PROGRAMA Nº 1167 | 17.04.2024

Primera Hora Segunda Hora

ACUMULAR RIQUEZAS: ¡EL ANTI-EVANGELIO!

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Comentario Bíblico
Del Evangelio de Lucas (12,13-21)

El texto de este evangelio de Lucas, forma parte de un discurso bastante largo de Jesús sobre la confianza en Dios que quita todo temor (Lc 12, 6-7) y sobre el abandono en la providencia de Dios (Lc 12, 22-32). El pasaje de hoy está precisamente en medio de estos dos textos. He aquí algunas enseñanzas dadas por Jesús, antes de que fuese interrumpido por aquel “Uno de la multitud le dijo:” (Lc 12, 13), sobre esta confianza y abandono:

Lc 12, 4-7: A ustedes, mis amigos, les digo: No teman a los que matan el cuerpo y después no pueden hacer nada más. Yo les indicaré a quién deben matar, tiene el poder de arrojar a la Gehena. Sí, les repito, teman a ese. ¿No se venden acaso cinco pájaros por dos monedas? Sin embargo, Dios no olvida a ninguno de ellos. Ustedes tienen contados todos sus cabellos: no teman, porque valen más que muchos pájaros.

Lc 12, 11-12: Cuando los lleven ante las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no se preocupen de cómo se van a defender o qué van a decir, porque el Espíritu Santo les enseñará en ese momento lo que deban decir.

Es exactamente en este punto cuando el hombre interrumpe el discurso de Jesús, mostrando su preocupación sobre cuestiones de herencia (Lc 12,13). Jesús predica que no hay “No teman a los que matan el cuerpo y después no pueden hacer nada más” (Lc 12,4), y este hombre no percibe el significado de las palabras de Jesús dirigidas a aquéllos que Él reconoce como “mis amigos” (Lc 12,4).

Por el evangelio de Juan sabemos que, amigo de Jesús es aquél que conoce a Jesús. En otras palabras, conoce todo lo que Él ha oído del Padre (Jn 15,15). El amigo de Jesús debería saber que su Maestro está radicado en Dios (Jn 1,1), y que su única preocupación consiste sólo en intentar hacer la voluntad de aquél que lo ha enviado (Jn 4, 34). La amonestación y el ejemplo de Jesús a sus amigos es el de no afanarse por las cosas materiales, porque “la vida vale más que el alimento y el cuerpo más que el vestido” (Mt 6,25).

En un contexto escatológico Jesús aconseja: “Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes” (Lc 21.34). Por eso, la pregunta de aquel hombre que pide a Jesús: “Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia” (Lc 12,13) es superflua delante del Señor. Jesús rechaza hacer de juez entre las partes (Lc 12, 14), como en el caso de la mujer adúltera (Jn 8, 2-11). Se nota que para Jesús no tiene importancia cuál de los dos tiene razón.
Él se mantiene neutral en la cuestión entre los dos hermanos, porque su reino no es de este mundo (Jn 18,36). Este comportamiento de Jesús refleja la imagen que nos da Lucas del Señor manso y humilde. La acumulación de los bienes materiales, la herencia, la fama, el poder, no entra en la escala de valores de Jesús. Él, en efecto, usa el problema de los dos hermanos para subrayar que la “…la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas” (Lc 12,15), aunque sean abundantes.

Según su costumbre, también aquí Jesús enseña por medio de una parábola, en la cual nos presenta “Había un hombre rico…” (Lc 12,16), nosotros diríamos, un rico inconsciente que no sabe qué hacer de sus bienes tan abundantes (Lc 12,17). Nos recuerda este tal, al rico epulón que todo encerrado en sí mismo no se acuerda de la miseria de Lázaro (Lc 16,1-31). Ciertamente, que a este hombre rico no lo podemos definir como justo.

Justo es aquel que, como Job, comparte con los pobres los bienes recibidos de la providencia de Dios: “Porque yo salvaba al pobre que pedía auxilio y al huérfano privado de ayuda. El desesperado me hacía llegar su bendición, y yo alegraba el corazón de la viuda” (Job 29, 12-13). El rico de la parábola es un hombre necio (Lc 12,20), que tiene el corazón lleno de los bienes recibidos, sin acordarse de Dios, sumo y único bien.

“Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios” (Lc 12,21). En su necedad él no cae en la cuenta que todo le viene dado por la providencia de Dios, no sólo los bienes, sino también la misma vida. Lo hace notar la terminología usada en la parábola. No es la riqueza en sí misma la que constituye la necedad de este hombre, sino su avaricia que revela su locura. El dice: “Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, como, bebe y date buena vida” (Lc 12,19).

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