La arqueología también puede
darnos una mano, en esta tarea de intentar conocer mejor la situación social de
Pedro y Andrés. En efecto, gracias a antiguas inscripciones descubiertas entre
los restos del antiguo pueblo, los arqueólogos han podido identificar y
estudiar la casa en la que vivían los dos pescadores, en Cafarnaúm. Se trataba
de una vivienda amplia, un poco más grande que la mayoría de las otras casas
halladas en Cafarnaúm. Estaba formada por un conjunto de siete habitaciones,
agrupadas alrededor de un patio común. En cada una de ellas residía una
familia.
Así se entiende que el evangelista
Marcos diga que la casa era “de Simón
y de Andrés” (Mc 1,29), o sea, de los dos hermanos. Cada uno de ellos
tendría su mujer y sus hijos, que vivirían en una habitación distinta. A esto
hay que agregar que también en esa casa vivía la suegra de Simón (Mc 1,30), la
cual a su vez podía haber tenido otros miembros de la familia , como su marido, o
hermanos. Era, pues, un complejo habitacional compartido al menos por esas tres
familias, además de otros posibles integrantes del mismo clan.
Aunque no era una casa lujosa, se
pudo comprobar que estaba situada en el centro mismo del pueblo, a sólo dos
cuadras de la gran sinagoga, sobre la avenida principal de la ciudad, y a
metros de la orilla del lago. Todo esto revela el nivel socioeconómico elevado
de sus ocupantes. Volvamos ahora a la pregunta inicial: ¿eran los apóstoles de
Jesús gente ignorante y ruda? Si resumimos las conclusiones que hemos
presentado hasta aquí, más bien parece lo contrario.
Eran dueños de una pequeña empresa
de pesca, que contaba con varios jornaleros más como empleados. Se habían
trasladado de su Betsaida natal a Cafarnaúm para obtener especiales beneficios
fiscales, mostrando así su capacidad de emprendimiento y su gran tacto para los
negocios. Eran personas hábiles, que dominaban su oficio de pescadores, y que
se manejaban muy bien en el mundo del comercio y las finanzas.
Tres de ellos (y tal vez algún
otro más), por ser de Betsaida, eran bilingües, lo cual les permitía moverse
con soltura tanto en los ambientes judíos como en los círculos de lengua
griega. Llevaban un nivel de vida acomodado, como se deduce de la casa que
tenían en Cafarnaúm (amplia y cómoda, en pleno centro del pueblo, y a dos
cuadras de la sinagoga), y por la casa identificada por los arqueólogos en
Betsaida como perteneciente a gente de la misma profesión.
Como empresarios eran hombres
libres: podían elegir cuándo trabajar y cuándo cortar su jornada laboral.
Habían hecho además una importante inversión en barcas y en redes, que les
aseguraba un puesto de trabajo y una cierta independencia económica. Todo esto
nos enseña que cuando Pedro, hablando con Jesús sobre las riquezas, le dijo: “Nosotros lo hemos dejado todo para
seguirte” (Mc 10,28), no estaba haciendo ningún alarde, ni exagerando
las cosas. Cuando esos pescadores lo dejaron todo, en verdad dejaron mucho.
Juan, al final de su Evangelio,
describe una escena de pesca en la que participan siete apóstoles: Simón Pedro,
Andrés, Santiago, Juan, Tomás el Mellizo, Natanael y otros dos cuyos nombres no
se citan (Jn 21,1-11). Parece, pues, que al menos la mitad de los discípulos (y
precisamente los más significativos) eran pescadores. Ahora bien, por el nivel
de vida del que gozaban estos profesionales, podemos concluir que no eran en
absoluto gente ignorante, inculta y ruda, sino más bien personas idóneas para
su tiempo, preparadas y hábiles, capaces de comprender un mensaje como el
predicado por Jesús, asumirlo con sus vidas, y transmitirlo a las comunidades
cristianas posteriores. Por lo tanto, la credibilidad del Evangelio y la
fiabilidad de las tradiciones que ellos comunicaron, por ese lado quedan a
salvo.
Los apóstoles de Jesús eran
expertos pescadores, y habían organizado sus vidas alrededor de su profesión.
Pero un día se cruzaron con Jesús, y descubrieron que aquel inmenso lago,
fuente de sus riquezas y prosperidad económica, ya no les atraía. Y tomaron la
gran decisión de sus vidas: dejarlo todo para irse con Jesús. Así comprendieron
que lo realmente valioso no era lo que habían dejado, sino lo que habían
adquirido. Porque cuando uno decide seguir a Jesús, descubre que las demás
cosas no valían tanto como antes pensaba.
La actitud de los apóstoles nos
enseña que el seguimiento de Jesús no es para gente mediocre. No es para
quienes no tienen nada más que hacer en la vida , o no encuentra otra cosa a la cual
dedicarse. No es para los desilusionados del mundo, o los que quieren huir de
las realidades materiales. No. Es para quienes tienen mucho que hacer en la vida. Para los que
tienen emprendimientos, están llenos de trabajo, repletos de actividades, y con
grandes ambiciones en sus negocios. Pero que a pesar de eso descubren en el
seguimiento del Señor un camino más perfecto para su oficio, y por eso deciden
seguirlo. La felicidad es poder andar cada día con la seguridad, la paz, la
tranquilidad que da Jesús de Nazaret, sin importar a dónde nos lleve él. Porque
si andamos con Jesús, no existe el camino hacia la felicidad. La
felicidad es el camino.
Ariel Álvarez Valdés
Biblista