Para comprender la verdad en la Biblia, ante todo hay que partir de un
presupuesto fundamental: existe siempre una absoluta armonía entre la verdad
revelada (es decir, la que encontramos en la Biblia) y la verdad natural (la
que encontramos en la naturaleza). Nunca puede haber contradicción entre las
cosas que conocemos mediante la fe (leyendo el libro de la Biblia) y las que
conocemos con la razón (leyendo el "libro" de la naturaleza). Porque
tanto las verdades que hallamos en la creación como las que descubrimos en la
Escritura proceden del mismo Dios. Y Dios no puede contradecirse. Hecha esta
aclaración, podemos presentar ahora algunos principios, tal como los
encontramos en la Constitución Dei
Verbum, para solucionar los supuestos errores de la Biblia. Ningún lector
puede dejar de tenerlos en cuenta, ya que la misma Dei Verbum afirma: Es deber de los exegetas el trabajar según
estas reglas para entender y exponer más profundamente el sentido de la Sagrada
Escritura (nº 12c).
Las verdades que la Biblia enseña son las referidas a nuestra salvación.
La Biblia no es libro de ciencias naturales, sino de religión. Sus autores no son astrónomos, ni matemáticos, ni
geólogos, sino catequistas y teólogos, que tratan de expresar con un
lenguaje fácil y adaptado a los lectores de su tiempo, las verdades
fundamentales de la salvación. La única sabiduría, que hay que buscar en la
Biblia, es la que se refiere a nuestra salvación. Como dice la Segunda carta a
Timoteo: Desde niño conoces las Sagradas Letras, que pueden darte la sabiduría
que lleva a la salvación (2Tim 3, 15). Por lo tanto, cuando la Biblia
sostiene, por ejemplo, que "el Sol se detuvo y la Luna se
paró" (Jos 1, 12), como no pretende enseñar astronomía, no afecta
para nada la veracidad bíblica. Cuando afirma que la liebre es un animal
rumiante (Lev 11, 6), no tiene en vista que aprendamos zoología. Y cuando dice
que Nabucodonosor era rey de Nínive (Judit 1, 1), no pretende darnos una
lección de historia.
Ninguna de estas afirmaciones sirven para nuestra salvación, y no pertenecen estrictamente al ámbito
teológico, no debemos tomarlas como enseñanzas bíblicas. De este modo
desaparecen todas las objeciones que puedan hacerse a la Biblia en el campo de
la astronomía, la antropología, la
historia, la zoología, la matemática, o de cualquier otra rama de las ciencias.
Para entender correctamente un texto bíblico hay que tener en cuenta la
intención de los autores. Este segundo principio se encuentra en la Dei Verbum Nº 12a, y es uno de los más
importantes de la exégesis moderna. Quiere expresar que, cuando una frase de la
Biblia tiene varios significados, el correcto no es el más lindo, ni el que más
me guste, ni siquiera el más profundo, sino aquel que quiso darle el autor.
Un ejemplo puede ilustrar lo que decimos. Es sabido que las últimas
palabras del famoso poeta alemán Goethe antes de morir fueron ¡Más
luz! ¿Qué quiso decir con ellas? Podrían referirse a la luz de la vida
eterna, que veía acercarse. O podrían aludir a la fama que esperaba tener a
partir de su muerte. O podrían significar que estaba llegando a la luz de la
Verdad. O podrían significar, simplemente, que le abrieran las ventanas de su
habitación porque estaba muy oscuro. Esta última es una interpretación más banal,
pero perfectamente posible. Y si el poeta moribundo hubiera querido decir que
estaba incómodo en la oscuridad de su lecho, ¿tendríamos derecho a buscar una
interpretación más profunda? Nosotros nos sentimos comprendidos cuando han
entendido lo que queremos decir, no cuando alguien descubre y añade un sentido
más profundo a nuestras palabras.
Es conocido el cuento de aquel estudioso bíblico que estaba comentando
el Evangelio de Juan. Y al llegar a la pasión de Jesús leyó al final de una
página: Los guardias encendieron fuego en medio del patio y se sentaron
alrededor. Pedro se sentó con ellos... Entonces el comentarista empezó a
preguntarse por qué Pedro se sentaría aquella noche junto al fuego. Y encontró
varias razones: 1ª razón, porque el fuego es símbolo del Espíritu Santo; 2ª razón,
porque es signo de unidad; 3ª razón, porque representa el amor; 4ª razón,
porque significa la pureza del corazón... Y así, encontró 24 razones. Entonces
pasó la página y siguió leyendo: ...para calentarse. Y jubiloso, por haber
encontrado otra razón, anotó: 25ª razón: para calentarse. Lo correcto
no es, lo que uno puede "hallar"
en un texto, sino, ante todo, lo que el autor quiso decir en él. Si se tuviera
en cuenta este importante principio, se evitarían muchas conclusiones absurdas.
Por ejemplo, los Testigos de Jehová prohíben la donación de sangre,
porque en Levítico 17, 10-11 se dice: Si alguno come sangre yo lo exterminaré,
porque la vida de la carne está en la sangre. Pero, el autor del Levítico, ¿pensaba realmente
en las transfusiones de sangre al dar aquella prescripción? Los mormones
impiden a sus seguidores tomar café, porque cuando Jesús estaba moribundo en la
cruz rechazó el vino con mirra que le ofrecieron (Mc 15, 23), bebida
estimulante al igual que el café. Pero, ¿la
intención de Marcos al narrar ese episodio era prohibir a los cristianos beber
café? Ciertas sectas evangélicas prohíben a sus miembros festejar el
cumpleaños, porque Isaías dice: No tolero las reuniones de fiesta, detesto
las celebraciones (1, 13-14). Pero, ¿quería Isaías referirse a las celebraciones de cumpleaños?
¿Cómo hacer para descubrir lo que el autor bíblico quiso decir? Para descubrir la intención del autor
hay que tener en cuenta, entre otras cosas, los géneros literarios. Pues la verdad
se propone y se expresa de modo diverso en obras de índole histórica, en libros
proféticos o poéticos, o en otros géneros literarios. Como hemos visto, los géneros literarios son las diversas maneras
que un escritor tiene de expresarse. Son como el "ropaje" de un
texto. Y en esta forma o manera de expresarse, cada género literario tiene sus
reglas, o características propias. Una verdad puede ser expresada de distinta
manera según el género literario utilizado, que puede ser un relato histórico (como,
por ejemplo, la ascensión al trono por parte de David), un libro didáctico
(como el de Jonás), una novela (como Judit), o una parábola de Jesús.
Por eso, ante una determinada narración no debemos decir: "¿Ocurrió esto en verdad? Porque si no
sucedió, no lo creo". Porque esa narración puede pertenecer al género
de la novela, al relato sapiencial, al poético o a cualquier otro, sin que la
verdad de la enseñanza de la narración se vea afectada. La Palabra de Dios,
pues, no se ata a un solo y único género literario. Algunos casos que hay que tener especialmente en cuenta son la
forma de expresar los conceptos abstractos, los relatos sapienciales con
apariencia histórica y los relatos etnográficos. Para descubrir el sentido
exacto de los textos sagrados hay que tener en cuenta toda la Biblia. Este
tercer criterio lo encontramos en la Dei
Verbum nº 12c. Significa que, para saber lo que enseña la Biblia sobre
determinado tema, no basta con leer un versículo, o un párrafo, y ni siquiera
un libro, sino que hay que tener en
cuenta qué dice toda la Biblia sobre ese tema. La verdad de la Biblia
no está en determinada frase o versículo, sino
en la totalidad de la misma.
Por consiguiente, un libro puede aclarar lo dicho por otro anterior,
puede completarlo, o puede corregirlo. No
se debe tomar, una frase bíblica aislada del contexto, separada (como muchas
veces hacen los miembros de algunas sectas), y tenerla como irrefutable. Si
uno tomara frases sueltas, podría llevarse varias sorpresas: por ejemplo, que
la Biblia enseña que no hay resurrección después de la muerte (Ecl 3, 19-20;
Sab 2, 3); que la vida es absurda y sin sentido (Sab 2, 2); que la mujer es un
ser abyecto y despreciable (Ecl 7, 25-26; Ecl 42, 12-14); que lo único que
cuenta en esta vida es el comer y el beber (Is 22, 13b); que fomenta la orgía y
la mala vida (Sab 2, 6-9); que está bien cometer injusticias (Sab 2, 10), y
rebelarse contra las autoridades legítimas (Lc 1, 52). Incluso podemos hacerle
decir a la Biblia que... ¡Dios no existe! (Sal 13, 1). Por supuesto, todas
estas frases están sacadas de contexto. Si ampliamos la mirada, veremos que el
sentido es otro. Si queremos saber qué enseña realmente la Biblia sobre la
resurrección, la mujer, las autoridades, o cualquier otro tema, se debe tomar la Biblia en su totalidad.
Ariel Alvarez Valdés
Biblista