Antes de
retornar a Roma el Papa quiso reunirse con los miles de jóvenes que en estos
días ofrecieron lo mejor de sí como voluntarios de la JMJ, manifestándoles
sincero agradecimiento por su dedicación y empeño, que sin duda ha contribuido
al rotundo éxito de esta “semana de los jóvenes” del mundo en Río. “Cada uno de
ustedes, a su manera, les dijo, ha sido un medio que ha facilitado a miles jóvenes
tener ‘preparado el camino’ para encontrar a Jesús. Y éste es el servicio más bonito
que podemos realizar como discípulos misioneros: Preparar el camino para que
todos puedan conocer, encontrar y amar al Señor. A ustedes, que en este período
han respondido con tanta diligencia y solicitud a la llamada para ser
voluntarios de la Jornada Mundial de la Juventud, les quisiera decir: Sean
siempre generosos con Dios y con los otros. No se pierde nada, y en cambio, es grande la riqueza de
vida que se recibe" (RC-RV)
Discurso
del Papa
Queridos
voluntarios
Buenas
tardes
No podía
regresar a Roma sin haberles dado las gracias personal y afectuosamente a cada
uno de ustedes por el trabajo y la dedicación con que han acompañado, ayudado,
servido a los miles de jóvenes peregrinos; por tantos pequeños gestos que han
hecho de esta Jornada Mundial de la Juventud una experiencia inolvidable de fe.
Con la sonrisa de cada uno de ustedes, con su amabilidad, con su disponibilidad
para el servicio, han demostrado que “hay más dicha en dar que en recibir” (Hch
20,35).
El servicio
que han prestado en estos días me ha recordado la misión de san Juan Bautista, que
preparó el camino a Jesús. Cada uno de ustedes, a su manera, ha sido un medio
que ha facilitado a miles jóvenes tener “preparado el camino” para encontrar a
Jesús. Y éste es el
servicio más bonito que podemos realizar como discípulos
misioneros: Preparar el camino para que todos puedan conocer, encontrar y amar
al Señor. A ustedes, que en este período han respondido con tanta diligencia y
solicitud a la llamada para ser voluntarios de la Jornada Mundial de la
Juventud, les quisiera decir: Sean siempre generosos con Dios y con los otros.
No se pierde nada, y en cambio, es
grande la riqueza de vida que se recibe.
Dios llama
a opciones definitivas, tiene un proyecto para cada uno: descubrirlo, responder
a la propia vocación, es caminar hacia la realización feliz de uno mismo. Dios
nos llama a todos a la santidad, a vivir su vida, pero tiene un camino para
cada uno. Algunos son llamados a santificarse construyendo una familia mediante el
sacramento del matrimonio. Hay quien dice que hoy el matrimonio está “pasado de
moda”; en la cultura de lo provisional, de lo relativo, muchos predican que lo
importante es “disfrutar” el momento, que no vale la pena comprometerse para
toda la vida, hacer opciones definitivas, “para siempre”, porque no se sabe lo
que pasará mañana.
Yo, en
cambio, les pido que sean revolucionarios, que vayan contracorriente; sí, en
esto les pido que se rebelen contra esta cultura de lo provisional, que, en el
fondo, cree que ustedes no son capaces de asumir responsabilidades, que no son
capaces de amar verdaderamente. Yo tengo confianza en ustedes, jóvenes, y pido
por ustedes. Atrévanse a “ir contracorriente”. Atrévanse a ser felices.
El Señor
llama a algunos al sacerdocio, a entregarse totalmente a Él, para amar a todos
con el corazón del Buen Pastor. A otros los llama a servir a los demás en la vida religiosa: en los
monasterios, dedicándose a la oración por el bien del mundo, en los diversos
sectores del apostolado, gastándose por todos, especialmente por los más
necesitados. Nunca olvidaré aquel 21 de septiembre –tenía 17 años- cuando,
después de haber entrado en la iglesia de San José de Flores para confesarme, sentí por
primera vez que Dios me llamaba. ¡No tengan miedo a lo que Dios pide! Vale la
pena decir “sí” a Dios. ¡En Él está la alegría!
Queridos
jóvenes, quizá alguno no tiene todavía claro qué hará con su vida. Pídanselo al
Señor; Él les hará ver el camino. Como hizo el joven Samuel, que escuchó dentro
de sí la voz insistente del Señor que lo llamaba pero no entendía, no sabía qué
decir y, con la ayuda del sacerdote Elí, al final respondió a aquella voz:
Habla, Señor, que yo te escucho (cf. 1 S 3,1-10). Pidan también al Señor: ¿Qué
quieres que haga? ¿Qué camino he de seguir?
Queridos
amigos, de nuevo les doy las gracias por lo que han hecho en estos días. No
olviden lo que han vivido aquí. Cuenten siempre con mis oraciones y estoy
seguro de que yo puedo contar con las de ustedes.
Fuente: