Puede
decirse que el declive de Constantinopla, la capital del Imperio
romano de Oriente, comenzó en 1190 durante los preparativos de la Tercera
Cruzada en los reinos de Occidente. Los bizantinos, creyendo que no había
posibilidades de vencer a Saladino (sultán de Egipto y Siria y principal
enemigo de los cruzados instalados en
Tierra Santa), decidieron mantenerse neutrales. Con esta
reticencia bizantina como excusa, y con la codicia por los tesoros de Constantinopla
como motor, los cruzados tomaron por asalto la ciudad en 1204, ya en la Cuarta Cruzada, dando
origen al efímero Imperio latino que duró hasta 1261.
El
sitio comenzó oficialmente el 7
de abril de 1453, cuando el gran cañón disparó el primer tiro en dirección al
valle del Río Lico, junto a la puerta de San Romano, que penetraba en
Constantinopla por una depresión bajo la muralla, lo cual posibilitaba el
posicionamiento del cañón en una parte más alta. La muralla, hasta entonces
imbatida en aquel punto, no había sido construida para soportar ataques de
artillería, y en menos de una semana comenzó a ceder, pese a ser la mejor arma
contra los otomanos, ya que constaba de tres anillos gruesos de murallas con
fosos de entre 30 y 70
metros de profundidad.
Todos
los días, al anochecer, los bizantinos se escabullían fuera de la ciudad para
reparar los daños causados por el cañón con sacos y barriles de arena, piedras
despedazadas de la propia muralla y empalizadas de madera, mientras los
defensores se defendían con sus arqueros mediante lanzamientos de flechas y con
ballesteros de dardos. Los otomanos evitaron el ataque por la costa, puesto que
las murallas eran reforzadas por torres con cañones y artilleros que podrían
destruir toda la flota en poco tiempo. Por eso, el ataque inicial se restringió
casi solamente a un frente, lo que facilitó tiempo y mano de obra suficientes a
los bizantinos para soportar el asedio.
El
22 de abril, el sultán asestó un golpe estratégico en las defensas bizantinas
con la ayuda de la maniobra ideada por su general Zaganos Pasha.
Imposibilitados para atravesar la cadena que cerraba el Cuerno de Oro, el
sultán ordenó la construcción de un camino de rodadura al norte de Pera, por
donde sus navíos podrían ser empujados por tierra, evitando la barrera. Con los
navíos posicionados en un nuevo frente, los bizantinos no tendrían recursos
para reparar después sus murallas. Sin elección, los bizantinos se vieron
forzados a contraatacar y el 25 de abril intentaron un ataque sorpresa a los turcos
en el Cuerno de Oro, pero fueron descubiertos por espías y ejecutados. Los
bizantinos, entonces, decapitaron a 260 turcos cautivos y arrojaron sus cuerpos
sobre las murallas del puerto.
Bombardeados
diariamente en dos frentes, los bizantinos raramente eran atacados por los
soldados turcos. El 7
de mayo, el sultán intentó un nuevo ataque al valle del Lico, pero fue
nuevamente repelido. Al final del día, los otomanos comenzaron a mover una gran
torre de asedio, pero durante la noche un comando bizantino se escabulló sin
ser descubierto por los escuchas turcos y prendió fuego a la torre de madera.
Los turcos también intentaron abrir minas por debajo de las murallas, pero los
griegos consiguieron contraminar tres galerías turcas con diverso éxito.
Con
los impactos de artillería de los cañones las murallas sufrían grandes brechas
por donde penetraban los jenízaros, que para salvar los fosos se dedicaban a
recoger ramas, toneles, además de los bloques de piedra de las murallas
derruidas, para rellenar los fosos y poder penetrar para luchar cuerpo a cuerpo
con los bizantinos. La mano de obra estaba sobrecargada, los soldados cansados
y los recursos escaseaban. El mismo Constantino XI coordinaba las defensas,
inspeccionaba las murallas y animaba a las tropas por toda la ciudad.
La
resistencia de Constantinopla comenzó a decaer cuando cundió el desánimo
causado por una serie de malos presagios. En la noche del 24 de mayo hubo un
eclipse lunar, recordando a los bizantinos una antigua profecía de que la
ciudad sólo resistiría mientras la
Luna brillase en el cielo. Al día siguiente, durante una
procesión, uno de los iconos de la Virgen María cayó al suelo. Luego, de
repente, una tempestad de lluvia y granizo inundó las calles. Los navíos
prometidos por los venecianos todavía no habían llegado y la resistencia de la
ciudad estaba al límite.
Al
mismo tiempo, los turcos otomanos afrontaban sus propios problemas. El costo
para sostener un ejército de 100.000 hombres era muy grande y los oficiales
comentaban la ineficiencia de las estrategias del Sultán hasta entonces. Mehmed
II se vio obligado a lanzar un ultimátum a Constantinopla: los turcos
perdonarían las vidas de los cristianos si el emperador entregaba la ciudad.
Como alternativa, prometió levantar el cerco si Constantino pagaba un pesado
tributo que ascendía a cien mil besantes de oro al año. Como los tesoros
estaban vacíos desde el saqueo de la Cuarta Cruzada, Constantino se vio
obligado a rechazar la oferta y Mehmed, a lanzar un ataque rápido y decisivo.
Mehmed
ordenó que las tropas descansasen el
día 28 de mayo para prepararse para el asalto final en el día siguiente, ya que
sus astrólogos le habían profetizado que el día 29 sería un día nefasto para los infieles.
Por primera vez en casi dos meses, no se oyó el ruido de los cañones ni de las
tropas en movimiento. Para romper el silencio y levantar la moral en el momento
decisivo, todas las iglesias de Constantinopla tocaron sus campanas durante
todo el día. El emperador y el pueblo rezaron juntos en Santa Sofía por última
vez, antes de ocupar sus puestos para resistir el asalto final, que se produjo
antes del amanecer.
Durante
esa madrugada del día 29 de mayo de 1453, el sultán otomano Mehmed lanzó un
ataque total a las murallas, compuesto principalmente por mercenarios y
prisioneros, concentrando el ataque en el valle del Lico. Durante dos horas, el
contingente principal de mercenarios europeos fue repelido por los soldados
bizantinos bajo el mando de Giustiniani, provisto de las mejores armas y
armaduras y protegido por las murallas. Pero con las tropas cansadas, tendrían
ahora que afrontar al ejército regular de 80.000 turcos.
Con
los ataques concentrados en el valle del Lico, los bizantinos cometieron la
imprudencia de dejar la puerta de la muralla noroeste semiabierta. Un
destacamento jenízaro otomano penetró por allí e invadió el espacio entre las
murallas externas e interna, muriendo muchos de ellos al caer al foso. En ese
momento, el comandante Giovanni Giustiniani Longo fue herido y fue evacuado
apresuradamente hacia un navío. Constantino, avisado inmediatamente del hecho,
fue hacia él y lo quiso convencer de no alejarse del lugar, le habló de la
importancia de mantenerse como fuera en el campo de batalla, pero el genovés
habría intuido la gravedad del asunto y lamentablemente se mantuvo firme en su
deseo de retirarse para ser atendido.
Cuando
el resto de los soldados genoveses vieron que se llevaban a su capitán pasó lo
que era de esperar: se desmoralizaron y desertaron de sus puestos en la muralla
siguiendo el camino de su capitán, justo en el preciso momento en que
arreciaban las fuerzas de los jenízaros en el lugar. Sin su liderazgo, los
soldados griegos lucharon desordenadamente contra los disciplinados turcos. La
muerte de Constantino XI es una de las leyendas más famosas del asalto, ya que
el emperador luchó hasta la muerte en las murallas tal y como había prometido a
Mehmed II cuando este le ofreció el gobierno de Mistra a cambio de la rendición
de Constantinopla. Decapitado, su cabeza fue capturada por los turcos, mientras
que su cuerpo era enterrado en Constantinopla con todos los honores.
La
caída de Constantinopla causó una gran conmoción en Occidente, y se pensaba que
era el principio del fin del cristianismo. Se llegaron a iniciar conversaciones
para formar una nueva
cruzada que liberase Constantinopla del yugo turco, pero ninguna nación pudo
ceder tropas en aquel tiempo. Los mismos genoveses se apresuraron a presentar
sus respetos al Sultán y así pudieron mantener sus negocios en Pera por algún tiempo.
Con Constantinopla, y por ende el Bósforo, bajo dominio musulmán, el comercio
entre Europa y Asia declinó súbitamente. Ni por tierra ni por mar los
mercaderes cristianos conseguirían pasaje para las rutas que llevaban a la
India y a China, de donde provenían las especias usadas para conservar los
alimentos, además de artículos de lujo, y hacia donde se destinaban sus
mercancías más valiosas.
De
esta manera, las naciones europeas iniciaron proyectos para el establecimiento
de rutas comerciales alternativas. Portugueses y castellanos aprovecharon su
posición geográfica junto al océano Atlántico para tratar de llegar a la India
por mar. Los portugueses trataron de llegar a Asia circunnavegando África,
intento que culminó con el viaje de Vasco da Gama entre 1497-1498. En cuanto a
Castilla, los Reyes Católicos financiaron la expedición del navegante Cristóbal
Colón, quien veía una posibilidad de llegar a Asia por el oeste, a través del
Océano Atlántico, intento que culminara en 1492 con el arribo a América, dando
inicio al proceso de ocupación del Nuevo Mundo. Los dos países, otrora con
escasa influencia en el escenario político europeo, ocupados como habían estado
en la Reconquista, se convirtieron en el siglo XVI en las naciones más
poderosas del mundo, estableciendo un nuevo orden mundial.
Otra
importante consecuencia de la caída de Constantinopla fue la huida de numerosos
sabios griegos a las cortes italianas de la época, lo que auspició en gran
medida el Renacimiento. Por
último, la tradición cultural griega habla sobre una profecía referida al
porvenir de la ciudad: “Un Constantino la
construyó, un Constantino la perdió y un Constantino la recuperará”.