PROGRAMA Nº 1202 | 18.12.2024

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Concilio de Calcedonia

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Fue un concilio ecuménico que tuvo lugar entre el 8 de octubre y el 1 de noviembre del año 451 en Calcedonia, ciudad de Bitinia, en Asia Menor. Es el cuarto de los primeros siete concilios ecuménicos de la Cristiandad, y sus definiciones dogmáticas fueron desde entonces reconocidas como infalibles por la Iglesia Católica y por la Iglesia Ortodoxa. Rechazó la doctrina del monofisismo, defendida por Eutiques, y estableció el Credo de Calcedonia, que describe la plena humanidad y la plena divinidad de Cristo, segunda persona de la Santísima Trinidad.

En el Concilio de Éfeso (431) había sido condenada la herejía nestoriana (difisitas), que defendía que las dos naturalezas (divina y humana) de Cristo eran completamente independientes entre sí, es decir, que Cristo era a la vez Dios y hombre, pero formando un compuesto de dos personas distintas. En el concilio, San Cirilo de Alejandría se había distinguido rebatiendo las tesis de Nestorio. Según sus oponentes, Cirilo, al atacar a Nestorio, había incurrido a su vez en error, llegando a negar la existencia de dos naturalezas en Cristo. Había escrito que en Cristo no hay más que una physis, la del Verbo encarnado, utilizando la fórmula «La única physis encarnada de Dios Verbo». En 433, dos años después del concilio, la controversia entre Cirilo y sus adversarios se resolvió con un edicto de unión, en el que explícitamente se hablaba de las dos naturalezas de Cristo.

En 444, dos años después de la muerte de Cirilo, un anciano archimandrita de Constantinopla llamado Eutiques, comenzó a predicar que la naturaleza humana de Cristo estaba como absorbida por la divina, de modo que, en la unión de ambas, no había sino una naturaleza. Eutiques se proclamaba seguidor de Cirilo de Alejandría; sus tesis tuvieron muchos seguidores, entre ellos Dióscoro, sucesor de Cirilo en la sede de Alejandría. La herejía de Eutiques se denomina monofisita, del griego monos ("uno") y physis ("naturaleza") Las ideas de Eutiques encontraron pronto opositores convencidos: entre ellos, Teodoreto de Ciro, Eusebio de Dorilea y Flaviano, patriarca de Constantinopla. En cierto modo, el conflicto monofisita se planteó también como una pugna entre las sedes de Alejandría y de Constantinopla.

En un sínodo regional celebrado en Constantinopla en 448, Eusebio de Dorilea denunció las tesis de Eutiques. El sínodo expresó inequívocamente la ortodoxia de la doctrina de las dos naturalezas, y requirió la presencia de Eutiques. Éste se negó rotundamente a aceptar la decisión del sínodo, reafirmándose en su doctrina de una sola naturaleza de Cristo, por lo que el sínodo lanzó anatema contra él y contra sus partidarios. Eutiques no aceptó la autoridad del sínodo, y recurrió al Papa León I. Éste respondió con la Epístola Dogmática, en la que reafirmaba la doctrina de las dos naturalezas. Esta solución no fue aceptada por Eutiques ni por sus partidarios; a instancias de Dióscoro, el emperador de Oriente, Teodosio II, monofisita, convocó un sínodo general en Éfeso en agosto del año 449. Este acontecimiento es denominado por los historiadores católicos "latrocinio de Éfeso", siguiendo una expresión del Papa León I. El nuevo sínodo declaró la absolución de Eutiques, anatematizando la doctrina de las dos naturalezas, y depuso a Flaviano, patriarca de Constantinopla, quien fue conducido al destierro y falleció a consecuencia de los malos tratos que le dispensaron sus captores.

El Papa movió todos los hilos a su alcance para modificar la situación: escribió al emperador Teodosio II, a su hermana Pulqueria, partidaria del entendimiento con Roma, e intentó hacer intervenir al emperador de Occidente, Valentiniano III. Se abrió una profunda crisis entre León I y Dióscoro, patriarca de Alejandría, quien llegó a excomulgar al Papa. La muerte de Teodosio II en 450 produjo un giro en la situación: fue sucedido por Pulqueria; ella, y su marido Marciano eran partidarios de las tesis de Flaviano y León, y realizaron varios gestos, como conducir a Constantinopla los restos de Flaviano para darles solemne sepultura. Finalmente, decidió convocarse el concilio, no en Italia, como pretendía el Papa, sino en Calcedonia, en Asia Menor.

El concilio se reunió en Calcedonia en octubre de 451. Asistieron unos 600 obispos, de los que solamente 2 eran occidentales, dejando aparte los legados pontificios. Frente a la mayor estabilidad del imperio romano oriental, en occidente hay que tener en cuenta que en ese año 451 se produciría el enfrentamiento con los hunos de Atila, (Batalla de los Campos Cataláunicos) y la famosa intervención, legendaria o cierta, evitando que el Huno marchara sobre Roma, del propio papa León I; quien no impediría la destrucción y saqueo de Roma por los vándalos de Genserico tres años más tarde.

La presidencia del Concilio fue ocupada por el patriarca de Constantinopla, Anatolio, al lado de los representantes del Papa. El emperador Marciano apoyaba decididamente la ortodoxia. En la tercera sesión, se reconoció la Epístola Dogmática del Papa como documento de fe. Terminada su lectura los padres conciliares exclamaron "Pedro ha hablado por boca de León". Dióscoro fue condenado por unanimidad -parece ser que los obispos egipcios fueron presionados-, y todos sus decretos fueron declarados nulos. Los partidarios de Eutiques debieron aceptar la Epístola del Papa para continuar formando parte de la Iglesia. Trece obispos egipcios, sin embargo, rehusaron aceptarla, arguyendo que sólo aceptarían "la fe tradicional".

El texto principal de las decisiones del Concilio es el siguiente:

Siguiendo, pues, a los Santos Padres, todos a una voz enseñamos que ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad, Dios verdaderamente, y el mismo verdaderamente hombre de alma racional y de cuerpo, consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y el mismo consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado [Hebr. 4, 15]; engendrado del Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad, y el mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María Virgen, madre de Dios, en cuanto a la humanidad; que se ha de reconocer a uno solo y el mismo Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unión, sino conservando, más bien, cada naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una sola hipóstasis, no partido o dividido en dos personas, sino uno solo y el mismo Hijo unigénito, Dios Verbo Señor Jesucristo, como de antiguo acerca de Él nos enseñaron los profetas, y el mismo Jesucristo, y nos lo ha trasmitido el Símbolo de los Padres. Así, pues, después que con toda exactitud y cuidado en todos sus aspectos fue por nosotros redactada esta fórmula, definió el santo y ecuménico Concilio que a nadie será lícito profesar otra fe, ni siquiera escribirla o componerla, ni sentirla, ni enseñarla a los demás.

En su canon 28, el Concilio aprobó también la práctica equiparación de las sedes de Roma y Constantinopla. Esta decisión fue tomada en ausencia de los legados del papa y anulada por éste. El ya nombrado Anatolio, que presidía, escribió así al papa refiriéndose a esto: "quedando reservada a la autoridad de Vuestra Beatitud toda la validez y la aprobación de tal acto". Se dice que en este concilio fue la primera vez que se utilizó el término griego prosopon, que quiere decir máscara, para referirse a persona, como hoy conocemos el término.

La principal consecuencia del Concilio fue el cisma de los monofisitas. El Patriarca de Alejandría no aceptó el concilio y finalmente terminó por escindir su patriarcado del resto de la Iglesia. También muchos obispos repudiaron el concilio arguyendo que la doctrina de las dos naturalezas era prácticamente nestoriana. En las principales sedes apostólicas del Imperio bizantino, se abrió un período de disputas entre monofisitas y ortodoxos, con diversas vicisitudes, en las que intervinieron a menudo los emperadores. Aquí tienen su origen las antiguas iglesias orientales, que aún hoy rechazan los resultados del Concilio: la Iglesia Copta que nació de la ruptura del Patriarcado de Alejandría con el resto de la Iglesia, la Iglesia Apostólica Armenia, la Iglesia Ortodoxa Siríaca y la Iglesia Ortodoxa Malankara, de la India.

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