Partiendo
del texto de los Hechos de los Apóstoles, que conocemos bien: la conversión de
Saulo, que luego se llamará Pablo, uno de los más grandes evangelizadores (cf.
Hch 9,4-5). Saulo era un perseguidor de los cristianos, pero mientras recorre
el camino que conduce a la ciudad de Damasco, de repente una luz lo envuelve,
cae a tierra y oye una voz que le dice: ¿"Saulo, Saulo, por qué me
persigues? Él pregunta: ¿"Quién eres, Señor?", y la voz responde:
"Yo soy Jesús, a quien tú persigues" (v. 3-5).
Esta
experiencia de Pablo nos cuenta la profundidad de la unión entre los cristianos
y el mismo Cristo. Cuando Jesús ascendió al cielo, no nos dejó huérfanos, sino
con el don del
Espíritu Santo, la unión con Él se ha vuelto aún más intensa. El Concilio
Vaticano II en la Constitución Dogmática. Lumen Gentium, afirma que Jesús "comunicando su Espíritu, constituye
místicamente como su cuerpo a sus hermanos, llamados de todos los pueblos"
La
imagen del cuerpo nos ayuda a comprender este profundo vínculo Iglesia-Cristo,
que Pablo ha desarrollado sobre todo en la primera Carta a los Corintios (cf.
cap. 12). En primer lugar, el cuerpo nos llama a una realidad viva. La Iglesia
no es una asociación benéfica, cultural o política, sino que es un cuerpo vivo,
que camina y actúa en la historia. Y este cuerpo tiene una cabeza, Jesús, que
lo guía, lo alimenta y lo sostiene.
Si
se separa la cabeza del resto del cuerpo, la persona no puede sobrevivir. Así es en la Iglesia: debemos
permanecer unidos cada vez más profundamente a Jesús: Pero no sólo eso: como en
un cuerpo, es importante que corra la savia vital para que viva, así debemos
permitir que Jesús obre en nosotros, que su Palabra nos guíe, que su presencia
en la Eucaristía nos alimente, nos anime, que su amor dé fuerza a nuestro amar
al prójimo.
En
un segundo aspecto de la Iglesia como Cuerpo de Cristo. Pablo dice que como los
miembros del cuerpo humano, aunque diferentes y numerosos, forman un solo cuerpo,
así nosotros fuimos todos bautizados mediante un solo Espíritu en un solo
cuerpo (cf. 1 Cor 12:12-13). En la Iglesia, por lo tanto, hay una gran
variedad, una diversidad de tareas y funciones; no hay la monótona uniformidad,
sino la riqueza de los dones que el Espíritu Santo otorga. Pero hay la comunión
y la unidad: todos están en relación unos con otros y todos participan en la
formación de un solo cuerpo vital, profundamente unido a Cristo.
Recordemos
bien: ser parte de la Iglesia quiere decir estar unidos a Cristo y recibir de
Él la vida divina que nos hace vivir como cristianos, significa permanecer
unidos al Papa y a los Obispos que son instrumentos de unidad y de comunión, y
también significa aprender a superar personalismos y divisiones, entenderse
mejor, armonizar la variedad y las riquezas de cada uno; en una palabra: a
querer más a Dios y a las personas que están junto a nosotros, en la familia , en la parroquia,
en las asociaciones. ¡Cuerpo y extremidades para vivir deben estar unidos! La
unidad es superior a los conflictos, siempre.
Las
divisiones entre nosotros, pero también las divisiones entre las comunidades:
cristianos evangélicos, cristianos ortodoxos, cristianos católicos... pero ¿por
qué divididos? Debemos tratar de lograr la unidad. Tenemos que orar entre
nosotros, católicos, y también con los cristianos, orar para que el Señor nos
dé la unidad: ¡la unidad entre nosotros! Pero, como tendremos la unidad entre
los cristianos, si no somos capaces de tenerla entre nosotros los católicos, de
tenerla en la familia - ¡cuántas
familias luchan y se dividen! Busquen la unidad que es la unidad que hace la
Iglesia y la unidad que viene de Jesucristo. Él nos envía el Espíritu Santo
para hacer la unidad.
El
siguiente comentario, fue un extracto de la catequesis que diera el
Papa Francisco el 19 de Junio de 2013.