miércoles, 29 de noviembre de 2017

A LA HORA DE DECIDIR TENDRÍAMOS QUE SOPESAR ALGUNOS TEMAS

El plan de extinción del soporte radioeléctrico que existe sobre las bandas de frecuencias de UHF, atribuidas a la radiodifusión de televisión abierta (de interés público), persigue la utópica idea de implementar en ellas servicios diferenciales “de otro tipo”, “de exclusivo interés privado” o “cautivos (indirectos)” de aquellos que las autoridades consideran como “Licenciatarios operadores”, un extraño “escalón superior” que contradice la igualdad ante la ley, garantizada por nuestra Constitución. Dicho plan responde al imparable avance tecnológico que ha sido capaz de subyugar hasta a los propios funcionarios que tienen la delicada tarea de colocar las cosas en su debido lugar, según “mérito, razón, oportunidad o conveniencia”, y todo ello, sin desmedro de los servicios ya existentes o de aquellos que pudieran existir en el futuro, de uno u otro tipo.

Ahora bien, desde hace tiempo existe un peligroso avance sobre las bandas que habían sido destinadas –a título primario (primero en orden e importancia)- para aquellos servicios declarados de “interés público” por todas las leyes antecesoras. A pesar de ello, las frecuencias de la citada Banda de UHF (canales 14 al 69), incluso desobedeciendo al, entonces vigente, Decreto 1151/84 que suspendía la asignación y adjudicación de las mismas, fueron entregadas a servicios de radiocomunicaciones de “otro tipo”: radio taxis, ambulancias, empresariales, y más adelante para sistemas de TV codificada, TDA, telecomunicaciones, y últimamente, hasta a medios extranjeros que ya se encuentran ocupando “nuestro aire” y operando sobre nuestra soberanía espectral, sin retorno posible; pero, nunca para cumplir con la finalidad a la que había sido destinada dicha banda, y desconociendo la previa existencia de infinidad de solicitudes de radiodifusores particulares argentinos con mejores derechos, para la instalación de los verdaderos servicios que debían ocuparla, las que sistemáticamente, fueron rechazadas durante años.

Sumando a la mencionada deuda que el Estado tiene respecto al destino de los servicios básicos (abiertos, directos y gratuitos al público en general), también centramos nuestra mirada sobre lo que podría llamarse un nuevo avasallamiento en perjuicio del interés público y a favor del interés privado, dado que, con la progresiva reducción de la banda de UHF, es una obviedad absoluta inferir que una inmensa cantidad de hogares quedará al margen de ese tipo de comunicación por no poder adecuar o cambiar sus comunes aparatos receptores, debido a los avatares de una economía que no manejan. Al respecto, resulta inevitable señalar que, lamentablemente, nuestro país no se encuentra hoy en las mejores condiciones como para efectuar, en el año 2019, el tan anunciado “apagón analógico”, con el fin de obligar, mediante la quita del servicio básico, la adopción del sistema de televisión digital. Es por demás evidente que muchísimos argentinos no podrán acceder a esa tecnología, con lo cual, quedarían marginados de la formación, de la información, de la cultura y del entretenimiento, cosa, que a todas luces va en sentido contrario de lo tutelado por nuestra Constitución Nacional.

Resulta muy importante advertir que hasta ahora los avances de la tecnología no habían incidido negativamente sobre los espectadores, puesto que, por ejemplo, del blanco y negro se pasó al color sin que nadie haya sufrido la falta del servicio; pero, la actual administración espectral “en fetas” para la televisión digital (TDA estatal y TDT privada), incurre además, en una clara violación de los derechos de independencia de los medios que allí se instalen, ya que en ambos casos, sus emisiones dependerán de los gobiernos de turno (TDA), o de “Licenciatarios Operadores” (TDT), quienes serán los propietarios de las plantas transmisoras, siendo éste el punto más peligroso y, por lo tanto, más cuestionable de la citada propuesta. Por otra parte, el establecimiento de semejante multiplicación de medios de comunicación social provocará, además de la extinción del soporte radioeléctrico, nada más y nada menos que la imposibilidad de costear contenidos de real envergadura. Tanta y tan pobre será la oferta que no servirá para que a los anunciantes deseen invertir en dichos medios, y éstos, no tendrán más remedio que recurrir a los subsidios o a la probable discrecionalidad de los gobiernos de turno. Estos son algunos de los motivos por los cuales no pueden dejarse de lado los servicios abiertos, directos y gratuitos, que se destinan a la recepción del público en general, los que, oportunamente, habían sido, categóricamente, declarados como de “interés Público”.

Edgardo Molo
(Asesor Técnico Legal - Especialista en Radiodifusión)
Periodista

HISTORIA DE LA IGLESIA EN MYANMAR

El primer anuncio del Evangelio en Birmania se remonta al siglo XVI, gracias al trabajo de los dominicos, franciscanos y jesuitas. De particular valor la labor de la PIME en áreas remotas, incluyendo las tribus, que encuentran el uso del ladrillo, la escritura y el saneamiento. El catolicismo es más fuerte que la persecución del régimen militar. La evangelización de Birmania - ahora Myanmar - se inicia alrededor del principio del siglo XVI. La presencia de los primeros misioneros se encuentra en 1511 y, por esta razón, las celebraciones por los 500 años se debieron hacer en 2011; Sin embargo, la situación política, razones de seguridad - el país experimenta una transición de la dictadura militar a un gobierno semi-civil - y la falta de una verdadera libertad religiosa no permitieron el buen desarrollo de las celebraciones.

A partir de la primera entrada en el país, la presencia de sacerdotes dominicos, franciscanos y jesuitas es cada vez más arraigada en los últimos años y les permite crear las primeras comunidades cristianas; Se concentran principalmente en el sur del país, donde, incluso hoy, no hay rastro de los nombres de dominio portugués. En 1648 la Propaganda Fide intenta establecer una verdadera misión de los capuchinos en 1704 y confiada la obra a las Misiones Extranjeras de París. Pero los dos intentos no tienen éxito, incluso por las continuas guerras que azotan a gran parte del país. El 27 de noviembre de 1806, la congregación vaticana divide en tres vicariatos a Birmania, con una referencia a la ubicación geográfica: Norte, Este y Sur. Los límites son luego derogados el 28 de junio 1870, por un decreto de Propaganda Fide, que sentó las bases de la moderna división de los territorios de la Iglesia en Birmania: las tres provincias eclesiásticas de Mandalay, Taunggyi y Yangon.

La obra evangelizadora de la PIME (Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras) se remonta a 1867, cuando los primeros sacerdotes comienzan su viaje en el este; en el tiempo contribuyen a la creación de una arquidiócesis de cinco diócesis. El método de los misioneros era salir de la ciudad, para visitar las aldeas remotas y vivir con las personas: un método que le gusta al Papa Francisco, que constantemente pide a los cristianos a "salir" a las "periferias existenciales y geográficas". Con los misioneros del PIME estas tribus han descubierto el uso del ladrillo, los aseos, la escritura, la existencia de un mundo alrededor del perímetro de su tribu. Fue una inserción consciente en la historia común del mundo; por esto el PIME se ha mantenido en su lugar, a pesar de los cinco mártires, muchos misioneros expulsados y variadas situaciones casi persecución.

En 1962, el general Ne Win estableció una dictadura militar de estampa socialista que, a través del liderazgo, llevó al país hasta el año 2010; en estos 40 años, las escuelas católicas han sido nacionalizadas y todos los misioneros que vinieron después de la independencia (1948, Japón) son expulsados. El dictador tiene la intención de crear un "budismo birmano de inspiración socialista", sobre la base del ateísmo y totalitario; entre 1964-1965 el gobierno confisca todas las escuelas y obras sanitarias de las misiones cristianas y en 1966 son expulsados los misioneros extranjeros más jóvenes que vinieron después de la independencia en 4 de enero de 1948. A la diócesis ahora pasan casi todos los obispos locales, excepto Taunggyi. En total, son expulsados, incluyendo sacerdotes y monjas, 232 católicos y 18 protestantes. La persecución del régimen, sin embargo, no detuvo el crecimiento de la Iglesia en Birmania, por fieles y presencia establecida en la zona. Ahora, la realidad consta de 16 diócesis, más de 750 sacerdotes, 2.500 religiosos, entre hermanas y hermanos, un número de fieles en torno a los aproximadamente 750.000, o el 1,3% de la población total, con una alta concentración entre las minorías étnicas y las áreas tribales.

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miércoles, 15 de noviembre de 2017

LA HISTORIA JAMÁS CONTADA DE LA TRAGEDIA DE LOS ANDES Y UN SOBRENOMBRE "EL 17"

Una crónica de Alfredo Serra, especial para INFOBAE

En octubre de 1972 se embarcaron en un Fokker de la fuerza aérea oriental para jugar un partido de rugby en Chile. Nada heroico. Una estudiantina. Alumnos de un colegio católico, cantaban y reían cuando una violento temblor y una explosión cambió sus vidas en un segundo: el avión se estrelló contra un pico de roca y hielo, se deslizó centenares de metros como por un fatídico tobogán, y detuvo su carrera en una inhóspita planicie blanca que sería su hogar, además de los restos del avión, en los siguientes 72 días y sus noches.

Cuarenta y cinco pasajeros, veintinueve muertos, dieciséis sobrevivientes alimentados con carne humana –única chance de soportar el espanto con otro espanto–, abandonada su búsqueda a las dos semanas, muerta su única radio y librados a su ingenio como condenados de antemano. Y aterrados, porque hasta aquella carne de los muertos que por razones religiosas o meramente humanas creyeron sagrada e intocable, terminó como alimento providencial y salvador. Los trabajos y los días, el brutal frío nocturno, el silencio infinito, el dolor de haber perdido gente de su sangre que los acompañó en el viaje, las perpetuas oraciones a Dios y todos los santos, el sol impío, las tormentas, y cada atroz vuelta de tuerca, fueron minando sus fuertes cuerpos de rugbiers hasta convertirlos en fantasmas flacos y despellejados.

Vivos todavía, pero muertos a corto plazo. Sin embargo, unidos por dos razones –la fe religiosa reforzada en su católico colegio, y el sentido de pertenencia a su país, Uruguay, y a su alta clase social–, eligieron, sin conflictos de poder, un líder natural: Fernando Parrado. Y en él empieza y termina la historia que sigue. No mucho antes de la navidad jugaron la última carta. Parrado y dos compañeros, no menos exangües que el resto, treparon por la montaña hacia Chile con la esperanza de encontrar a otro ser humano que percibiera sus tristes figuras y sus señas finales. Alcanzaron un valle, y allí vieron a un cansino arriero chileno que recorría el lugar: una baraja a favor del Destino.

Parrado envolvió un mensaje de pocas palabras en una piedra, y la arrojó al otro lado de un escuálido río. El arriero miró el papel pero no pudo leerlo: era analfabeto. Sin embargo, su astucia de hijo de la Tierra le dictó que algo grave ocurría. Atinó a llevarlo hasta un retén de carabineros, y pocas horas más tarde un helicóptero del ejército llegó hasta el Monte Calvario en que yacía el avión como un pájaro muerto, y los sobrevivientes. El veintidós de diciembre fueron rescatados los dieciséis y llevados hasta el modesto pueblo de San Fernando. Oyeron misa, celebraron la Navidad, y durante semanas, meses y años fueron grandes protagonistas de la prensa y del asombro del mundo.

Un poco antes de ese gran momento, cuenta entré en la habitación de Fernando Parrado, en el HOTEL SHERATON local. Me presenté y me reconoció: era lector de la revista GENTE, y mi nombre y mis notas eran parte de su vida, me dijo. Arriesgué la pregunta inevitable, y me confesó la única verdad posible: sí, comieron carne humana. En su caso, aun peor: su madre y su hermana murieron en el desastre. Me enfrenté, entonces, al peor momento de un periodista: disponer de una primicia macabra, y oír su ruego: "No lo publiques, por favor. Nosotros no vamos a ocultarlo, pero queremos decirlo en nuestro colegio, ante nuestros maestros y la prensa mundial, explicando que fue la más terrible e inevitable de las decisiones, tomada después de dramáticas charlas, porque no todos nuestros compañeros comprendían que en Los Andes, a más de veinte grados bajo cero, era imposible sobrevivir sin proteínas".

No dudé: entre la primicia y la actitud moral, callé. Porque un periodista no es un verdugo. Y si lo es, pasa al bando de los canallas. Estuve en Montevideo, en aquella escuela (Stella Maris), tomé nota de la declaración como si la oyera por primera vez, y esa noche, después de enviar mi nota por télex -sistema que hoy haría reír a los jóvenes que ya nacen cibernéticos-, dormí en mi hotel el sueño de los justos. La acción tres meses más tarde, en la redacción de GENTE. Samuel Gelbung, a la sazón mi jefe, empezó a tironearse mechones de pelo: su invariable tic cuando pensaba alguna nota extraordinaria que hiciera llorar al país, como decía antes de encargarla.

Directo, me dijo: "Pingüirama –así me llamaba–, hay una sola nota de los uruguayos que falta, y que a nadie se le ocurrió. Hay que llegar al avión, meterse, y contar desde allí lo que pudieron sentir los dieciséis a lo largo de setenta y dos días. Andá a Mendoza, averiguá cómo llegar, y hacéla". Fui al punto más cercano: Malargüe. Bajé (bajamos con mi compañero, el fotógrafo Eduardo Frías), averigüé, contraté a dos arrieros chilenos, compré ropa y víveres sin medida, y una mañana, con veintidós grados bajo cero, los arrieros, nosotros, y dos caballos de refuerzo, partimos desde un rancho nada lejos de las estribaciones de la montaña.

Tres días y tres noches a caballo. Para mí, debut: la primera y única monta de mi vida eran los petisos que, de niño, por centavos, me paseaban por dos vueltas a la manzana… De día, cabalgata a paso medio. De noche, dormir sobre el hielo tapados con gruesos y negros ponchos chilenos. Y de pronto, una mañana, detrás de un mar de penitentes de hielo de aguzadas puntas, ¡el avión! Los caballos claudicaron, y debimos avanzar trescientos metros a pie. Caí agotado, me deshidraté, pero rompí algunas puntas de hielo con mi guante de cuero, las chupé como si fueran un delicioso helado, me recuperé, y alcancé la meta.

Nada quedaba de la tragedia y de la épica de los uruguayos. Nada, salvo el esqueleto del avión, como un pájaro o un insecto gigante y desarbolado, la montaña por la que trepó Fernando Parrado en la última excursión, un infinito manto de nieve, y un silencio más profundo que el del espacio exterior, sus soles, sus estrellas, sus supernovas. Entramos a las entrañas del cadáver, pasamos allí el resto del día y la interminable noche, y al mediodía siguiente nos envolvió una vorágine de viento y nieve que laceraba nuestras caras y hacía desaparecer todo punto de referencia, como si estuviéramos en un planeta desconocido. Los chilenos no vacilaron. "Es la última tormenta de la temporada. Si no nos vamos ahora, la cosa se va a poner muy difícil. Monten y arranquemos. No hay tiempo que perder".

Caminé hacia mi dócil caballo, que marchaba de memoria. Puse mi pie izquierdo en el estribo, y antes de saltarle al lomo, descubrí, en el vasto campo blanco casi borroso por la ventisca, una tenue línea verde. Volví sobre mis pasos, cavé unos centímetros, y rescaté un porta documentos de plástico. Sin tiempo para averiguar de qué se trataba, qué hacía allí en ese desierto blanco, lo metí en mi bolso, y empezamos a cabalgar. Llegamos al rancho de la partida un día después, sin descanso. Ya de noche, en el hotel de turismo de Malargüe y luego de una ducha casi hirviente, en la cama, lo abrí. Eran los documentos de Fernando Parrado: su cédula de identidad y su carnet del Automóvil Club Uruguayo. Ómnibus hasta Mendoza, avión hasta Buenos Aires. Ya en la redacción, llamé a Fernando por teléfono.

-Hola, Alfredo.
-Fernando, vengo del avión.
-¿Cómo?
-Sí, llegamos al avión con un fotógrafo y dos arrieros.
-¿Están locos?
-Casi… Pero tengo algo para vos.
-¿Qué?
-¡Encontré tus documentos!
-El frío te hizo mal… Estás delirando.
-No. Los tengo en la mano -y los describí-.
-¿Están los dólares?
-No. ¿Qué dólares?
-Meté la mano en uno de los bolsillos. Tiene que haber ciento cincuenta dólares.
-(Después de rebuscar) Sí, aquí están. Vení a buscarlos cuando quieras.

Viajó dos días después, y la entrega fue una ceremonia en la redacción de GENTE. Fotos, comentarios, abrazos. Había un billete de cien y cinco de diez. El último de diez, sin consultarnos, lo partimos por la mitad, como un amuleto. En adelante, Fernando viajó por todo el mundo, invitado a dar conferencias sobre supervivencia ante notorios empresarios, y yo a París, Roma, El Cairo, Líbano, La Habana, el Tren Transiberiano (Moscú a Vladivostok), Liberia, Alto Volta -hoy Burkina Faso-, Kenia, etcétera. Pero aquellas dos mitades, hasta hoy, siguen –dormidas pero vivas y protectoras– entre nuestros pasaportes. En mi caso, en el instante del despegue, la acaricio entre el índice y el pulgar. Nunca le pregunté, pero creo que Fernando cumple el mismo rito.

(Post scriptum: desde entonces, como un homenaje a mi silencio que acaso no merezco, Carlitos Páez Vilaró, hijo del gran artista que ya dejó este mundo, me bautizó "El 17": la mejor medalla que me hayan conferido en más de medio siglo de periodismo).

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COLÓN ESTA DE PIE CONTEMPLANDO EL NUEVO MUNDO

Su estatua fue víctima de un disparate de Hugo Chávez y de una errónea decisión de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Tras años de abandono, se completó el montaje del monumento a Cristóbal Colón en la Costanera Norte. A las cinco de la tarde del martes 7 de octubre de 2017 –fecha completa, fecha histórica–, una grúa capaz de levantar 300 toneladas elevó hacia el cielo, y frente a las aguas del Plata, los seis metros de la estatua del GRAN ALMIRANTE, de 40 toneladas, y los repuso sobre su pedestal de veinte metros.

No fue una operación fácil. Soplaba un fuerte viento llegado desde el río, y la mole oscilaba… aunque menos de lo que sin duda se agitaron sus carabelas –Santa María, Pinta y Niña– en "La mar océana", como se llamaba a esa inmensidad, los dos meses y nueve días de incertidumbre –3 de agosto al 12 de octubre de 1492– que pasaron hasta que el marinero sevillano Rodrigo de Triana (Rodrigo Pérez de Acevedo: su nombre real) gritó ¡Tierra!

Terminó así una larga historia –casi cuatro años y medio– de errores, prepotencia, agravios y tristeza. El primer y grosero error lo cometió el dictador venezolano Hugo Chávez en marzo de 2011 durante su visita a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Mirando hacia el río por una ventana de la Casa Rosada, y al descubrir la estatua de COLÓN, le dijo:

¿Qué hace ahí ese genocida? ¡Ahí tiene que estar un indio!

Claramente, su odio era más fuerte que sus conocimientos históricos: COLÓN jamás, en ninguno de sus viajes al Nuevo Mundo, mató a un nativo, y mucho menos fue responsable de las masacres que perpetraron HERNÁN CORTÉS y los demás conquistadores enviados por la Corona ibérica. Sin embargo, sin averiguar la verdad e inmediatamente, tomando ese exabrupto como una verdad histórica y una orden, la ex presidenta ordenó el desalojo del Gran Almirante y su reemplazo por una estatua de Juana Azurduy de Padilla, patriota y heroína del Alto Perú que se batió con bravura en las guerras de la Independencia.

Sin duda merecía un lugar. Pero no necesariamente ese. Porque la sustitución inmediata y "manu militari" sólo logró agraviar y entristecer a la inmensa comunidad italiana del país, que donó la estatua por impulso del próspero inmigrante Antonio Devoto, que depositó la primera y muy fuerte suma y abrió la puerta a una colecta millonaria: la que permitió que el famoso escultor florentino Arnaldo Zocchi construyera, con puro mármol de Carrara, ese monumento que no sólo honra a COLÓN; los grupos alegóricos al pie representan, siguiendo la obra "Medea", de Sófocles, la Ciencia, el Genio, el Océano, la Civilización, la Fe y el Porvenir.

Desguazarlo pieza a pieza, protegerlo durante años, llevarlo hasta el espigón Puerto Argentino de la Costanera, seguir cuidándolo allí, reconstruirlo y montarlo definitivamente… costó una fortuna. Por supuesto, a cargo del bolsillo de los contribuyentes. En cuanto a la estatua de Juana Azurduy, la nueva inquilina del PARQUE COLÓN, también fue víctima del desatino que la instaló allí… Debió ser desalojada por imperio de las obras del futuro PASEO DEL BAJO, llevada frente al ex Palacio de Correos –hoy CCK–, y la falta de patinado sobre el bronce deterioró la superficie, que deberá ser reparada antes de que el mal sea mayor.

Desde el martes 7 de octubre de 2017, COLÓN mira hacia el vasto Río de la Plata, al que Juan Díaz de Solís llamó "Mar Dulce" en 1515 –simulacro del océano–, y lo mantiene despierto la constante danza de aviones en el AEROPARQUE JORGE NEWBERY. Tal vez sea más feliz allí… y olvide el disparate que lo arrancó del parque en que reinaba desde el 15 de junio de 1921 como homenaje de los inmigrantes italianos al Centenario de la Revolución de Mayo: fecha en que fue enclavada la piedra fundamental.

Moraleja: Dejad que las estatuas descansen en paz…

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miércoles, 8 de noviembre de 2017

UNA VOZ POR EL PLANETA TIERRA-Tercera Parte

Nosotros y todo lo que vive, hemos derivado del Cosmos, antiguo y vasto. La edad del universo en el cual vivimos se cuantifica entre 14.500 y 15.000 millones de años. El Sistema Solar nacido de los escombros de la explosión de antiguas estrellas, data de unos 4.500 millones de años. Nuestra compañera Selene, surgió del choque de un cuerpo celeste colosal. El polvo, rocas y materia interestelar resultante de ese evento, conformó nuestro soberbio satélite la Luna. Por eso los científicos inspirados por los relatos de la Mitología greco-romana, nos dicen que GEA, la Tierra, dejó salir de su vientre a Selene, la Luna.

Un maravilloso proceso acaecido durante millones de años, transformó una esfera incandescente y caótica, en un maravilloso planeta, en el que la materia adquirió conciencia e impulsó la vida. Científicos y sabios nos han relatado maravillosas historias de como el agua que hoy abunda en el planeta, viajó millones de kilómetros contenida en cometas, en cristales de hielo. Que esta lluvia meteórica duró unos 8 millones de años y que con el calor de los impactos el hielo de muchos siglos, se derrite y conforma los impresionantes mares que fueron la cuna de la vida. La Tierra vivió maravillosas experiencias, desde el hecho de ser una inmensa bola de fuego que recibió millones de meteoros que contenían cantidades ingentes de elementos que con el paso del tiempo se fueron combinando para darle forma a ese maravilloso producto que es la vida.

Millones de seres microscópicos usaron los océanos como su hogar y estos para devolver ese gran favor transformaron la atmósfera de la tierra, llenándola de ese maravilloso elemento que llamamos el oxígeno y que es el que le da ese hermoso color azul que notamos desde el espacio. Hubo una época en el pasado remoto de la tierra, en el que esta se convirtió en una enorme Bola de Nieve. Las temperaturas cayeron y el agua se congeló, convirtiendo el planeta durante millones de años en un punto blanco en el vasto espacio. Realmente emocionante, es saber que una de las teorías que hablan de la creación nos cuenta que el universo se creó en un punto infinitesimalmente pequeño. Más pequeño que un átomo, que ahí se conjuntó toda la energía y que en un determinado momento explotó. Es a lo que los científicos denominan en inglés el Big Bang o sea La Gran Explosión. De ahí en adelante se conformó el espacio y el tiempo.

Nosotros nos movemos en un mundo con cuatro dimensiones, arriba y abajo, adelante y atrás, derecha e izquierda y el tiempo, nuestro compañero inexorable. Los científicos le apuestan a la existencia de 7 dimensiones adicionales que no podemos percibir. La creación nos circunscribe en un mundo en el que nos acostumbramos a percibir una bipolaridad. El principio y el fin, el Big Bang y el Big Crunch, lo malo y lo bueno. Por la forma en que hemos sido conformados y la manera en que concebimos y percibimos nuestro entorno, el transitar por esta maravillosa experiencia que es la vida, hace que cada día y a cada instante nos maravillemos con todo lo que hay en la creación. Hace algunas décadas el científico Charles Darwin nos decía que la humanidad proviene de un antepasado común, un mono, que era muy diferente a los que hoy conocemos. Conforme avanza el conocimiento vamos descubriendo que todo lo que vive tiene un antepasado común, una bacteria primigenia, que fue la primera planta, el primer ser vivo.

Aparte de eso los científicos han podido comparar las células de los seres vivos, animales, plantas y seres humanos. En su constitución son muy parecidas, poseen un núcleo, pared celular, mitocondrias, nucleolos. Diferentes y parecidas al mismo tiempo. En lo que sí coinciden todas, es que cada una de ellas contiene moléculas que son las que hacen posible el ADN y el ARN. Estas cadenas contienen enlaces que son posibles gracias al carbono, único elemento que tiene la capacidad de combinarse con los demás. El carbono, así como otros elementos orgánicos, o sea, que hacen posible la vida, están presentes en una sopa cuántica que provee la materia prima para la conformación de nuevos seres vivos. Todos y cada uno de los elementos que están presentes en nuestro planeta, han realizado un viaje de millones de años. En palabras sencillas, todo lo que vive y todo lo que existe ha sido hecho con Polvo de Estrellas. Lejanas, muy lejanas y, que ya murieron para dar paso a nuestro universo. A la luz de esta reflexión, esperamos que usted tenga la capacidad de amar cada día más, esta maravillosa creación.

Desde Costa Rica
Jorge Muñoz Somarribas
Coordinador
ANUNCIAR Contenidos Latinoamerica

miércoles, 1 de noviembre de 2017

EDGAR ALLAN POE

La imagen de Edgar Allan Poe como mórbido cultivador de la literatura de terror ha entorpecido en ocasiones la justa apreciación de su trascendencia literaria. Ciertamente fue el gran maestro del género, e inauguró además el relato policial y la ciencia ficción; pero, sobre todo, revalorizó y revitalizó el cuento tanto desde sus escritos teóricos como en su praxis literaria, demostrando que su potencial expresivo nada tenía que envidiar a la novela y otorgando al relato breve la dignidad y el prestigio que modernamente posee. Edgar Allan Poe perdió a sus padres, actores de teatro itinerantes, cuando contaba apenas dos años de edad. El pequeño Edgar fue educado por John Allan, un acaudalado hombre de negocios de Richmond. Las relaciones de Poe con su padre adoptivo fueron traumáticas; también la temprana muerte de su madre se convertiría en una de sus obsesiones recurrentes. De 1815 a 1820 vivió con John Allan y su esposa en el Reino Unido, donde comenzó su educación.

Después de regresar a Estados Unidos, Edgar Allan Poe siguió estudiando en centros privados y asistió a la Universidad de Virginia, pero en 1827 su afición al juego y a la bebida le acarreó la expulsión. Abandonó poco después el puesto de empleado que le había asignado su padre adoptivo, y viajó a Boston, donde publicó anónimamente su primer libro, Tamerlán y otros poemas (Tamerlane and Other Poems, 1827). En 1832, y después de la publicación de su tercer libro, Poemas (Poems by Edgar Allan Poe, 1831), se desplazó a Baltimore, donde contrajo matrimonio con su jovencísima prima Virginia Clemm, que tenía entonces catorce años. Por esta época entró como redactor en el periódico Southern Baltimore Messenger, en el que aparecieron diversas narraciones y poemas suyos, y que bajo su dirección se convertiría en el más importante periódico del sur del país. Más tarde colaboró en varias revistas en Filadelfia y Nueva York, ciudad en la que se había instalado con su esposa en 1837. Su labor como crítico literario incisivo y a menudo escandaloso le granjeó cierta notoriedad, y sus originales apreciaciones acerca del cuento y de la naturaleza de la poesía no dejarían de ganar influencia con el tiempo. En 1840 publicó en Filadelfia Cuentos de lo grotesco y lo arabesco; obtuvo luego un extraordinario éxito con El escarabajo de oro (1843), relato acerca de un fabuloso tesoro enterrado, tan emblemático de su escritura como el poemario El cuervo y otros poemas (1845), que llevó a la cumbre su reputación literaria. La larga enfermedad de su esposa convirtió su matrimonio en una experiencia amarga; cuando ella murió, en 1847, se agravó su tendencia al alcoholismo y al consumo de drogas, según testimonio de sus contemporáneos. Ambas adicciones fueron, con toda probabilidad, la causa de su muerte, acaecida en 1849: fue hallado inconsciente en una calle de Baltimore y conducido a un hospital, donde falleció pocos días más tarde, aparentemente de un ataque cerebral.

La calidad de la producción literaria de Poe ha oscurecido en parte su faceta de teórico de la literatura; en obras como Fundamento del verso (1843), La filosofía de la composición (1846) y El principio poético (1850), expuso ideas singulares y novedosas sobre los géneros literarios y el proceso de creación. En este último terreno se apartó por completo del concepto romántico de inspiración al abogar por una escritura reflexiva, meditada y perfectamente consciente de las técnicas expresivas, que habían de encauzarse en dirección al efecto deseado. Tales ideas tendrían gran predicamento entre la crítica antirromántica. Respecto a los géneros, Poe sostuvo que la máxima expresión literaria es la poesía, y a ella dedicó sus mayores esfuerzos. Sus poemas no fueron bien recibidos entre la crítica estadounidense, que los juzgó excesivamente artificiosos, pero, a partir de los estudios de Mallarmé, los europeos vieron en Poe a un modélico precursor del simbolismo. La apreciación es justa si no se olvidan los motivos románticos que, a pesar a su poética, lastraron todavía sus versos. Su último libro, El cuervo y otros poemas (1845), es la expresión de su pesimismo y de su anhelo de una belleza ajena a este mundo. Algunas de las composiciones de Poe, desgajadas de los poemarios de que forman parte, alcanzaron una notable popularidad. Es justamente célebre su extenso poema El cuervo (The Raven, 1845), donde su dominio del ritmo y la sonoridad del verso alcanzan el máximo nivel. Manifiestan idéntico virtuosismo Las campanas (The Bells, 1849), cuyo resonar, que acompaña las diversas etapas de la vida humana desde la infancia hasta la muerte, se evoca con reiteraciones rimadas y aliteraciones; Ulalume (1847), un recorrido de la tristeza a la ilusión que cae de nuevo en la desesperanza; y Annabel Lee (1849), exaltación de un inocente amor infantil que ni la muerte puede truncar.

Pero la genialidad y la originalidad de Edgar Allan Poe encuentran su mejor expresión en los cuentos, que, según sus propias apreciaciones críticas, son la segunda forma literaria, pues permiten una lectura sin interrupciones, y por tanto la unidad de efecto que resulta imposible en la novela. Considerado uno de los más extraordinarios cuentistas de todos los tiempos, Poe inició la revitalización que experimentaría el género en tiempos modernos. Maestro del terror y fundador del género policial, también se reconoce a Poe su papel de precursor en la literatura de ciencia ficción por algunos de los relatos contenidos en las Narraciones extraordinarias. De tema marino es la única novela que llegó a completar, Las aventuras de Arthur Gordon Pym (The Narrative of Arthur Gordon Pym, 1838), historia de un viaje fantástico al Polo Sur en la que reaparecen numerosos elementos (muchos de ellos terroríficos o simbólicos) de sus cuentos. El conjunto de la obra de Poe influyó notablemente en los simbolistas franceses, en especial en Charles Baudelaire, quien la dio a conocer en Europa. Por lo demás, los continuadores de los nuevos caminos que abrió su narrativa (como Arthur Conan Doyle en la novela detectivesca, Julio Verne en la ciencia ficción o H.P. Lovecraft en la literatura de terror) señalaron su deuda con el estadounidense, y, en general, su magisterio ha sido reconocido por todos los grandes cultivadores del cuento moderno, desde Guy de Maupassant hasta Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, quien realizó una soberbia traducción de sus relatos.