Comentario Bíblico
Del Evangelio de Lucas (11,1-13)
La primera lectura es la
continuación del anterior. Se trata del célebre relato de la destrucción de
Sodoma y Gomorra, las ciudades con fama de depravadas en el valle del Siddim,
en el sur del Mar Muerto. Es un relato que se ha prestado a todo tipo de
hipótesis arqueológicas en torno a esa depresión del valle del Jordán, que es
uno de los fenómenos más originales de la naturaleza, a 400 metros bajo el
nivel del Mediterráneo. La Biblia lo llama el yâm hammélah (mar de la Sal), y
popularmente se le conoce por Muerto, desde el tiempo de los griegos, porque no
hay vida, debido a la gran densidad de sal.
Todo esto explica la
leyenda de este lugar, de la estatua de sal de la mujer de Lot y otros
pormenores. Probablemente es una leyenda para explicar lo terrible de la vida
allí, aunque la industria de todos los tiempos ha logrado del asfalto y otros
minerales sus beneficios. Pero la lectura de hoy viene para poner de manifiesto
la intercesión de Abrahán a Dios por los justos, por sus familiares. Es una
explicación de cómo el hombre de todos los tiempos, y muy especialmente el de
la antigüedad recurre a lo divino frente a las leyes de la naturaleza que se
presenta tan atroz en momentos determinados.
La carta a los Colosenses (2,12-14)
prosigue con su mensaje. En este caso es un texto bautismal, una pequeña
catequesis sobre el bautismo cristiano, sobre el efecto de este sacramento: nos
incorpora al misterio de Cristo, a su muerte y resurrección. Es un mensaje que
se parece mucho al de Romanos 6. Dios nos da la vida en Cristo y esto se
expresa en la mediante el bautismo.
El evangelio de Lucas (11,1-13)
nos ofrece uno de los pasajes más bellos y entrañables de ese caminar con Jesús
y de la actitud del discipulado cristiano. En Lucas, el Padrenuestro se halla
dentro del marco de un catecismo sobre la oración (11, 1-13). Está dividido en
cuatro partes y abarca: la petición «¡Enséñanos a orar!», juntamente con el
Padrenuestro (11, 1-4); la parábola del amigo que viene a pedir, y que Lucas
entiende como exhortación a ser constantes en la oración (11, 5-8); una
invitación a orar (11,9s) y la imagen del padre generoso, que es una invitación
a tener confianza en que se nos va a escuchar (11,11-13).
Ya sabemos que el
Padrenuestro está en Mateo (6,9-13) y que se ha tomado, en ambos casos, de la
fuente de los profetas itinerantes de Galilea que conservaron los dichos de
Jesús. Pero esta catequesis de la oración, tal como la tenemos en el conjunto,
se la debemos a Lucas que es el evangelista que más ha valorado este aspecto de
la religión e identidad cristiana. Cuando Jesús está orando, los discípulos
quieren aprender. Sienten que Jesús se transforma. Jesús, en el evangelio de
Lucas, ora muy frecuentemente.
No se trata simplemente de
un arma secreta de Jesús, sino de una necesidad que tiene como hombre de estar
en contacto muy personal con Dios, con Dios como Padre. Todos conocemos cuál es
la oración de Jesús, y cómo esa oración no se la guarda para sí, sino que la
comunica a los suyos. Por lo mismo, la predicación de Jesús ha de revelar el
sentido del Padrenuestro. Este es el primer fundamento en que se basa la
explicación que se ha de dar. Sólo el que vive en el Espíritu de Jesús, quiere decir
Lucas, sabrá rezar el Padrenuestro con el espíritu de Jesús. Y sólo sabrá
rezarlo quien sepa escuchar primeramente la predicación de Jesús.
Toda la predicación de
Jesús está confirmando esto mismo. Jesús, con palabras estimulantes, alienta a
que los discípulos estén persuadidos previamente en la oración de una confianza
sin límites. No se trata, de un título más, frío o calculado, sino de la
primera de las actitudes de la oración cristiana. Si no tenemos a Dios en
nuestras manos, en nuestros brazos, como un padre o una madre, tienen a su
pequeño, no entenderemos para qué vale orar a Dios.
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