Desde sus inicios, el régimen de Hitler se movió rápidamente para introducir las políticas antisemitas. A partir de 1933, el gobierno alemán aprobó una serie de leyes anti-judías para restringir los derechos de los judíos alemanes para ganarse la vida, para disfrutar de la plena ciudadanía y educarse a sí mismos, incluyendo la Ley para la Restauración del Servicio Civil Profesional, que prohibía a los judíos a trabajar en la administración pública.
El ostracismo hacia los judíos se oficializó el 15 de septiembre de 1935 tras la aprobación de las Leyes de Nuremberg, sobre todo con la Ley para la Protección de la Sangre y el Honor Alemán y la Ley de Ciudadanía del Reich. Estas leyes y decretos fueron dictados para establecer las características del judío, medio-judío o cuarto de judío, de acuerdo a la ascendencia; prohibir las relaciones sexuales y el matrimonio entre los ciudadanos de sangre alemana o afín y los judíos; privar a los judíos de la ciudadanía alemana, así como la mayor parte de sus derechos políticos, incluido el derecho de voto, y la exclusión de ciertas profesiones y la educación.
Herschel Feibel Grynszpan, judío polaco nacido en la República de Weimar, el 7 de noviembre de 1938 atentó en París contra el diplomático alemán Ernst vom Rath, que falleció dos días más tarde a causa de las heridas. El hecho sirvió de pretexto al régimen nazi alemán para la realización de la Noche de los cristales rotos.
El 8 de noviembre, en Alemania se anunciaron las primeras medidas punitivas en respuesta a los disparos. El gobierno anunció que los niños judíos ya no podían asistir a las escuelas del estado alemán. Todas las actividades culturales de los judíos también fueron suspendidas indefinidamente. Sus derechos como ciudadanos habían sido despojados.
No hubo declaraciones públicas por parte de funcionarios nazis acerca del ataque contra el diplomático Ernst vom Rath, aunque a partir del 8 de noviembre de 1938 una campaña antisemita en la prensa , alentó a los pogromos llevados a cabo por los líderes locales del partido nazi.
El 9 de noviembre Ernst von Rath murió. A la noche siguiente, los nazis aprovecharon la excusa, para llevar a cabo la Noche de los Cristales, atacando a toda la comunidad judía en una serie coordinada de pogromos antisemitas.
El ataque fue pensado para que pareciera un acto espontáneo, pero de hecho fue orquestado por el gobierno alemán. El 9 de noviembre estos altercados dañaron, y en muchos casos destruyeron, aproximadamente 1574 sinagogas (prácticamente todas las que había en Alemania), muchos cementerios judíos, más de 7000 tiendas y 29 almacenes judíos.
Más de 30.000 judíos fueron detenidos e internados en campos de concentración; unos cuantos incluso fueron golpeados hasta la muerte. El número de judíos alemanes asesinados es incierto, con estimaciones de entre 36 a 200 aproximadamente durante más de dos días de levantamientos. El número de muertos más probable es de 91. Esta violencia indiscriminada explica que algunos alemanes que no eran judíos fueran asesinados simplemente porque alguien pensó que «parecían judíos».
Los acontecimientos en Austria no eran menos terribles, y la mayor parte de las 94 sinagogas de Viena y las casas de oración fueron dañadas parcial o totalmente. Esta gente fue sometida a toda clase de humillaciones, incluyendo el fregar los pavimentos mientras eran atormentados por sus compatriotas austriacos.
El tremendo acontecimiento se difundió por todo el mundo. Esto desacreditó a los movimientos nazis en Europa y Estados Unidos, provocando un declive. Muchos periódicos condenaron el suceso, comparándolo con las salvajes revueltas provocadas por la Rusia Imperial en la década de 1880. Estados Unidos retiró a su embajador (pero no rompió sus relaciones diplomáticas), mientras que otros gobiernos cortaron directamente sus relaciones diplomáticas con Alemania a modo de protesta. La España franquista justificó y hasta aplaudió el pogromo, mientras que la República Española lo condenó con firmeza apoyando a los judíos.
La persecución y los daños económicos provocados a judíos alemanes no cesaron con el altercado, aunque sus negocios hubieran sido ya saqueados. También los forzaron a pagar una multa colectiva de mil millones de marcos al gobierno nazi. Esto era una hipocresía: el propio diario The New York Times tenía pruebas fotográficas demostrando que los nazis eran cuanto menos parcialmente responsables, aunque ahora se sabe que fue aprobado personalmente por Adolf Hitler, y que incluso el propio führer estuvo implicado en la planificación. Era una forma de castigo colectivo, más tarde denunciado ante la Convención de Ginebra.