El
documento de mayor importancia del Concilio es el Esquema XIII, convertido una
vez aprobado en “Constitución Gaudium et
Spes”, aunque en los estudios que se han realizado sobre el texto conciliar
ha predominado la nominación de “Esquema XIII”.
El esquema
presentado y discutido en el Concilio tenía cuatro capítulos.
1) El
hombre ante el mundo, en el que afirmaba que para elevarse hacia Dios habrían
de tenerse satisfechas las necesidades primarias; 2) la Iglesia al servicio de
Dios y de los hombres; 3) comportamiento del cristiano ante los demás; 4)
deberes de los cristianos en nuestro tiempo frente al racismo, la cultura, la
justicia social, la paz y la guerra. El tema de la paz con sus precisiones
diferenciadoras, no es solo orden, no es solo tranquilidad, y la oposición a
los métodos tradicionales de conservarla, el equilibrio de los armamentos, centró
los debates más extensos.
La “Constitución Gaudium et Spes” o
constitución pastoral sobre "la Iglesia
en el mundo de hoy” consta de dos partes; en la primera expone la Iglesia
su doctrina sobre el hombre y el mundo, en la segunda atiende a diversos
aspectos de la sociedad actual, y particularmente ciertos problemas urgentes.
En la exposición preliminar afirma que “es necesario... conocer y comprender el
mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que
con frecuencia lo caracteriza”. Una relación de los puntos
sobresalientes del documento conciliar nos apetece acercarnos a la obra
profunda de reflexión y renovación que se elaboró supuso:
Familia. Dignidad del matrimonio.
Fecundidad. Se
exalta la paternidad responsable que supone no solo la procreación sino la
educación adecuada de la prole, y se reconoce que el amor mutuo entre los
esposos es un fin primario del matrimonio, fin que tradicionalmente se había
relegado ante el de la procreación; “por eso, si la descendencia, tan deseada a
veces, faltare, sigue en pie el matrimonio, como intimidad y participación de
la vida toda”.
Cultura. Toda autoridad ha de discutirse. Se
apoya en el progreso de las ciencias y las técnicas. En el aula conciliar se
pronunciaron juicios muy duros sobre la Inquisición y sus excesos, sobre la
base del reconocimiento de que la cultura
en un derecho personal y exige una búsqueda libre del saber.
Vida económico-social. En línea con las encíclicas
sociales se propugna la participación de los trabajadores en la empresa, la
eliminación de las desigualdades excesivas de nivel económico, se estudian las
condiciones de trabajo, la regulación de los conflictos laborales, el ascenso a
la propiedad. Como medios de defensa del trabajador se defiende la actividad
sindical y la licitud de la huelga.
Vida en la comunidad política. Siguiendo las directrices señaladas
por Juan XXIII en la Pacem in Terris
se exaltan en el texto conciliar los derechos de la persona, “como
son el derecho libre de reunión, de libre asociación, de expresar la propia
opinión y de profesar privada y públicamente la religión”, y la participación
de los ciudadanos en la vida
política. Por otra parte se postula la armonía e independencia entre la Iglesia
y el Estado, “la comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas,
cada una en su propio terreno”, de donde se deduce el propósito de la
Iglesia de no identificarse con ninguna opción política concreta, y se reafirma
su deseo de renunciar a privilegios otorgados por el poder civil al tiempo que
solicita en todo momento y en todas partes libertad para predicar la fe sin
trabas.
La paz y la guerra. La paz es el ansia de todos los
espíritus. La guerra, con la perfección de los armamentos, ha legado a ser en
cualquier caso inmoral. La resolución conciliar es tajante: “Toda
acción bélica que tiende indiscriminadamente a la destrucción de ciudades
enteras o de extensas regiones junto con sus habitantes, es un crimen contra
Dios y la humanidad, que hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones”.
Por este camino se llega a la prohibición absoluta de la guerra y a la
obligación de la sociedad internacional
de evitarla y de poner fin a la carrera de armamentos, sobre la que el Concilio
pronuncia sentencias conminatorias: “Al gastar inmensas cantidades en tener
siempre a punto nuevas armas, no se pueden remediar suficientemente tantas miserias
del mundo entero en vez de restañar verdadera y radicalmente las decisiones
entre las naciones, otras zonas del mundo quedan afectadas por ellas. Hay que
elegir nuevas rutas, que partan de una renovación de la mentalidad, para
eliminar este escándalo y poder reestablecer la verdadera paz, quedando el
mundo libre de la ansiedad que le oprime”.
Este
Concilio abierto a la renovación y al mundo de hoy no se contento con la
elaboración de unos textos doctrinales tan importantes como la “Constitución Gaudium et Spes”, sino
que cerró sus sesiones con una serie de conmovedores mensajes dirigidos a los
jóvenes, enfermos, trabajadores, mujer, etc. Al clausurarse en diciembre de
1965 la última asamblea del Concilio Vaticano II la Iglesia católica había
profundizado en su doctrina, renovado su rostro y encontrado un lenguaje nuevo
para dialogar con el mundo en transformación.
Pablo VI
inició los viajes fuera del Vaticano para materializar el espíritu de
comunicación con el mundo postulado por el Concilio. La fraternidad y el
diálogo con las restantes confesiones cristianas se hizo realidad en su viaje a
Tierra Santa y en su brazo con el primado ortodoxo Atenágoras; la afirmación
esperanzada de un mundo fraterno quedó ensalzada en su discurso en la ONU, la
colegialidad dentro de la Iglesia se llevó a cavo con la formación de las
Conferencias episcopales dentro de cada nación que comenzaron a elegir en
votación democrática a su presidente y a orientar la pastoral propia de cada
sociedad; la liturgia
se hizo mas participativa. En resumen, la doctrina del Concilio fue asumida e
impulsada desde Roma, sin ningún titubeo.
Aunque nos
falte perspectiva, es evidente que con la llegada al Vaticano de polaco Karol
Wojtyla, que tomó el nombre de Juan
Pablo II en homenaje a los dos grandes pontífices
conciliares, la orientación del Vaticano ha experimentado un giro de 180 grados
y la Iglesia ha comenzado una era de Restauración, de liquidación de los
avances y propuestas del Concilio. La llegada de un cardenal polaco al Trono de
Pedro, tras siglos de papas italianos constituyó un acontecimiento. Dotado de
cualidades excepcionales para la
pastoral , el nuevo papa inició su pontificado con viajes
continuos, que se convirtieron en fiestas de multitudes. Sus dotes de “gran
comunicador”, atribuidas también a otros políticos contemporáneos, de hombres
que saben utilizar los medios de comunicación social actuales, entre ellos
la televisión, son indiscutibles.
Un análisis
del Sínodo de obispos de noviembre de 1985 no deja lugar a dudas sobre el deseo
de silenciamiento del Concilio. Con motivo de los 20 años de la clausura del
Vaticano II se abrió en Roma un Sínodo, el 25 de noviembre de 1985, con un
discurso del Papa. La comparación de su contenido con el de apertura del
Concilio de Juan XXIII resulta significativo del cambio de sensibilidad. El
Sínodo se convocó como extraordinario, no como ordinario, con lo cual los
obispos asistentes no fueron votados en las Conferencias episcopales sino
designados, en su mayoría, por el Papa. Asistieron 165 padres sinodales, solo
63 testigos del Concilio.
A modo de
síntesis podemos cerrar este informe diciendo:
«Después de 50 años,
¿hemos hecho todo lo que nos ha pedido el Espíritu Santo con respecto al
Concilio; en esa continuidad del crecimiento de la Iglesia que fue el
Concilio?».
El que se
planteó estas preguntas fue el Papa Francisco, que usó el término «continuidad» refiriéndose a la
interpretación de Benedicto XVI (que expresó durante el importante discurso del
20 de diciembre de 2005 a
la Curia Romana), según la cual la hermenéutica de la continuidad se contrapone
a la de la ruptura que teorizó la Escuela de Boloña. El nuevo Pontífice
responde: «no», el Concilio ha
permanecido sin ser aplicado. Por ello, el Vaticano II representa una
oportunidad histórica para una gran revolución eclesiástica que todavía no se
ha llevado completamente a cabo. Gracias al espíritu conciliar, la Iglesia se
ha abierto al mundo, pero todavía hay mucho camino por delante. «Festejamos
–dijo el Papa– este aniversario, hacemos un monumento, pero que no dé fastidio. No
queremos cambiar. Es más: hay algunas voces que quieren dar vuelta atrás. Esto
se llama ser testarudos, esto se llama querer domesticar al Espíritu Santo,
esto se llama volverse flojos y lentos de corazón». «Lo
mismo sucede –indicó el Pontífice– incluso en nuestra vida personal»: de hecho,
«el Espíritu nos impulsa a tomar una vía más evangélica», pero
nosotros nos resistimos. Es por ello que el Papa Francisco lanzó la siguiente
exhortación: «no opongamos resistencia al Espíritu Santo. ¡Es el Espíritu el
que nos hace libres, con esa libertad de Jesús, con esa libertad de ser hijos
de Dios!».
El Concilio
fue un evento extraordinario y no solo para la Iglesia, sino para todo el
mundo, puesto que cambió el rostro de las jerarquías eclesiásticas y ofreció
una esperanza a la humanidad durante los años de la Guerra Fría. La Iglesia,
finalmente, fue entendida como Pueblo de Dios y la jerarquía se puso al servicio de los fieles. «También
Jesús –observó el Papa– regañó a los discípulos de Emaús»,
porque eran lentos y perezosos para creer todo lo que habían anunciado los
profetas. «Siempre, incluso entre nosotros, existe esa resistencia al Espíritu
Santo». Además, «El Concilio fue una obra hermosa del
Espíritu Santo; piensen en el Papa Juan: parecía un párroco bueno y él fue
obediente al Espíritu Santo e hizo eso». Aunque muchos al comienzo lo
consideraban un Pontífice de transición, Roncalli promovió el evento más
relevante de la historia eclesiástica contemporánea, llamando a todos los
hombres de buena voluntad, dialogando con las demás religiones y con los no
creyentes, saliendo de los muros del Vaticano y difundiendo el mensaje
cristiano a todos los hombres de buena voluntad.