Cuando
los primeros cristianos, poco después de morir Jesús, empezaron a predicar el
Evangelio a los paganos, sintieron la necesidad de dejar en claro que también
ellos estaban llamados a participar de la Eucaristía y a recibir el cuerpo de
Jesús; que Jesús no había venido a salvar únicamente a los judíos sino también
a los paganos. Y la forma que encontraron de hacerlo fue mediante la creación
de un relato paralelo de la multiplicación de los panes, muy parecido al
anterior, pero en vez de estar ubicado en la orilla occidental del lago de
Galilea, situara a Jesús en la margen oriental (Mc 7,31), ya que el lado
oriental del lago no era territorio judío sino pagano.
Así
se explica porqué actualmente existen en los evangelios dos relatos de la
multiplicación de los panes. Y así también se entiende porqué, cuando los
comparamos, los dos relatos tienen detalles muy diferentes. Si ahora comparamos
los dos relatos desde esta perspectiva, podremos entender mejor el sentido de
las divergencias que hay entre uno y otro:
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En el primer relato, la gente se reunió en grupos de 100 y de 50 personas para
comer (Mc 6,40); porque el pueblo de Israel, durante su marcha por el desierto
con Moisés, estaba organizado en grupos de 100 y de 50 (Ex 18,25; Dt 1,15). En
el segundo relato, la gente se organizó espontáneamente para comer, lo que
muestra la libertad de las naciones gentiles frente a las estructuras judías.
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En el primer milagro, los apóstoles toman la iniciativa y se afligen por el
hambre de la gente (Mc 6,35-36), lo cual muestra la preocupación de los
primeros cristianos por transmitir el Evangelio a los judíos. En el segundo
milagro, la gente esperó tres días sin comer y los apóstoles no reaccionaron,
hasta que Jesús les hizo advertir el hambre de ellos (Mc 8,1-3), señalando así
el recelo y la demora de los primeros cristianos en predicar el Evangelio a los
paganos.
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En el primer milagro, Jesús siente lástima de la gente “porque estaban como
ovejas sin pastor” (Mc 6,34). Se cita, así, una profecía de Ezequiel (Ez
34,5-6), que anunciaba que Dios se iba a ocupar del hambre de su pueblo (Ez
34,13). En cambio en el segundo milagro, Jesús siente lástima de la gente
“porque llevan tres días sin comer” (Mc 8,2). Indica que también los paganos,
aunque no entraban en la profecía, son amados por Dios, y por eso él se ocupa
de su hambre.
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En el primer milagro, la gente se recuesta “en la hierba verde” (Mc 6,39). Es
una alusión al Salmo 22, muy conocido por los judíos, donde se dice: “Dios es
mi pastor, nada me falta; en hierbas verdes me hace recostar” (Sal 22, 1.2). En
cambio en el segundo milagro la gente se sienta “sobre la tierra ” (Mc 8,6), que
simboliza la universalidad, la totalidad del mundo, de donde venían los
paganos.
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En la comida con los judíos, las sobras de pan se recogieron en doce “canastas”
(Mc 6,43); la palabra griega usada (kófinos) indica los recipientes pequeños,
tejidos de caña y mimbre, comúnmente usados por los judíos. En cambio en la
comida con los paganos, las sobras se recogieron en siete “cestas” (Mc 8,8);
aquí el término griego (spyrís) alude a los recipientes grandes de cuerda,
empleados por los paganos para sus provisiones; el gran tamaño de estas cestas,
a diferencia de las primeras, indica la multitud de los pueblos paganos
invitados a la Eucaristía.
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En el primer milagro, Jesús tomó los panes y “pronunció la bendición” (Mc
6,41). En cambio en el segundo Jesús tomó los panes y “dio gracias” (Mc 8,6).
Las dos palabras significan lo mismo, y se refieren al acto de bendecir a Dios
por los alimentos antes de comer. Pero “pronunciar la bendición” (euloguéin, en
griego) es la expresión típica que empleaban los judíos en su círculo familiar,
mientras que “dar gracias” (eujaristéin, en griego) es la fórmula que se
empleaba en los ambientes griegos, es decir, paganos, y por lo tanto más
correcta para la bendición de
Jesús en el segundo grupo de gente.
Estos
detalles son simbólicos y están referidos a esos dos ámbitos lo confirma una
escena posterior del Evangelio. Cuando Jesús, poco después del segundo reparto
de panes, nota la
intranquilidad de los discípulos que se sentían descontentos por tener que ir a
misionar al extranjero, les dice: “¿Aún no entienden? ¿Es que tienen la mente
embotada? ¿No se acuerdan cuando repartí los 5 panes a los 5.000? ¿Cuántos
canastos de sobras recogieron?” Los discípulos le dijeron: “Doce”. “Y cuando
repartí los 7 entre los 4.000, ¿cuántas cestas de trozos recogieron?” Le
dijeron: “Siete”. “¿Y todavía no entienden?” (Mc 8,14-21). Este diálogo de
Jesús y sus discípulos muestra la importancia que tenían los números simbólicos
de la multiplicación de panes. Querían significar que tanto el pueblo judío
(los 5.000) como el pueblo pagano (los 4.000) estaban llamados a formar un solo
pueblo, cada uno con sus particularidades, características y rasgos propios,
pero unidos bajo la autoridad y el amor del Señor, y compartiendo el mismo pan.
Qué
grande debió de haber sido la sensibilidad de los primeros cristianos, que ante
la preocupación de que los paganos se sintieran excluidos y se quedaran lejos
de la Eucaristía, dejaron expresamente aclarado que el Maestro de Nazaret era
maestro de todos y había venido para todos. Los cristianos modernos no tienen
esa misma sensibilidad. Al contrario, muchos consideran la comunión dominical
como un premio exclusivo para algunos, un reconocimiento para los que han sido
buenos, una recompensa por la santidad personal, un homenaje a las obras
meritorias que hicieron durante la semana.
Pero
la comunión es el alimento de los débiles, de los que no encuentran el rumbo y
acuden a Jesucristo para que los levante de sus miserias y ponga un poco de luz
en sus vidas. Y en vez de criticar a quienes van a comulgar, debería dolernos
descubrir cómo cada vez más gente está alejada de la comunión, o incluso
indiferente; y por ello, alejada de nuestra asamblea, de nuestro servicio, de
nuestra atención. Quienes crearon el segundo relato de la multiplicación de los
panes imaginaron una escena que históricamente no existió, pero que reflejaba
perfectamente la voluntad de Jesús: que nadie quedara lejos de su pan, de su
amor, de su amistad. Hoy sigue siendo el sueño de nuestra Iglesia: que millones
de hermanos, que están confundidos, alejados y desorientados, vuelvan a
acercarse a la comunidad cristiana y se sientan cómodos en ella, sin ser
marginados ni rechazados, para que Jesús pueda repartirles su pan. Un pan que
la Iglesia tarda demasiado en hacerles llegar.
Fuente:
Revista
Vida Pastoral
(Argentina)