Un demonio
es un ser espiritual de naturaleza angélica condenado eternamente. No tiene
cuerpo, no existe en su ser ningún tipo de materia sutil, ni nada semejante a
la materia, sino que se trata de una existencia de carácter íntegramente
espiritual. Spiritus en latín
significa soplo, hálito. Dado que no tienen cuerpo, los demonios no sienten la
más mínima inclinación a ningún pecado que se cometa con el cuerpo. Por tanto
la gula o la lujuria son imposibles en ellos. Pueden tentar a los hombres a
pecar en esas materias, pero sólo comprenden esos pecados de un modo meramente
intelectual, pues no tienen sentidos corporales. Los pecados de los demonios,
por tanto, son exclusivamente espirituales.
Los
demonios no fueron creados malos. Sino que al ser creados, se les ofreció una
prueba, era la prueba previa antes de la visión de la esencia de la Divinidad.
Antes de la prueba veían a Dios pero no veían su esencia. El mismo verbo ver
resulta aproximativo, pues la visión de los ángeles es una visión intelectual.
Como a muchos les resultará muy difícil entender cómo podían ver/conocer a
Dios, pero no ver/conocer su esencia habría que proponer como comparación que
sería como decir que ellos veían a Dios como una luz, que le oían como una voz
majestuosa y santa, pero que su rostro seguía sin desvelarse. De todas maneras,
aunque no penetraran su esencia, sabían que era su Creador, y que era santo, el
Santo entre los Santos.
Antes de
penetrar en la visión beatífica de esa esencia divina Dios les puso una prueba.
En esa prueba unos obedecieron, otros desobedecieron. Los que desobedecieron de
forma irreversible se transformaron en demonios. Ellos mismos se transformaron
en lo que son. Nadie les hizo así. Se sucedieron unas fases en la psicología de
los ángeles antes de transformarse en demonios. Estas fases se dieron no en el tiempo material, sino
en el evo, este es la sucesión de actos de entendimiento y voluntad en un ser
espiritual. Los actos de la razón y de la voluntad se suceden provocando un
antes y un después, un antes de un determinado acto del entendimiento, o de un
acto de querer algo. Desde el momento que hay un antes y un después hay algún
tipo de tiempo. Por tanto cuando se dice que los espíritus en el cielo y en el
infierno están en la eternidad hay que entender esta afirmación como que están
en una interminable sucesión temporal, una sucesión de tiempo sin final, con principio (que es cuando fueron creados), pero
sin final. Sólo Dios está en un eterno presente, sólo en El no hay sucesión de
tiempo de ninguna clase. En El no ha transcurrido nunca ni un solo segundo, ni
un solo antes ni después. La eternidad de Dios es cualitativamente distinta de
la eternidad del tiempo material (con un principio pero sin final) y de la
eternidad del evo (también con un principio, también sin final).
Al darse en
el evo, estas fases a los humanos
nos parecería que fueron casi instantáneas. Pero lo que a nosotros nos
parecería tan breve, para ellos fue muy largo. Las fases de transformación de ángel a demonio fueron las siguientes:
Al comienzo les entró la duda, la duda de que quizá la desobediencia a la Ley
divina fuera lo mejor. En el momento en que voluntariamente aceptaron la
posibilidad de que la desobediencia a Dios fuera una opción a considerar ya
pecaron. Al principio esa aceptación de la duda constituiría un pecado venial
que poco a poco fue evolucionando al pecado grave. Pero al principio, ninguno
de ellos en esta primera fase estaba dispuesto a alejarse irreversiblemente, ni
siquiera el Diablo. Fue posteriormente cuando se fue asentando en sus
inteligencias lo que su voluntad había escogido a pesar del dictamen de su
inteligencia que les recordaba que tal desobediencia era contra razón.
Pero sus
voluntades se fueron alejando de Dios, y como consecuencia de ello sus
inteligencias fueron aceptando como verdadero el mal que su voluntad había
escogido. Sus inteligencias fueron consolidándose en el error. La voluntad de
desobedecer se fue afianzando, haciéndose esa determinación cada vez más profunda.
Y la inteligencia iba buscando más y más razones para que eso le resultase cada
vez más justificable. Finalmente ese proceso llevó al pecado mortal que se dio
en un momento concreto, a través de un acto de la voluntad. Es decir, cada
ángel llegó un momento en que no sólo quiso desobedecer, sino que incluso optó
ya por tener una existencia al margen de la Ley divina. Ya no era un
enfriamiento del amor a Dios, ya no era una desobediencia menor a algo
determinado que les resultase difícil de aceptar, sino que en la voluntad de
muchos de ellos apareció la idea de un destino aparte de la Trinidad, un
destino autónomo.
Los que
perseveraron en este pensamiento y decisión comenzaron un proceso de
justificación de esta elección. Comenzaron un proceso en que se trataron de auto
convencer de que Dios no era Dios. De que Dios era un espíritu más. De que
podía ser su Creador, pero que en Él había errores, fallos. Comenzaban a
acariciar la posibilidad que había aparecido en sus inteligencias: la
posibilidad de una existencia aparte de Dios y de sus normas. La existencia
aparte de Dios aparecía como una existencia más libre. Las normas de Dios, la
obediencia a Él y a su voluntad, aparecían progresivamente como algo opresor,
pesado. Dios comenzaba a ser visto como un tirano frente al que había que
liberarse. En esta nueva fase de alejamiento, ya no era simplemente que
buscaran un destino fuera de Dios, sino que Dios mismo les parecía que era un
obstáculo para alcanzar esa libertad.
Pensaban
que la belleza y felicidad del mundo angélico hubiera sido mucho más feliz y
libre sin un opresor. ¿Por qué había un
Espíritu que se alzaba por encima de los demás espíritus? ¿Por qué su voluntad
se debía imponer sobre la de
los demás espíritus? ¿Por qué una Voluntad debe imponerse sobre
otras voluntades? “No somos niños, no
somos esclavos”, debieron pensar. Dios ya no era un elemento que habían
dejado atrás, sino que comenzaba a convertirse para ellos en el mal. Y así
comenzaron a odiarle. Las llamadas de Dios hacia estos ángeles para que
volvieran hacia El eran vistas como una intrusión inaceptable. En esta fase, el
odio en unos creció más, en otros espíritus menos.
Puede
sorprender que un ángel llegue a odiar a Dios, pero hay que entender que Dios
ya no era visto por ellos como un bien, sino como un obstáculo, como una
opresión, Él era visto como las cadenas de los mandamientos, como la falta de
libertad. Ya no era visto como un Padre, sino como fuente de órdenes y
mandatos. El odio nació con la energía de sus voluntades resistiendo una y otra
vez a las llamadas de Dios que como un padre les buscaba. El odio nació como
reacción lógica de una voluntad que tiene que afianzarse en su decisión de
abandonar la casa paterna, por decirlo en términos que resulten inteligibles
para nosotros. Es decir, alguien que se marcha de casa al principio simplemente
quiere marcharse, pero si el padre le llama una y otra vez, el hijo acaba
diciendo déjame en paz. Dios les llamaba entonces, pues sabía que cuanto más
tiempo sus voluntades estuvieran alejadas de Él, más se afianzarían en su
alejamiento.
Por
supuesto que muchos ángeles que se habían alejado en un primer momento
volvieron. Esta es la gran
lucha en los cielos de la que se habla en Apocalipsis 12:
"Entonces se libró una batalla en el cielo: Miguel y sus Ángeles combatieron contra el Dragón, y este contraatacó con sus ángeles, pero fueron vencidos y expulsados del cielo. Y así fue precipitado el enorme Dragón, la antigua Serpiente, llamada Diablo o Satanás, y el seductor del mundo entero fue arrojado sobre la tierra con todos sus ángeles".
¿Cómo los ángeles pueden luchar
entre sí? Si no
tienen cuerpo, qué armas pueden ser usadas. El ángel es espíritu, el único
combate que se puede entablar entre ellos es intelectual. Las únicas armas que
pueden blandir son los argumentos intelectuales. Esa lucha fue una lucha
intelectual. Dios enviaba la gracia a cada ángel para que volviera a la
fidelidad o se mantuviera en ella. Los ángeles daban argumentos a los rebeldes
para que volvieran a la obediencia. Los ángeles rebeldes daban sus razones para
fundamentar su postura y para introducir la rebelión entre los fieles. En esta
angelical conversación de miles de millones de ángeles hubo bajas por ambos
lados: ángeles rebeldes regresaron a la obediencia, ángeles fieles fueron
convencidos con la seducción de los razonamientos malignos.
La
transformación en demonios fue progresiva. Con el transcurrir del tiempo -el evo- unos odiaron más a Dios, otros
menos. Unos se hicieron más soberbios, otros no tanto. Cada ángel rebelde fue
deformándose más y más, cada uno en unos pecados específicos. Así como, por el
contrario, los ángeles fieles se fueron santificando progresivamente. Unos
ángeles se santificaron más en una virtud otros en otra. Cada ángel se fijó en
un aspecto u otro de la divinidad. Cada ángel amó con una medida de amor. Por
eso en el bando de los fieles comenzó a haber muchas distinciones, según la
intensidad de las virtudes que cada ángel practicó más. Cada ángel tenía su
propia naturaleza dada por Dios, pero cada uno se santificó en una medida
propia según la gracia de Dios y la correspondencia de la propia voluntad. Esto
es válido pero al revés, para los demonios. Cada uno recibió de Dios una
naturaleza, pero cada uno se deformó según sus propios caminos extraviados.
Por eso la
batalla acabó cuando ya cada uno quedó encasillado en su postura de forma
irreversible. Llegó un momento en que ya sólo había cambios accidentales en
cada ser espiritual. En los demonios, llegó un momento en que ya cada uno se
mantuvo firme en su imprudencia, en sus celos, en su odio, en su envidia, en su
soberbia, en su egolatría... La batalla había acabado. Podían seguir
discutiendo, hablando, disputando, exhortándose, durante miles de años, por
decirlo así en términos humanos, pero ya sólo habría cambios accidentales. Fue
entonces cuando los ángeles fueron admitidos a la presencia divina, y a los
demonios se les dejó que se alejaran, se les abandonó a la situación de
postración moral en que cada uno se había situado.
Como se ve
no es que los demonios sean enviados a un lugar cerrado de llamas y aparatos de
tortura, sino que se les deja como están, se les abandona a su libertad, a su
voluntad. No se les lleva a ninguna parte. Los demonios no ocupan lugar, no hay
donde llevarles. No hay aparatos de tortura, ni llamas que les puedan atormentar,
ni cadenas que les amarren sus miembros. Tampoco los ángeles fieles entraron en
ningún sitio. Simplemente recibieron la gracia de la visión beatífica. Tanto el
cielo de los ángeles, como el infierno de los demonios, son estados. Cada ángel
porta en su interior su propio cielo esté donde esté. Cada demonio, esté donde
esté, lleva dentro de su espíritu su propio infierno.
Extracto
del libro Tratado de Demonología y Manual de Exorcistas
Del P. José
Antonio Fortea