Entrevista realizada por el periodista Andrea Tornielli del
portal “Vatican Insider” con el cardenal Donald Wuerl, arzobispo de Washington:
«Es el Sínodo más libre en el que he participado; la sospecha de manipulaciones
es absurda. Los que manifiestan estas sospechas tienen la vista nublada»
«No somos una pequeña Iglesia solo para los puros, la regla
de la comunidad cristiana es el amor». Lo afirma, a la vigilia del inicio de la
última semana del Sínodo de los obispos sobre la familia, el cardenal
estadounidense Donald Wuerl, arzobispo de Washington y miembro de la comisión
de los diez padres sinodales encargados de redactar la relación final que será
sometida al voto del próximo sábado 24 de octubre. Original de Pittsburgh,
Pennsylvannia, Wuerl nació en 1940 y fue ordenado en 1966; veinte años más
tarde fue nombrado obispo por Juan Pablo II. Después de pasar dos años en
Seattle fue transferido a su ciudad nata y en 2006 Papa Ratzinger lo eligió
como guía de la disecáis de Washington y lo creó cardenal en 2010.
¿Cómo describe su
experiencia de padre sinodal con los nuevos procedimientos?
El primero Sínodo al que asistí fue el primer Sínodo, de
1967. Yo era entonces secretario de uno de los obispos que participaban.
Después fui miembro, como obispo, de siete Sínodos, y, con base en mi
experiencia, puedo decir que este Sínodo permite que los obispos tengan más
tiempo para hablar entre ellos. Este cambio fue la respuesta del Papa a una
petición de los obispos durante todos esos años: la de pasar menos tiempo
escuchando las intervenciones en la asamblea, y de tener más tiempo para la
discusión libre en los grupos lingüísticos. Francisco hizo esto siguiendo las
recomendaciones del Consejo del Sínodo.
¿Por qué eran
necesarios estos cambios?
Ahora, la mayor parte del tiempo no se pasa simplemente
escuchando, sino también discutiendo entre nosotros. Y luego hay otra cosa que
representa un paso más: la idea de haber tenido dos Sínodos sobre el mismo
argumento, a un año de distancia el uno del otro, permitió continuar el
trabajo, involucrando y haciendo que toda la Iglesia participe. Así, como base
de esta asamblea tuvimos el «Instrumentum laboris», que representa toda la
discusión interna de la Iglesia. Y en los «circuli minores», los grupos
lingüísticos, se preparan relaciones comunes. Me gustaría subrayar que los
moderadores y los relatores de cada grupo son elegidos por nosotros. En nuestro
círculo lingüístico, el relator, después de haber preparado un resumen, lo hizo
circular para que lo revisemos otra vez. Me parece democrático. Después, los
relatores de los trece «circuli minores» deben buscar entre sí un consenso
sobre los elementos comunes que han surgido en los diferentes grupos. Y luego
está la comisión de diez personas para la relación final. No es posible que la
idea de una sola persona pueda manipular a todos los demás.
¿Qué le parece la
carta, firmada también por tres cardenales que son estrechos colaboradores del
Papa en la Curia romana, en la que se ponía en duda la honestidad y la
transparencia del proceso sinodal tal y como lo estableció el mismo Pontífice?
Responderé con una frase que me dijo una persona del
gobierno de mi país. Me dijo: «Si esto sucediera en la administración de los
Estados Unidos, con un ministro que se opusiera al Presidente y dijera que el
Presidente está manipulando el País, no creo que obtendría la misma respuesta
gentil». No vi esa carta, leí la versión que fue publicada. Yo solo sé que la
acusación de manipulación es absurda: con el proceso que he descrito, ¿cómo es
posible manipular a 270 participantes, que eligen relatores y moderadores, y
que además votan? Los que lo afirman esto tienen una vista bastante nublada. Es
como los que sufren de ictericia y ven todo amarillo. Le cuento una historia:
cuando trabajaba aquí en Roma, hace muchos años, en un rincón de la Vía de la
Conciliazione, había una heladería y el dueño, que se llamaba Cesare, era muy
anti-clerical. Cada vez que pasaba le decía: «Buenos días», y él nunca me
respondía. Una vez me detuve y le di los buenos días. Me preguntó que por qué
lo saludaba siempre. Le respondí: «Cesare, si no lo hubiera hecho, tú le
habrías dicho a tu esposa: ‘Mira a ese sacerdote que pasa por aquí todos los
días y nunca saluda’». Como en el caso del que estamos hablando: parece que no
hay nada que pueda cambiar nuestras convicciones.
Más allá de las diferencias
sobre posibles soluciones a los diferentes problemas, parece surgir en
diferentes intervenciones un enfoque pastoral que no se limita a la enunciación
de la doctrina. ¿Es así?
Siempre hemos dicho: presenta la enseñanza de la Iglesia con
claridad, y luego, como pastor de almas, trabaja con la persona en la situación
en la que se encuentra esa misma persona. Hay que estar cerca de las personas y
comprender lo que la persona logra escuchar. Si uno no entiende, te ofreces
para ayudarlo a entender. Los padres tratan de hablar de forma sencilla y clara
a sus hijos, pero, si alguno no entiende, no le dicen que ya no forma parte de
la familia. No puedes comenzar diciendo que ya no es parte de la familia. El
corazón de la discusión en el Sínodo es esto: verdad y amor son dimensiones de
la misma realidad divina. La Palabra, la Verdad se hizo carne. No podemos
decirle a alguien: ¡fuera! Hay que ir a su encuentro, escucharlo para saber
cómo decir lo que quieres decirle para poder hacerte escuchar. Y de esta manera
poder acercarlo a Jesús. Esto es lo que hace un pastor. Es el mensaje del
Evangelio de hoy: Jesús vino para servir y dio su vida por nosotros que no
somos perfectos. Muchas personas responden positivamente a Papa Francisco y
demuestran mucho afecto por él, aunque estén alejadas de la Iglesia católica,
porque perciben la misma actitud de Jesús. Este es el objetivo de nuestro
servicio. Creo que comprenderemos cada vez más que Papa Francisco es un don de
Dios para el tiempo en el que estamos viviendo. Los fieles ven en el Papa una
invitación para acercarse a Dios. Cuando era rector del seminario, explicaba
que nosotros podíamos dar cualquier indicación a los seminaristas solamente
después de haberles explicado y hecho comprender que nosotros los cuidábamos,
que queríamos su bien. EL amor, no la ley, es la arquitectura de la comunidad
cristiana. Jesús ofreció testimonio de esto sobre la cruz. No somos una Iglesia
pequeña para los puros.
En relación con la
cuestión más controvertida relacionada con posibles aperturas, bajo
determinadas condiciones, sobre la concesión de los sacramentos a los
divorciados que viven una segunda unión, ¿cómo cree que podría concluir el
Sínodo?
No sé cuál será el resultado. Pero ya hemos obtenido un
resultado, un verdadero paso positivo: está claro que Papa Francisco quiere una
Iglesia en la que las preocupaciones de todos sean escuchadas. No sé qué
sucederá al final de esta semana. Me parece que el resultado del Sínodo es
decir a todo el mundo que en la Iglesia católica se puede discutir y que el
principio del amor de Dios es la norma. Debemos comprender cómo acercar a las
personas a Dios.
A 34 años de la
«Familiaris consortio» ha cambiado mucho en la sociedad y en la forma de vivir
la familia…
Pasamos todo el tiempo en el Sínodo de 2012 para comprender
cómo había cambiado el mundo: secularismo, relativismo, materialismo,
individualismo. Hablamos sobre los tsunami de la secularización que ha cambiado
completamente el rostro de la cultura occidental. El Papa nos invita a
interrogarnos. Aunque haya un pequeño grupo que diga: «no podemos ni siquiera
hablar de esto».
Usted acaba de
recibir al Papa en Washington. ¿Qué le sorprendió de sus mensajes?
Francisco llamó a los americanos a sus propios valores, no
fue a decirnos: «Tienen que hacer esto o aquello». Nos dijo: «Ustedes son una
nación que dice que estos son valores que hay que seguir». Esto sorprendió a
todos. No fue para señalar con el dedo, no condenó, sino que fue a recordarnos
lo que nosotros decimos que somos como americanos. Fue bello que directamente
desde Capitol Hill, después del discurso al Congreso, es decir el lugar del
poder de nuestro país, haya ido a ver a los sin techo y a las personas que los
ayudan, a solo seis calles de distancia. Francisco nos recordó lo que
deberíamos ser.
Después de la
realidad del viaje, una semana después volvió justamente esa polarización que
Francisco pedía superar, con las polémicas mediáticas después de dos saludos
que se llevaron a cabo en la nunciatura de Washington.
Francisco habló, la gente respondió. Después llegaron esas
polémicas, que reflejaban otra mentalidad, el intento de dividirnos los unos de
los otros, de condenarnos recíprocamente. Se vio el contraste entre el mensaje
del Papa y el mensaje polarizado.
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