La pieza
de MONSIEUR BACHIR, en el HOSPITAL DE SAINT-LAURENT DU MARONI,
tenía vista al río. Con un par de almohadas en la espalda, el anciano podía
contemplar cómo las largas piraguas iban rumbo a Albina, en la ribera que ya es
Surinam, o venían a SAINT-LAURENT,
de regreso a la GUAYANA FRANCESA. El
cruce de la frontera es un asunto común a orillas del MARONI, tan normal como que intenten cobrarte 200 francos por
cruzar hasta Albina cuando en realidad son cincuenta, pero el fenómeno parecía
gustarle a BACHIR, que pedía
puntualmente sus dos almohadas con el desayuno, a eso de las 7 de la mañana, y
no las abandonaba hasta que la falta de luz y los mosquitos obligaban a Claude, el enfermero rastafari, a ser
un poco rudo con el viejo.
MOHAMMED BACHIR era el último sobreviviente de la
colonia penal que por un siglo y medio mantuvo el gobierno francés en la
Guayana. Fue uno más de los 70 mil transportados que Francia envió al bagne, (presidio, en francés) y que
identificó a esta Guayana por muchos años. Y fue uno de los pocos bagnards que sobrevivió a las
enfermedades tropicales y al trato infrahumano que fue la norma en ese salvaje
pedazo de América del Sur. BACHIR
llegó a SAINT-LAURENT en el convoy
de 1924, junto a otros dos mil presos, para cumplir una condena de veinte años
por algo que él siempre llamó una disputa familiar. Lo más probable es que esa
disputa haya terminado con la muerte de alguien, pero eso es algo que MONSIEUR BACHIR jamás le comentó a
nadie. Los bagnards nunca hablaban
de las razones que los habían llevado a la Guayana.
Al
completar su condena, en 1944, BACHIR
se instaló con un pequeño comercio en SAINT-LAURENT.
Tenía que permanecer veinte años más en la Guayana antes de volver a Francia.
Dos años después, el gobierno francés cerró el presidio y trasladó a unos dos
mil transportados de regreso a la metrópoli. Cuando ya no pudo ir por sí solo
hasta la ribera, para ser parte del modesto intercambio comercial entre Albina
y SAINT-LAURENT que todavía tiene
lugar junto al muelle, se instaló en el hospital y debió conformarse con mirar
el paso de las piraguas. Murió a los 98 años. La Revolución Francesa le dio sus
primeros huéspedes a la colonia penal de la Guayana, en 1798. Eran 331 presos
políticos, entre los que se contaba un buen número de sacerdotes que se había
opuesto al nuevo orden.
La mayor
parte de los deportados fue destinada a un campamento en las orillas del río
Counamarna; los que eran considerados más peligrosos fueron trasladados a unas
islas a diez kilómetros de la costa. En los mapas antiguos, ese archipiélago
era conocido como Islas del Triángulo, por la disposición geográfica de sus
componentes. Pero en 1763 una epidemia que había matado a diez mil personas en
la Guayana llevó a los pocos colonos que quedaban a buscar refugio en ellas.
Entonces pasaron a llamarse ILES DU
SALUT (Islas de la Salvación).
Son tres: LA REAL, LA SAN JOSÉ y LA DEL
DIABLO.
El
posterior uso que se les dio, el fuerte oleaje que las azota y la imposibilidad
de escaparse de ellas llevaron a que este último nombre persistiera en el
tiempo y en la memoria, aunque hasta ahora los mapas las consignan como de la
Salvación. Una paradoja si se considera que el ochenta por ciento de los presos
enviados hasta las islas jamás salió de ellas. Ni siquiera muertos, pues era
costumbre tirar los cadáveres al mar, algo que hizo crecer la población de
tiburones que rodeaba el archipiélago. Las ISLAS
DE LA SALVACIÓN recibieron su primer convoy oficial, con 304 reclusos, en
mayo de 1852.
A la ISLA DEL DIABLO fue deportado ALFRED DREYFUS, el oficial del ejército
francés acusado injustamente de entregar secretos militares a Alemania. DREYFUS vivió en la ISLA DEL DIABLO entre 1895 y 1899. La
casa que ocupó todavía está en pie y en un extremo de la isla hay un escaño
-donde se supone el infortunado oficial pasaba el tiempo-que se conoce como el BANCO DE DREYFUS. Los prisioneros eran
distribuidos por toda la Guayana Francesa. Los convoyes llegaban a SAINT-LAURENT DU MARONI, poblado donde
había una especie de cárcel matriz, y desde ahí eran repartidos de acuerdo con
sus delitos y peligrosidad.
Gran
parte de los caminos que actualmente existen en la isla fueron construidos por
los reclusos. También había carpinteros, panaderos, artesanos y, a partir de
1933, un aprendiz de electricista, de 25 años, acusado injustamente de
asesinato; un tipo con una mariposa azul tatuada en el torso y cuyo único
delito era estar ligado al ambiente del actual parisiense y haber estado en el
momento y lugar equivocados. HENRI
CHARRIÉRE se llamaba, aunque era más conocido como PAPILLON (mariposa, en francés).