Parafraseando a John Lennon, podríamos decir en los tiempos que corren "la vida es eso que nos pasa mientras perseguimos un Pokemón". Empujados, cuando no, por la maquinaria mediática que forma, o deforma nuestros hábitos, de un día para el otro las calles se poblaron de gente corriendo detrás de algo que veían sólo en su celular. La realidad tiene así un límite: el marco del teléfono. Lo que entra en ese espacio es el mundo. Lo demás es, corno diría el Papa Francisco "la periferia". El fenómeno de las selfies es elocuente: ya no necesitamos al otro para mirarnos. El debate no debería girar sobre la herramienta sino sobre el uso que se le da. Los mismos principios de la energía atómica pueden devastar Hiroshima o salvar vidas con la quimioterapia.
Cuando decimos que estamos "todos conectados" nos mentimos un poquito. El sistema nos vuelve globales sólo para hacer negocios. Cruza la frontera más fácilmente un paquete de una IPAD comprado en China que un refugiado. El llamado de esa injusticia es el primero que hay que atender: ¡inclusión! Esta palabra refleja junto a una privación y a un proyecto, la posibilidad de volver a empezar y a la preocupación de no haberlo entendido. Quizás podamos hacerlo si utilizamos la palabra contraria: "exclusión", mucho más conocida y por desgracia igualmente aplicada.
La historia pasada y aún más la reciente, está llena de personas, categorías enteras, pueblos y continentes que han padecido en carne propia la prepotencia de unos pocos que los han excluido, separado, segregado. Desde la esclavitud, en el colonialismo y actualmente, los derechos negados a la mujer, los negros, los gitanos, los judíos... y todos aquellos que no se los considera dignos de gozar de Ias ventajas y de los sucesos de la política, de la tecnología, del progreso y del bienestar. La "inclusión" es seguramente una extraordinaria desviación hacia la dirección de las utopías y de los sueños de las mentes abiertas y clarividentes de la humanidad.
La tierra es la casa de todos, a todos pertenecen sus reservas. Cada hombre tiene los mismos derechos y responde a las mismas leyes, la libertad de conciencia, de fe, de opinión, las mismas oportunidades. Esto está en la base de toda relación auténtica humana. Los creyentes deberíamos entrar en este proyecto, aportando una específica y original contribución empezando por reconocer los errores cometidos o por lo menos los silencios ensordecedores que todavía resuenan en cada historia.
La paternidad-maternidad de Dios, la asunción plena de nuestra frágil humanidad por parte del Hijo, la potencia del Espíritu Santo que sopla donde quiere ¿no son suficientemente resplandecientes y claras para librarnos de toda tentación de separar, dividir, desechar? La "inclusión" nos acoge, nos cuida, nos acepta en el respeto y en la promoción de nuestras cualidades y diversidades personales.
Podemos volver a empezar en este tiempo Navideño con un nuevo plan " 4G": gratitud, generosidad, gratuidad y ganas.
Gratitud para reconocernos privilegiados. Lo que recibimos no fue mérito nuestro. Nada hice yo para ganarme el abrazo de mi mamá, el sacrificio de mi papá, los libros, la comida, los remedios y el techo que me dieron en mi niñez.
Generosidad para repartir eso que recibimos entre los que no tuvieron nuestra misma suerte.
Gratuidad para distribuir ese tesoro "porque sí" sin esperar nada a cambio.
Ganas para que el sueño de un mundo donde quepan todos los mundos, cuente con nuestro aporte, desde donde cada uno pueda, como cada uno sepa.
María Julia Bernal
Fuente:
Nota publicada en la edición de diciembre 2016 / Febrero 2017, de la revista ENTRE TODOS de la Parroquia Ntra. Sra. Del Rosario de Pompeya (Comunidad Palotina) Castelar, Provincia de Buenos Aires, Argentina.
Cuando decimos que estamos "todos conectados" nos mentimos un poquito. El sistema nos vuelve globales sólo para hacer negocios. Cruza la frontera más fácilmente un paquete de una IPAD comprado en China que un refugiado. El llamado de esa injusticia es el primero que hay que atender: ¡inclusión! Esta palabra refleja junto a una privación y a un proyecto, la posibilidad de volver a empezar y a la preocupación de no haberlo entendido. Quizás podamos hacerlo si utilizamos la palabra contraria: "exclusión", mucho más conocida y por desgracia igualmente aplicada.
La historia pasada y aún más la reciente, está llena de personas, categorías enteras, pueblos y continentes que han padecido en carne propia la prepotencia de unos pocos que los han excluido, separado, segregado. Desde la esclavitud, en el colonialismo y actualmente, los derechos negados a la mujer, los negros, los gitanos, los judíos... y todos aquellos que no se los considera dignos de gozar de Ias ventajas y de los sucesos de la política, de la tecnología, del progreso y del bienestar. La "inclusión" es seguramente una extraordinaria desviación hacia la dirección de las utopías y de los sueños de las mentes abiertas y clarividentes de la humanidad.
La tierra es la casa de todos, a todos pertenecen sus reservas. Cada hombre tiene los mismos derechos y responde a las mismas leyes, la libertad de conciencia, de fe, de opinión, las mismas oportunidades. Esto está en la base de toda relación auténtica humana. Los creyentes deberíamos entrar en este proyecto, aportando una específica y original contribución empezando por reconocer los errores cometidos o por lo menos los silencios ensordecedores que todavía resuenan en cada historia.
La paternidad-maternidad de Dios, la asunción plena de nuestra frágil humanidad por parte del Hijo, la potencia del Espíritu Santo que sopla donde quiere ¿no son suficientemente resplandecientes y claras para librarnos de toda tentación de separar, dividir, desechar? La "inclusión" nos acoge, nos cuida, nos acepta en el respeto y en la promoción de nuestras cualidades y diversidades personales.
Podemos volver a empezar en este tiempo Navideño con un nuevo plan " 4G": gratitud, generosidad, gratuidad y ganas.
Gratitud para reconocernos privilegiados. Lo que recibimos no fue mérito nuestro. Nada hice yo para ganarme el abrazo de mi mamá, el sacrificio de mi papá, los libros, la comida, los remedios y el techo que me dieron en mi niñez.
Generosidad para repartir eso que recibimos entre los que no tuvieron nuestra misma suerte.
Gratuidad para distribuir ese tesoro "porque sí" sin esperar nada a cambio.
Ganas para que el sueño de un mundo donde quepan todos los mundos, cuente con nuestro aporte, desde donde cada uno pueda, como cada uno sepa.
María Julia Bernal
Fuente:
Nota publicada en la edición de diciembre 2016 / Febrero 2017, de la revista ENTRE TODOS de la Parroquia Ntra. Sra. Del Rosario de Pompeya (Comunidad Palotina) Castelar, Provincia de Buenos Aires, Argentina.