Antes de
todo, hay que reconocer que muy pocos fenómenos culturales son capaces de
generar tanta expectativa entre las audiencias y consumidores como la
construcción que el Universo Cinematográfico de Marvel hizo de sus 18 filmes
para culminar en la entrega Avengers Infinity war en este 2018. No han sido
pocos los expertos en cine que han destacado que en el lenguaje del Universo
Cinematográfico de Marvel traslucen argumentos sobre virtudes que van
emparentadas con el drama del héroe clásico: la amistad, la confianza en sí
mismo, la rectitud, la entrega, el sobreponerse a la crisis moral, el
sacrificio desinteresado, la persistencia en los ideales, la responsabilidad
permanente y, por supuesto, el amor.
Amor que
abarca diferentes expresiones de este sentimiento: luchar junto al ser amado o
por el ser amado, entregarse hasta el sacrificio por el amor a las virtudes
humanas o por las creaciones del espíritu trascendente. En fin, héroes clásicos
que obran en favor de la verdad, la justicia, la libertad, la paz, el bien
colectivo y, en esta reciente entrega: el bienestar cósmico. Pero en Avengers
Infinity War finalmente conocemos al ser autárquico por antonomasia, el ser que
se basta a sí mismo: Thanos. El creador de este personaje, Jim Starlin, no pudo
darle un origen más colosal: hijo de un mentor eterno, nació en Titán, la
inmensa luna de Saturno que recuerda precisamente al titán Cronos, recaudador
del tiempo y de la libertad.
En los
comics, Thanos es un ser inteligentísimo que se da a sí mismo su poder y
fortaleza; un individuo que, obsesionado con la ciencia y la filosofía
nihilista, desea cortejar a la muerte para lo cual requiere las seis gemas del
infinito que le darán un poder tan absoluto como el de la segadora de la vida. En
la versión cinematográfica de Marvel, sin embargo, Thanos es un concienzudo y
tiránico salvador que ha llegado a convencerse –a fuerza de malas experiencias-
de que el universo ha entrado en un desequilibrio autodestructivo y que, para
remediarlo, es necesaria la muerte de la mitad de los seres del cosmos. Su
motivación es el equilibrio: la muerte revela lo especial de la vida.
El filme
nos presenta a este Thanos, que vive un sentido de la piedad trastornado y la
torcida compasión de un mortal que, de pronto, desea convertirse en una especie
de deidad, un magnánimo defensor de lo creado pero no de lo posible. Esto es lo
que se encuentra en la línea narrativa de Infinty War, el cierre de una década
de historias cuyos personajes centrales son los héroes en su periplo trágico.
Héroes que, en el pasado, debieron despejar su egoísmo, comprender los valores
del sacrificio; luchar por valores éticos y morales; enfrentar la corrupción de
las instituciones; reconocer las fortalezas del adversario y las debilidades
personales; aliarse en la adversidad; anticiparse al caos; y creer en el
triunfo del bien sobre el mal.
Todas
estas historias, en su conjunto, son el primer acto de este épico crossover,
Infinity War es la confrontación narrativa y la resolución final es realmente
el clímax que siempre se buscó evitar. La presencia de una fuerza irrefrenable,
Thanos dominando el poder de las gemas, sólo puede conducir a un destino
posible (el Dr. Strange lo corrobora mirando en el futuro los más de 14
millones de desenlaces posibles). Hay dos guiños en el filme que anticipan el
clímax, el final y la base de la narración futura: la obtención de la gema del
alma sacrificando lo único amado y la –casi voluntaria- entrega de la gema del
tiempo a cambio de preservar una sola vida. En ambos casos, se está hablando de
lo mismo: el precio de la soledad.
¿Qué es
mejor, tener un alma sin nadie a quién amar o controlar el tiempo sin darle
posibilidad a alguien para vivir? En Infinity War, ganar conlleva una alta
tristeza, padecer el desamparo, implica el destierro solitario en los páramos
de los vencedores. Ningún otro personaje en el universo de Marvel ha tenido que
enfrentar tal decisión; de hecho, cada uno de los héroes ha lidiado en su
propio fuero alguna lucha contra esta condición de villanía, pero Thanos
recorre el camino hasta el final: la azarosa aniquilación en la punta de sus
dedos. ¿El resultado? Un hombre triste situado en el confín de la realidad que
se ha creado, el gran contemplador del vacío, el celador de la ausencia.
Pero
volvamos a la estructura narrativa para hacer la última valoración moral de
estos diez años de universo Marvel. Dieciocho filmes a lo largo de una década
son la preparación argumentativa, el primer acto; Avengers Infinity Wars es el
desarrollo del conflicto central y el clímax del segundo acto. El canon
narrativo exige un tercer acto que resuelva los efectos del apogeo pero ¿hay
algo qué resolver? ¿Devolver la vida de los héroes caídos? ¿Regresar al orden
previo? ¿A que todas las fuerzas estén dispersas nuevamente? Y, si se
resolvieran, ¿quiénes juzgarán que ese escenario es el correcto?
En la
tragedia griega ‘Las Euménides’ (la tercera parte de la trilogía de ‘La
Orestiada’), las diosas de la venganza, que reclaman los crímenes de sangre,
obligan a los dioses a instalar un tribunal para definir el destino del
acusado; pero, cuando la votación queda empatada, prevalece el beneficio del
culpable. Es decir, el bien sí triunfa aun cuando las fuerzas del mal estén
equilibradas (y hay que recordar que Thanos busca el equilibrio). En el comic,
Thanos Quest, el titán consigue el poder de las gemas sólo para demostrar que
está a la altura de su amada ‘damisela muerte’; pero su poder finalmente es
superior al de la muerte y por tanto no pueden coincidir. La conclusión es
evidente: Thanos se petrifica contemplando el infinito, aguardando el momento
de perder, porque la victoria es vacía cuando el logro es absoluto.
Por Felipe Monroy
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