El Papa
Francisco celebró en la Plaza de San Pedro el Jubileo de los Adolescentes, uno
de los eventos del Jubileo de la Misericordia. En la celebración participaron
más de 60.000 jóvenes.
A
continuación, la homilía completa:
«La señal por la que
conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros» (Jn 13,35).
Queridos
muchachos: Qué gran responsabilidad nos confía hoy el Señor. Nos dice que la
gente conocerá a los discípulos de Jesús por cómo se aman entre ellos. En otras
palabras, el amor es el documento de identidad del cristiano, es el único
“documento” válido para ser reconocidos como discípulos de Jesús. Si este
documento caduca y no se renueva continuamente, dejamos de ser testigos del
Maestro. Entonces os pregunto: ¿Queréis acoger la invitación de Jesús para ser
sus discípulos? ¿Queréis ser sus amigos fieles? El amigo verdadero de Jesús se distingue
principalmente por el amor concreto que resplandece en su vida. ¿Queréis vivir
este amor que él nos entrega? Entonces, frecuentemos su escuela, que es una
escuela de vida para aprender a amar.
Ante
todo, amar es bello, es el camino para ser felices. Pero no es fácil, es
desafiante, supone esfuerzo. Por ejemplo, pensemos cuando recibimos un regalo:
nos hace felices, pero para preparar ese regalo las personas generosas han
dedicado tiempo y dedicación y, de ese modo, regalándonos algo, nos han dado también
algo de ellas mismas, algo de lo que han sabido privarse. Pensemos también al
regalo que vuestros padres y animadores os han hecho, al dejaros venir a Roma
para este Jubileo dedicado a vosotros. Han programado, organizado, preparado
todo para vosotros, y esto les daba alegría, aun cuando hayan renunciado a un
viaje para ellos. En efecto, amar quiere decir dar, no sólo algo material, sino
algo de uno mismo: el tiempo personal, la propia amistad, las capacidades
personales.
Miremos
al Señor, que es insuperable en generosidad. Recibimos de él muchos dones, y
cada día tendríamos que darle gracias. Quisiera preguntaros: ¿Dais gracias al
Señor todos los días? Aun cuando nos olvidemos, él se acuerda de hacernos cada
día un regalo especial. No es un regalo material para tener entre las manos y
usar, sino un don más grande para la vida. Nos regala su amistad fiel, que no
la retirará jamás. Además, si tú lo decepcionas y te alejas de él, Jesús sigue
amándote y estando contigo, creyendo en ti más de lo que tú crees en ti mismo.
Y esto es muy importante. Porque la amenaza principal, que impide crecer bien,
es cuando no importas a nadie, cuando te sientes marginado. En cambio, el Señor
está siempre junto a ti y está contento de estar contigo. Como hizo con sus discípulos
jóvenes, te mira a los ojos y te llama para seguirlo, para «remar mar a dentro»
y «echar las redes» confiando en su palabra; es decir, poner en juego tus
talentos en la vida, junto a él, sin miedo. Jesús te espera pacientemente,
atiente una respuesta, aguarda tu “sí”.
Queridos
chicos y chicas, a vuestra edad surge en vosotros de una manera nueva el deseo
de afeccionaros y de recibir afecto. Si vais a la escuela del Señor, os
enseñará a hacer más hermosos también el afecto y la ternura. Os pondrá en el
corazón una intención buena, esa de amar sin poseer: de querer a las personas
sin desearlas como algo propio, sino dejándolas libres. En efecto, siempre
existe la tentación de contaminar el afecto con la pretensión instintiva de
tomar, de “poseer” aquello que me gusta. Y también, la cultura consumista
refuerza esta tendencia. Pero cualquier cosa, cuando se exprime demasiado, se
desgasta, se estropea; después se queda uno decepcionado con el vacío dentro.
Si escucháis la voz del Señor, os revelará el secreto de la ternura:
interesarse por otra persona, quiere decir respetarla, protegerla, esperarla.
En estos
años percibís también un gran deseo de libertad. Muchos os dirán que ser libres
significa hacer lo que se quiera. Pero en esto se necesita saber decir no. La
libertad no es poder hacer siempre lo que se quiere: esto nos vuelve cerrados,
distantes y nos impide ser amigos abiertos y sinceros; no es verdad que cuando
estoy bien todo vaya bien. En cambio, la libertad es el don de poder elegir el
bien. Es libre quien elige el bien, quien busca aquello que agrada a Dios, aun
cuando sea fatigoso. Pero sólo con decisiones valientes y fuertes se realizan
los sueños más grandes, esos por los que vale la pena dar la vida. No os
contentéis con la mediocridad, con “ir tirando”, estando cómodos y sentados; no
confiéis en quien os distrae de la verdadera riqueza, que sois vosotros, cuando
os digan que la vida es bonita sólo si se tienen muchas cosas; desconfiad de
quien os quiera hacer creer que sois valiosos cuando os hacéis pasar por
fuertes, como los héroes de las películas, o cuando lleváis vestidos a la
última moda. Vuestra felicidad no tiene precio y no se negocia; no es un “app”
que se descarga en el teléfono móvil: ni siquiera la versión más reciente podrá
ayudaros a ser libres y grandes en el amor.
Porque el
amor es el don libre de quien tiene el corazón abierto; es una responsabilidad
bella que dura toda la vida; es el compromiso cotidiano de quien sabe realizar
grandes sueños. El amor se alimenta de confianza, de respeto y de perdón. El
amor no surge porque hablemos de él, sino cuando se vive; no es una poesía
bonita para aprender de memoria, sino una opción de vida que se ha de poner en
práctica. ¿Cómo podemos crecer en el amor? El secreto está en el Señor: Jesús
se nos da a sí mismo en la Santa Misa, nos ofrece el perdón y la paz en la
Confesión. Allí aprendemos a acoger su amor, hacerlo nuestro, y a difundirlo en
el mundo. Y cuando amar parece algo arduo, cuando es difícil decir no a lo que
es falso, mirad la cruz del Señor, abrazadla y no dejad su mano, que os lleva
hacia lo alto y os levanta cuando caéis. En la vida, siempre se cae porque
somos pecadores, somos débiles, pero está la mano de Jesús, que nos levanta.
¡Jesús nos quiere en pie! Esa palabra hermosa que Jesús dijo al paralítico:
'¡Levántate!'. Dios nos ha creado para estar en pie. Hay una hermosa canción
que cantaban los alpinistas: 'en el arte de salir lo importante es no
caer, sino no permanecer caídos'. Tener el coraje de levantarse, de
dejarse alzar de la mano de Jesús y esa mano muchas veces viene de la mano de
un amigo, de los padres, de aquellos que nos acompañan en la vida. Dios les
quiere en pie, siempre en pie.
Sé que
sois capaces de gestos grandes de amistad y bondad. Estáis llamados a construir
así el futuro: junto con los otros y por los otros, pero jamás contra alguien.
Haréis cosas maravillosas si os preparáis bien ya desde ahora, viviendo
plenamente vuestra edad, tan rica de dones, y no temiendo al cansancio. Haced
como los campeones del mundo del deporte, que logran metas altas entrenándose
con humildad y todos los días. Que vuestro programa cotidiano sea las obras de
misericordia: Entrenaos con entusiasmo en ellas para ser campeones de vida. Así
seréis conocidos como discípulos de Jesús. Y vuestra alegría será plena.
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