Las ciudades con ríos, tienen un encanto particular. El movimiento de las aguas, el lento murmullo de las olas golpeando contra las costas y sobre todo los puentes, les dan un atractivo muy especial. Entre muchas, El Viajero detiene su mirada en la ciudad de Praga, la milenaria capital de la República Checa. Esta deslumbrante ciudad medieval sería inimaginable sin el sobrio discurrir del río Moldava y claro ni los 17 puentes que unen las dos márgenes de la ciudad. Sin duda, el que más llama la atención y subyuga al Viajero Ilustrado es el Puente de Carlos.
Cada
día, miles de residentes y turistas transitan con paso lento sobre esta
estructura de piedra, cuyas torres góticas con toques del barroco están
coronadas por 30 esculturas de santos. Sus 515 metros de largo y casi 10 metros
de ancho parecen empequeñecidos por la cantidad de gente que transita y se
detiene en cada detalle de esa deslumbrante obra de arte. El puente, muy
bullicioso durante el día, parece flotar al atardecer o a la mañana muy
temprano sobre la bruma del río, mientras sobre el agua inmóvil duermen
gaviotas y cisnes.
No
menos sorprendentes, por cierto, son sus 16 columnas de sostén que también
hicieron de Karluv Most –o sea, Puente de Carlos– una de las más conmovedoras creaciones
del hombre. Llamado así desde 1870, comunica la ciudad vieja –Stare Mesto, un
laberinto casi fantasmal de callejuelas estrechas y paredes casi iguales, donde
es fácil perderse– con Mala Strana (“Ciudad Pequeña”), donde está ubicado el
Castillo de Praga, la construcción gótica más grande del mundo.
El
puente debe su nombre al rey de Bohemia y sacro emperador romano Carlos IV.
Durante su reinado, entre 1347 y 1378, Praga se convirtió en uno de los centros
culturales más importantes de Europa. Fundó la ciudad Nueva, la primera
universidad centroeuropea e iglesias de estilo gótico. También comenzó la
construcción del legendario puente para reemplazar al cruce Judith, que se
había hundido parcialmente en la inundación de 1342. Reconstruido, continuó siendo
paso de peatones hasta 1406, cuando se terminó.
La
cábala no le alcanzaría al emperador para ver coronada su obra, pues murió en
diciembre de 1378 y su féretro transitó sólo una parte de su magna obra. En más
de 600 años de existencia, el puente fue testigo de los acontecimientos más
trascendentes de la historia checa; el último fue el cortejo fúnebre de Vaclav
Havel, presidente checo entre 1993 y 2003.
Sobre el Puente de Carlos llaman la
atención dos hileras de estatuas de carácter religioso. La primera fue la de
San Juan Nepomuceno, vicario de Praga, una suerte de reivindicación pues en
1393 había sido arrojado al vacío desde ese mismo lugar. El sacerdote se habría
negado a revelar los secretos de confesión de la esposa del celoso rey
Wenceslao.