En el marco de su
visita a Colombia, el Papa Francisco presidió la ceremonia de beatificación de Mons. Jesús Emilio Jaramillo y
del P. Pedro María Ramírez Ramos,
conocido como el Cura de Armero.
La Misa se realizó en la ciudad de Villavicencio, a la que asistieron alrededor
de medio millón de personas. Las virtudes heroicas de ambos mártires fueron
reconocidas por el Santo Padre el 7 de julio a través de un decreto. Para
conocer la importancia de esta beatificación para los colombianos, detallaremos
los hechos que marcaron la vida de Mons.
Jaramillo y el Cura de Armero.
MONS. JESÚS EMILIO JARAMILLO
Nació el 14 de
febrero de 1916 en Santo Domingo, departamento de Antioquia. En sus primeros
años como sacerdote, una de sus tareas pastorales era la capellanía de la
Cárcel de Mujeres de Bogotá. También se destacó por sus sermones en Semana
Santa y por su don de consejo por lo que fue director espiritual de religiosas
y seminaristas. En 1945 es nombrado profesor en el Seminario Mayor de los
Misioneros de Yarumal donde enseñó las cátedras de Dogma, Sagrada Escritura,
griego y hebreo. Un año después fue designado formador de los novicios y llegó
a ocupar el cargo de superior general.
Se caracterizó por
inculcar en los seminaristas el ideal de santidad, la oración constante ante el
Sagrario y las virtudes sacerdotales. Los que lo recuerdan dicen que tenía “una
risa abierta y cordial, una conversación llena de agudos chispazos, un
acercarse siempre y no eludir situaciones difíciles, un consejo comprensivo y
acertado, un amor de padre por sus hijos futuros misioneros”. El 11 de
noviembre de 1970 el Beato Pablo VI lo nombró Vicario Apostólico de Arauca y
Obispo titular de Strumnitza. Su ordenación episcopal fue el 10 de enero de
1971. Después fue nombrado Obispo de Arauca en 1984 y ocupó este cargo hasta su
muerte.
Se desempeñó como
pastor en Arauca, primero como Vicario Apostólico y luego como Obispo, el
mártir lideró programas educativos, de catequesis y de salud que beneficiaron a
los campesinos y a los indios tunebos. En ese entonces, como los habitantes de
la localidad sufrían por los azotes de la fiebre amarilla, la malaria y el
paludismo, el Prelado ayudó a fundar el hospital Ricardo Pampuri. Por otro
lado, su ministerio episcopal también estuvo marcado por los enfrentamientos
entre el grupo guerrillero Ejército
de Liberación Nacional (ELN) y el gobierno. En medio de esta situación,
Mons. Jaramillo denunció la
violencia de los guerrilleros contra los pobladores y la Iglesia.
En uno de sus
escritos, el mártir expresó que la Iglesia “tiene
que ser imparcial como una madre cuyos hijos están peleando entre sí. Ella no
puede ser testigo de un hijo contra el otro. Esta imparcialidad de la Iglesia
no significa cobardía. Al contrario, es una posición heroica, es un sacrificio
cruento en favor del hombre”.
El Ejército de Liberación Nacional
se sintió amenazado por la presencia del Obispo y el 2 de octubre de 1989 lo
secuestraron y lo asesinaron a balazos. Tenía 73 años. La vida y obra de Mons. Jesús Emilio Jaramillo
hicieron que San Juan Pablo II lo proponga como uno de los “testigos de la fe” en el siglo XX.
P. PEDRO MARÍA RAMÍREZ RAMOS: EL CURA DE ARMERO
Nació en la
provincia de Huila el 23 de octubre de 1899. Cuando tenía 16 años ingresó al
seminario de María Inmaculada, ubicado en la localidad de Garzón. Sin embargo,
se retiró en 1920 porque quiso discernir nuevamente su vocación. Ocho años
después entró al seminario en la localidad de Ibagué y fue ordenado sacerdote
el 21 de junio de 1931. Celebró su primera Misa en la parroquia de San
Sebastián, ubicada en la localidad de La Plata, donde se bautizó y recibió su
Primera Comunión. En su primer año
como sacerdote, el Obispo de Ibagué, Mons. Pedro Martínez, lo nombró párroco de
una iglesia en Chaparral y, tras pasar por varias parroquias, en 1946 fue
designado párroco de un templo en Armero, donde permaneció hasta su muerte. El
9 de abril de 1948 estalló en Colombia una revolución por el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, que era
candidato a la presidencia. La localidad de Armero no se salvó de los
enfrentamientos provocados por los simpatizantes de Gaitán. Ese día, el P.
Ramírez estaba regresando a su casa después de visitar a los enfermos
cuando escuchó el desorden que se estaba generando en el pueblo.
Corrió a
refugiarse en la iglesia y durante la noche puso a los objetos sagrados y a un
grupo de religiosas a salvo. Luego permaneció en oración. En la tarde del 10 de
abril un grupo de personas irrumpió en el templo, perpetró profanaciones y
exigió al P. Ramírez que les
entregara unas armas que supuestamente estaban escondidas en el lugar. Sus
asesinos no encontraron ningún arma y le pidieron al sacerdote que abandonara
la ciudad. Este se negó y entonces fue llevado hasta el centro de la plaza
donde lo mataron a machetazos. Antes de morir, el P. Ramírez dijo: “Padre, perdónalos. Todo por Cristo”.