siempre en el “medio” entre ella y su esposo. A partir de 1995, estas apariciones y audiciones se extienden a Jesús: “Yo soy el sacratísimo corazón eucarístico de Jesús, adoradme perpetuamente en reparación... Adoradme y honradme por sobre todas las cosas en reparación y desagravio por los ultrajes, olvidos y sacrilegios que diariamente se cometen en el mundo entero al Sacramento de mi Divino Amor...”

Los mensajes que la señora María Livia refiere de la Virgen son muchísimos. Transcribimos a continuación parece sintetizar lo nuclear de ese conjunto: “Hoy quiero protegerlos del maligno, Satanás obra, él tratará de dominarlos inclusive a través de personas, aún de las que están en la Iglesia, Satanás y sus espíritus malignos, no se darán a conocer fácilmente sino que se encubrirán con piel de corderito, y sutilmente sembrarán el mal, él atacará a la Iglesia y a todos los lugares donde se enseñe la Palabra de mi Divino Hijo Jesús, se instalará en esos lugares para tratar de perderlos y en su trampa mortal pueden caer muchos, especialmente los que no vigilen la entrada de su corazón por eso les pido permanentemente, el ayuno, la oración, la penitencia, mortifiquen el cuerpo para fortaleceros interiormente, os hablo a todos, permanezcan vigilantes porque Satanás los vigila y espera siempre la oportunidad para perderlos... Os digo esto, no para atemorizarlos, sino para prevenirlos, prepárense así como se prepara la tierra para la siembra, día a día con constancia, alaben a Dios en cada cosa que hagan, bendigan el Nombre del Señor...” (22/03/1995).

En marzo de 2000, la Virgen pide que se le construya un santuario en un lugar elevado. Se le concede el pedido construyendo una ermita en un cerro ubicado en el barrio “Tres Cerritos” de la ciudad de Salta. Desde entonces, y en peregrinaciones cada vez más numerosas, los días sábados llegan a lugar miles de personas que son recibidas –en nombre de la Virgen por la señora María Livia acompañada de su esposo y de un importante número de servidores voluntarios. Allí transcurren en jornada de rezos hasta que la vidente realiza la esperada oración de intercesión tocando el hombro de cada uno de los peregrinos. Se relatan cantidad de milagros y de situaciones “asombrosas”. No son pocos los peregrinos que caen “dormidos” al instante de ser tocados por la señora María Livia.

En función del criterio establecido más arriba, podemos afirmar que la devoción por el Gauchito Gil es más “valiosa” que la devoción por la Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús. Insistimos y que no se malentienda, a la dimensión subjetiva, es decir, a la vivencia personal y profunda de cada uno de los devotos. Ese aspecto es inmedible, sólo por los frutos se lo conoce… Nos referimos a la consistencia evangélica de los relatos que les dieron origen y a la imagen de Dios que manifiestan estos símbolos. El primero refiere directamente a la solidaridad, a las asimetrías en las relaciones de poder, al valor de la sangre derramada, a la redistribución de los bienes materiales, a la construcción de una sociedad justa y sin fratricidios, a un Dios que apuesta por la vida aún desde el dolor de los inocentes… Una suerte de Evangelio encarnado desde un personaje semimítico que ayuda a redescubrir –simbólicamente, en su lenguaje y con sus limitaciones– la hondura del mensaje de Jesús.

El segundo, en un idioma medieval, refiere a un Jesús que se predica a sí mismo y que exige desagravios hacia su persona. Muestra a un Dios más preocupado en su honra y dignidad que de los procesos de humanización. Muestra a un Dios de intereses dogmático-preceptúales (eucaristía, confesión…) antes que evangélicos (construcción del Reino), es decir, más interesado por los medios que por los fines. Muestra a un Dios que está “arriba” (como “elevado” debía ser el lugar en el que se instale el santuario), al que sólo acceden la almas, no las personas; muestra a un Jesús muy extraño que se olvidó de la parábola del juicio final (Mt 25,31) y que ahora promete salvación eterna a quien “honre cada lágrima que por vosotros derramé… rezando todos los días cinco Padrenuestros, cinco Avemarías y cinco Glorias…”.

Fuente:
Revista Vida Pastoral
Nº 276 – Marzo - Abril 2009

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