El momento
en que ya no hay marcha atrás es el momento en que un ángel ve la esencia de
Dios. Porque después de ver a Dios ya nada le podrá hacer cambiar de opinión.
Después de haber visto a Dios, jamás nadie podrá escoger algo que le ofenda lo
más mínimo. Pues la inteligencia comprendería que sería escoger estiércol
frente a un tesoro. El pecado después de ese momento es imposible. El ángel
antes de entrar al cielo, comprendía a Dios, comprendía lo que era, lo que
suponía su santidad, omnipotencia, sabiduría, amor...
Después de ser admitido a contemplar su esencia, uno no sólo la comprende, sino que además la ve. Es decir, uno ve su santidad, su amor, su sabiduría, etc. El espíritu al ver aquello se llena de tal amor, de tal veneración, que jamás, bajo ningún concepto, quiere separarse de ello. Por eso el pecado pasa a ser imposible. El demonio queda irremisiblemente ligado a lo que ha escogido, desde el momento en que Dios decide no insistir más. Llega un momento en que Dios decide no enviar más gracias de arrepentimiento. Pues cada gracia de arrepentimiento sólo puede ser superada, sólo puede ser vencida, afirmándose más en el odio. Llega un momento en que Dios ve que enviar más gracias sólo sirve para que el demonio afiance más lo que ha escogido su voluntad. Llega un momento en que Dios Amor da la espalda y deja a su hijo que siga su camino. Deja que el demonio siga su vida aparte.
Después de ser admitido a contemplar su esencia, uno no sólo la comprende, sino que además la ve. Es decir, uno ve su santidad, su amor, su sabiduría, etc. El espíritu al ver aquello se llena de tal amor, de tal veneración, que jamás, bajo ningún concepto, quiere separarse de ello. Por eso el pecado pasa a ser imposible. El demonio queda irremisiblemente ligado a lo que ha escogido, desde el momento en que Dios decide no insistir más. Llega un momento en que Dios decide no enviar más gracias de arrepentimiento. Pues cada gracia de arrepentimiento sólo puede ser superada, sólo puede ser vencida, afirmándose más en el odio. Llega un momento en que Dios ve que enviar más gracias sólo sirve para que el demonio afiance más lo que ha escogido su voluntad. Llega un momento en que Dios Amor da la espalda y deja a su hijo que siga su camino. Deja que el demonio siga su vida aparte.
Por un lado
podríamos decir que no hay un momento único en que el ángel se transforme en demonio,
sino que se trata de un proceso lento, gradual, evolutivo. Pero por otro lado
por largo que haya sido ese proceso previo (y posterior) sí que hay un momento
preciso en el que el espíritu angélico tiene que tomar la decisión de rechazar
o no a su Creador. Ya se ha
dicho que en ese proceso cabe la marcha atrás, esa es la celestial batalla
angélica de la que habla Ap 12, 7-9. Pero llega un momento de esa batalla, en
que ya los demonios se alejan y se alejan. No tendría sentido seguir
insistiendo. El Creador respeta la libertad de cada uno. El demonio aparece en
las pinturas y esculturas deforme, es muy adecuado ese modo de representarlo,
pues es un espíritu angélico deformado. Sigue siendo ángel, es sólo su
inteligencia y su voluntad lo que se ha deformado, nada más. En lo demás sigue
siendo tan ángel como cuando fue creado. El demonio en definitiva es un ángel
que ha decidido tener su destino lejos de Dios.
Es un ángel que quiere vivir libre, sin ataduras. La soledad interior en que se encontrará por los siglos de los siglos, los celos de comprender que los fieles gozan de la visión de un Ser Infinito, le llevan a echarse a sí mismo en cara su pecado una y otra vez. Se odia a sí mismo, odia a Dios, odia a los que les dieron razones para alejarse. Pero no todos sufren lo mismo. Unos ángeles en la batalla se deformaron más y otros menos. Los que más se deformaron, los más deformes, sufren más. Los menos deformes sufren menos Pero una vez más hay que recordar que sólo es deformidad de la inteligencia y la voluntad. La inteligencia está deformada, oscurecida, por las propias razones con las que uno justificó su marcha, su liberación. La voluntad impuso a la inteligencia su decisión, y la inteligencia se vio impelida a justificar esa decisión. La inteligencia funcionó como un mecanismo de justificación, de argumentación de aquello que la voluntad le fustigaba a aceptar.
Es un ángel que quiere vivir libre, sin ataduras. La soledad interior en que se encontrará por los siglos de los siglos, los celos de comprender que los fieles gozan de la visión de un Ser Infinito, le llevan a echarse a sí mismo en cara su pecado una y otra vez. Se odia a sí mismo, odia a Dios, odia a los que les dieron razones para alejarse. Pero no todos sufren lo mismo. Unos ángeles en la batalla se deformaron más y otros menos. Los que más se deformaron, los más deformes, sufren más. Los menos deformes sufren menos Pero una vez más hay que recordar que sólo es deformidad de la inteligencia y la voluntad. La inteligencia está deformada, oscurecida, por las propias razones con las que uno justificó su marcha, su liberación. La voluntad impuso a la inteligencia su decisión, y la inteligencia se vio impelida a justificar esa decisión. La inteligencia funcionó como un mecanismo de justificación, de argumentación de aquello que la voluntad le fustigaba a aceptar.
Como se ve,
el proceso tiene una extraordinaria similitud con el proceso de envilecimiento
de los humanos. No nos olvidemos que los humanos somos un espíritu en un
cuerpo. Si prescindimos de los pecados relativos al cuerpo, el proceso interno
psicológico que lleva a una persona buena a acabar en la mafia, o de guardia en
un campo de concentración, o de terrorista, es en sustancia el mismo proceso.
En sustancia, el concepto de pecado, de tentación, de evolución de la propia
iniquidad es igual en el
espíritu angélico que en el espíritu del hombre. Pues los pecados del hombre
son siempre pecados del espíritu, aunque los cometa con el cuerpo. Ya que el
cuerpo es tan sólo un instrumento de lo que ha decidido el espíritu con su
libre albedrío.
Así como el
niño atraviesa un periodo de niñez, así también el ángel al principio acaba de
ser creado y no tiene experiencia. La persona humana tiene tentaciones de otras
personas, también los ángeles de sus semejantes. El hombre puede pecar por
estructuras mentales tales como la patria, el honor de la familia , o el bienestar de
un hijo. El espíritu angélico Nosotros los humanos somos también espíritu,
aunque tengamos un cuerpo, y sólo tenemos que mirar a nuestro interior para
comprender como uno puede caer en el pecado, como uno puede envilecerse. Es
entonces cuando el pecado de los ángeles nos empieza a parecer más cercano y ya
no nos resulta tan incomprensible.
Extracto
del libro Tratado de Demonología y Manual de Exorcistas
Del P. José
Antonio Fortea