Aunque
ya se aprecian representaciones de María con el niño en brazos en las
catacumbas, fue san Francisco de Asís en el año 1223 quien tuvo la iniciativa
de representar la escena del nacimiento de Jesús utilizando personas y animales
de verdad; esto le ayudaba a considerar la realidad del misterio del nacimiento
de Nuestro Señor. La idea se hizo costumbre en la Iglesia y hoy día, en
nuestros hogares, en nuestras parroquias y en tantos lugares del mundo celebramos
la Navidad montando nuestro Belén. BELÉN (BET-LEHEM) significa “LA CASA DEL PAN”. En esta pequeña
localidad de Palestina nació Jesucristo, el Hijo de Dios, el Pan de Vida,
nuestro Redentor, el Mesías prometido por Dios desde tiempos remotos. Una profecía
de Miqueas lo anunciaba con claridad: “Y
tú Belén de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades
de Judá, pues de ti saldrá un jefe que apacentará a mi pueblo Israel” (Miq
5,1)
Belén
era el pueblo donde había nacido el rey David y estaba ubicado en el territorio
de Judá; ambas circunstancias son importantes a saber: El patriarca Jacob,
antes de morir, había delegado en su hijo Judá para que ejerciese la autoridad
sobre el resto de los once hermanos, pues aunque Judá no era el mayor, había
demostrado gran bondad con su padre y mayor celo y renuncia personal a favor de
sus hermanos recuérdese la historia de José. Jacob
encomendó a Judá y a sus descendientes esta misión de tutela “Hasta que venga Aquel a quien Dios ha
destinado, a quien darán obediencia todos los pueblos” (Gen 49,10), en una
clara referencia al Mesías que había de venir revestido de la autoridad de
Dios. Ya tenemos, pues, que el Mesías nacería de la tribu de Judá. Y en Belén
de Judá vivía David cuando fue elegido por Dios y ungido por el profeta Samuel
para reinar sobre todo Israel. Yahvé (Dios) le prometió continuar su reinado a
través de Salomón, su hijo, y de su linaje: “Reinado que ya será para siempre, tu trono que durara para toda la
eternidad” (2 Rey 7, 12-17)
Pues
de su descendencia nacería el Mesías, cuyo reino será, y ya es, eterno según
esta profecía; por eso a Jesús se le llama también “Hijo de David”. Cinco siglos más tarde el profeta Isaías lo
recordaría con estas palabras: “Y
brotará un retoño del tronco de Jesé – el padre de David- sobre el que reposará
el Espíritu de Yahvé” (Is 11, 1-2) Es el Espíritu Santo en toda su plenitud
sobre Jesús, el Mesías prometido. Entre Jacob y David pasarían casi mil años, y
entre David y Jesucristo otros mil años. Pero
volvamos al tiempo del nacimiento del Niño Dios: San José y Maria se sabían
ambos descendientes de David, aunque el anuncio del ángel Gabriel a Maria fue
una sorpresa inesperada para ella, entre otras cosas porque había decidido
ofrecer su virginidad a Dios y no figuraba en sus planes tener hijos, habiendo
renunciado así a la posibilidad de ser la madre del Mesías.
Vayamos
a profundizar en las figuras del pesebre: Vemos al Niño Jesús que ha nacido,
recostado en un recipiente donde se pone de comer a los animales-, que le sirve
de cuna improvisada. Está envuelto en pañales porque hace mucho frio. A su lado
está su Madre, Maria y san José: La Sagrada Familia. Este es el motivo central
del Belén, cuya representación nos mueve a la contemplación del gran misterio
de la Encarnación del Hijo de Dios.
Los Reyes Magos: No fueron reyes en sentido
estricto sino más bien “magos” o
“sabios” orientales versados en la ciencia de la astrología, que era una
ciencia adivinatoria basada en el principio de que la vida de los hombres se
desarrolla bajo la influencia de los astros. Dios se sirvió de esta
circunstancia y movió el espíritu de estos buenos hombres para anunciarles,
mediante una estrella singular, el acontecimiento más importante de la
historia: La venida del Hijo de Dios al mundo. Ellos, siguiendo la inspiración
de Dios, y guiados por la estrella, arribaron a Jerusalén, donde reinaba
Herodes.
Preguntaron
con sencillez acerca de dónde, según las escrituras, había de nacer el Mesías. “En Belén de Judá” le respondieron los
expertos consultados por Herodes que conocían la profecía de Miqueas. Se
marcharon satisfechos y se alegraron al ver de nuevo la estrella que los
condujo hasta Belén. Encontraron al Niño Dios y le ofrecieron oro, por ser rey;
incienso, por ser Dios; y mirra, por ser hombre.
El Castillo de Herodes: Herodes vivía en su palacio,
en la parte alta de Jerusalén. No era judío pero logró, mediante acuerdos con
la autoridad romana, ser nombrado rey de los judíos. Recibió el sobrenombre de “El Grande” porque realizó imponentes
edificaciones, entre las que destacaba la reconstrucción del templo de
Jerusalén que había sido destruido por el general romano Pompeyo en el año 63
antes de Cristo. Nunca tuvo el templo tanto esplendor como el que le dio
Herodes el Grande: Era dos veces más alto que el de Salomón, y algunas de sus
partes rematadas con oro deslumbraban con la luz del sol. Es el templo que
conoció Jesús; aunque años más tarde, en el 70 de nuestra era, sería de nuevo
destruido por el ejército romano.
Herodes
era vengativo y, al enterarse por los Magos del posible nacimiento del Mesías,
desencadenó una matanza de niños pequeños para que nadie pudiera amenazar su
trono a él o a sus sucesores. Este episodio se conoce como la Matanza de los Inocentes, que también
se representa en el Belén; y aunque se vean romanos asesinando a los niños, las
órdenes no vinieron de Roma sino de Herodes.
Los Romanos: Como Palestina estaba
dominada por el Imperio Romano, había por aquel tiempo una convivencia pacífica
entre judíos y romanos, de hecho, muchos judíos procuraban adquirir la ciudadanía
romana por conveniencia. El cesar Augusto había proclamado un edicto mediante
el cual se haría un censo de todo el imperio. Cada uno tenía que empadronarse
en la ciudad a la que pertenecía. José y María, su esposa, que estaba en
avanzado estado de gestación, tuvieron que ir a Belén, pues eran de la “casa de David” y en aquellos días
nació Jesús. Dios se valió de esta circunstancia para que el Mesías naciera en
Belén y se cumplieran las profecías.
La posada: José buscó un lugar adecuado
para María en el que pudiera estar bien atendida pero no había sitio para ellos
en la posada y tuvieron que alojarse en un establo.
La mula y el buey: En un establo en el que había
animales nace Jesús, a continuación es colocado por su madre en un pesebre; en
estas condiciones de extrema pobreza ocurrió todo, ¡Y es el Hijo de Dios! De
momento pasa desapercibido en la tierra pero todo el cielo lo sabe, incluso los
animales parecen adivinarlo: “Conoce el
buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo” Son palabras del profeta
Isaías (Is. 1,3)
Los pastores que pernoctaban: Pero Dios quiso comunicar
directamente la noticia del nacimiento de Jesús, aparte de a los Reyes Magos, a
unos pastores que estaban velando cerca de sus rebaños. Para ello les envió un
Ángel que, en medio de la noche les dijo: “Os
anuncio una gran alegría que será para todo el pueblo: Hoy os ha nacido en la
ciudad de David un Salvador, que es Cristo Señor. Y esto os servirá de señal:
hallareis un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre” Y de
repente vino a unirse al Ángel una multitud del ejército celestial que alababa
a Dios diciendo: “Gloria a Dios en las
alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”.
La Estrella: Seguramente era un astro
natural que destacaba sobre los demás. Algunos piensan que pudo haber sido el
cometa Halley, otros una conjunción planetaria. Es posible; pero lo importante
es que fue el signo que puso Dios en el cielo para conducir a los Magos hacia
Belén.
En
fin, el pesebre constituye una recreación plástica y artística llena de
matices, de los acontecimientos sucedidos en torno al nacimiento del Hijo de
Dios. Se ha convertido en piadosa costumbre popular que nos habla de la bondad
de Dios con el género humano, de la paz entre los hombres y entre los pueblos,
de unión entre las familias; y ayuda al creyente a profundizar en la alegría de
la salvación de la humanidad realizada por Jesucristo el Dios hecho hombre.