El
29 de julio de 1480, a
primeras horas de la mañana, desde las murallas de Otranto se hizo visible en
el horizonte una flota de 90 galeras, 15 mahonas y 48 galeotas, con 18 mil
soldados a bordo. La armada era guiada por el Bajá Gedik Ahmed, que estaba a
las órdenes de Mahoma II, llamado Fatih, el Conquistador, o sea el sultán que
en 1451, apenas a los 21 años, había ascendido a jefe de la tribu de los
otomanos.
En
1453, guiando un ejército de 260 mil turcos, Mahoma II conquistó Bizancio, la
"segunda Roma", y desde entonces abrigaba el proyecto de llegar a la
Roma verdadera y transformar la Basílica de San Pedro en establo para sus
caballos. En
junio de 1480 juzgó maduro el
tiempo para completar la obra: quitó el asedio a Rodi,
defendida con coraje por sus caballeros, y dirigió su flota hacia el mar
Adriático. Otranto era –y es– la
ciudad más oriental de Italia. La importancia de su puerto le había hecho
asumir el papel de puente entre oriente y occidente.
Circundado
por el asedio, el castillo, dentro de cuyas murallas se habían refugiado todos
los habitantes del barrio, estaba defendida por solo 400 soldados que no
tardaron en abandonar la ciudad, quedando en ella solo sus habitantes. Los
turcos se acercaron a la ciudad de Otranto, con unas 150 naves y más de 15.000
hombres. La ciudad tenía 6.000 habitantes y
había sido abandonada por las milicias aragonesas, empeñadas en Toscana. Apenas
comenzado el asedio, que duró unos 15 días, se les intimó la rendición como
renuncia a la fe en Cristo y conversión al Islam. Al ser rechazada,
bombardearon la ciudad, que cayó en manos de los invasores el 12 de agosto. El
ejército enardecido masacró sin piedad a quien se ponía a golpe de cimitarra.
Después
de quince días de asedio, al amanecer del 12 de agosto, los otomanos concentran
el fuego contra uno de los puntos más débiles de las murallas, abren una
brecha, irrumpen en las calles, masacran a quien se le ponía a tiro y llegan a
la catedral donde se había refugiado buena parte de los habitantes. Llegando
a la catedral, donde se habían refugiado una buena parte de los habitantes, los
otomanos derribaron la puerta y cercaron al arzobispo Stefano Pendinelli, que
estaba celebrando la Santa Misa y distribuyendo la Eucaristía a los presentes.
Monseñor Pendinelli fue horriblemente despedazado en el acto. Junto al prelado,
mataron a los canónigos, religiosos y demás fieles que se encontraban en el
templo.
Entre
aquellos héroes hubo uno de nombre Antonio
Primaldo, sastre de profesión, avanzado de edad, quien, en nombre de todos,
afirmó: "Todos creemos en
Jesucristo, Hijo de Dios, y estamos dispuestos a morir mil veces por Él".
El Bajá Gedik Ahmed decreta la condena a muerte de todos los 800 prisioneros. A
la mañana siguiente estos son conducidos con sogas al cuello y con las manos
atadas a la espalda a la colina de la Minerva, pocos cientos de metros fuera de
la ciudad. Repitieron toda la profesión de fe y la generosa respuesta dada
antes; por lo que el tirano ordenó que se procediese a la decapitación y, antes
que a los otros, fuese cortada la cabeza al viejo Antonio Primaldo.
Dobló
la frente, se le cortó la cabeza, pero el cuerpo se puso de pie: y a pesar de
los esfuerzos de los asesinos, permaneció erguido inmóvil, hasta que todos
fueron decapitados. El
prodigio evidentemente estrepitoso habría sido una lección para la salvación de
los musulmanes. Un solo verdugo de nombre Berlabei, valerosamente creyó en el
milagro y, declarándose en alta voz cristiano, fue condenado a la pena del
palo.
Los
cuerpos inertes quedaron a la intemperie durante un año en el lugar del
suplicio, donde fueron encontrados incorruptos por las tropas enviadas para
liberar Otranto. En junio de 1481, los restos fueron llevados a la iglesia
cercana “a la fuente de la Minerva” y trasladados el 13 de octubre siguiente a
la Catedral. A comienzos de 1500 se erigió una capilla dentro de la Catedral
para acoger definitivamente las reliquias, meta constante de peregrinaciones. Antonio
Primaldo y sus compañeros fueron de inmediato reconocidos mártires por la
población y cada año la Iglesia local, el 14 de agosto, celebra devotamente su
memoria. El 14 de diciembre de 1771 fue emanado el decreto de confirmación del
culto ab immemorabili tributado a los mártires.
En
1988 fue nombrada por el entonces arzobispo de Otranto, monseñor Vincenzo
Franco, la comisión histórica. En los años 1991-1993 se realizó la
investigación diocesana, reconocida válida por la Congregación para las Causas
de los Santos el 27 de mayo de 1994. El 6 de julio de 2007, Benedicto XVI
aprobó el decreto con el que se reconocía que los Beatos Antonio Primaldo y
compañeros habían sido asesinados por su fidelidad a Cristo. "Nuestra
diócesis esperaba este momento desde hace tiempo --escribe el arzobispo de
Otranto, monseñor Donato Negro-- en una época de crisis profunda, la inminente
canonización de nuestros mártires es una fuerte invitación a vivir hasta el
fondo el martirio cotidiano, hecho de fidelidad a Cristo y a su Iglesia”. El
milagro reconocido, necesario para el citado decreto, se refiere a la curación
de un cáncer de Sor Francesca Levote, religiosa profesa de las Hermanas Pobres
de Santa Clara"
Benedicto
XVI fijó la fecha de canonización en el Consistorio Ordinario Público del
pasado 11 de febrero. El
domingo 12 de mayo de 2013, el papa Francisco canonizo a los
800 mártires de Otranto y dijo durante la ceremonia:
“Hoy la Iglesia propone a nuestra
veneración una multitud de mártires, que juntos fueron llamados al supremo
testimonio del Evangelio, en 1480” .
“Casi 800 personas,
supervivientes del asedio y de la invasión de Otranto, fueron decapitadas en
las afueras de la ciudad. No quisieron renegar de la propia fe y murieron
confesando a Cristo resucitado. ¿Dónde encontraron la fuerza para permanecer
fieles? Precisamente en la fe, que nos hace ver más allá de los límites de
nuestra mirada humana, más allá de la vida terrena, hace que contemplemos ‘los
cielos abiertos’ – como dice san Esteban – y a Cristo vivo a la derecha del
Padre”.
“Dios no dejará que
nos falten las fuerzas ni la serenidad. Mientras veneramos a los Mártires de
Otranto, pidamos a Dios que sostenga a tantos cristianos que, precisamente en
estos tiempos y en tantas partes del mundo, ahora, todavía sufren violencia, y
les dé el valor para ser fieles y para responder al mal con el bien”