En
las primeras sesiones la Curia romana intentó imponer sus puntos de vista
centralizadores, pero se encontró con una fuerte resistencia, la mayoría de los
padres conciliares deseaban una renovación en profundidad de la Iglesia. Así
surgió el choque entre una tendencia conservadora y otra renovadora, aunque el
enfrentamiento no era nuevo en la historia de los concilios, ya que en Trento
se puede detectar la posición conservadora del episcopado italiano y la
renovadora del español y en el Concilio Vaticano I una minoría de los padres
conciliares llega a abandonar el aula conciliar para no votar la Constitución
que definía la infalibilidad pontificia; la Curia intento hacer prevalecer un
principio de autoridad y de unanimidad, pero el papa no lo admitió: “Un
Concilio no es un grupo de monjes cantando a coro”, se dice que
comentó, con su humor de aldeano, sonriendo. Con el apoyo del papa quedaron
canonizadas todas las discusiones y todas las tensiones como algo lógico y
normal.
La
diversidad de los temas estudiados en el Concilio podría sistematizarse en tres
grupos: renovación de la Iglesia, unión con los cristianos y relación con otras
religiones, diálogo con el mundo:
Renovación
de la iglesia.
Fuentes
de revelación.
María
mediadora, y María Madre de la Iglesia.
Liturgia.
“De
ecclesia”. Colegialidad de los obispos.
Función
de los clérigos y papel de los seglares.
Unión
con los cristianos y relación con otras religiones.
Ecumenismo.
Confesiones
cristianas.
Iglesias
orientales.
Diálogo
con el mundo.
Educación
cristiana de la juventud.
Libertad
religiosa.
La libertad religiosa tiene una inmediata
proyección sobre la actitud de los Estados, ya que no es solo interior, la
persona vive en comunidad; sin posibilidad de exteriorizar la fe, la libertad
religiosa debe considerarse suprimida. Un gobierno no puede intervenir en la vida religiosa de sus
ciudadanos arguyendo la
defensa del bien común. En el aula conciliar se dejo bien
patente que el Estado debe ser, al mismo tiempo, tutor del bien común y del
respeto individual a las personas, por lo cual debe limitarse a ofrecer
garantías de que todos podrán practicar sus credos sin dificultades ni
discriminaciones y sin que la posición de una determinada fe implique ventajas
civiles.
Educación cristiana
de la juventud,
es una preocupación constante de la iglesia. Relacionado con la educación ha de
considerarse el tema de la cultura. En la actualidad una cultura universal, un
progreso constante de la ciencia, nuevas concepciones de la vida y del hombre
reclaman tomas de postura de los cristianos. El Concilio se muestra respetuoso
e incluso entusiasta del progreso científico y señala una serie de novedades en
materia de educación. En las discusiones aparecen puntos como el de la
convivencia en las escuelas neutras y mixtas de distintas religiones, la
responsabilidad de los padres y los casos y aspectos en que la sociedad puede
imponerse a los padres, la importancia del laicado en la tarea educativa, la
necesidad de la libertad, la no aceptación de cualquier discriminación social o
económica en la adquisición de un bien primario.
La
declaración del Concilio recoge el derecho universal a la educación, los tres
ámbitos en que son responsables los padres, la sociedad y la Iglesia, la
educación moral y religiosa y la recomendación de que se promuevan las
universidades y escuelas católicas. En conjunto en materia educativa, como en
materia formativa, las decisiones conciliares se movieron en una línea
tradicional, sin grandes innovaciones, y quedaron superados por textos de
teólogos o por mensajes papales posteriores. Frente a la idea cruzada, de lucha
religiosa, que caracterizó muchos momentos del cristianismo y de otras
religiones, el Concilio enarbola un nuevo talante fraternal, de exaltación de
lo que todas las religiones han significado para el hombre y para la promoción
de las manifestaciones más hondas del espíritu. Con respecto a los judíos
señala ese nuevo talante Juan XXIII, quien ordena que se supriman la liturgia cristiana
invocaciones acusadoras.
Con
el Concilio Vaticano se cierra la etapa en la que era posible convocar guerras
santas, la Iglesia católica ha señalado así a las otras Iglesias el camino para
conseguir un mundo más fraterno. La preocupación de Juan XXIII fue potenciar el
papel de los seglares en la
vida de la Iglesia, de ahí que haya observadores seglares en
el concilio. Antes de tratar el tema de la Constitución jerárquica de la
iglesia se coloco un capítulo sobre el “Pueblo
de Dios” en el que se fijó el papel de los laicos como parte integrante de
ese pueblo. El laico es también apóstol activo, su apostolado se ejerce en su
estado de matrimonio y en su actividad profesional y social. El Decreto “sobre el apostolado de los seglares”
afirma que estos tienen mas ocasiones de realizar una tarea apostólica, con el
testimonio de su vida. Además la instauración cristiana de orden temporal exige
inexcusablemente la tarea de los laicos.
En
este Decreto se pone de relieve lo que va a constituir una de las notas más
originales del Concilio Vaticano II, la proyección de la Iglesia sobre el orden
temporal. El apostolado no es ya un monopolio de los clérigos ni su ámbito
exclusivo es el templo; existen otros campos, la familia , el ambiente
social, la cultura y la política nacional e internacional. En todos ellos juegan su
función los laicos y en ciertos ámbitos específicos los diversos profesionales,
los jóvenes, las mujeres. Ningún otro concilio había atendido a esta dimensión
de la vida secular.