Comentario Bíblico
Del Evangelio de Lucas (14,1.7-14)
Este último domingo se nos
presenta enmarcado en planteamientos muy humanos de la vida; se propone a la
comunidad la praxis de la humildad, una de las virtudes que menos estima recibe
en este mundo de competencias infernales, de luchas a muerte por los primeros
puestos, por las grandes producciones, por los estilos arrogantes de
comportamiento. Quien carezca de este estilo, hoy, parece que no tiene futuro.
La primera lectura del
libro del Eclesiástico (3,19-21.31.33), es una colección de dichos y refranes
de sabiduría, como casi todo el libro, en que se hace el elogio de la humildad,
la reflexión y la limosna. Si tienes conciencia de ser grande, de valer algo,
procura manifestarte ante los otros con humildad. Es una virtud ésta, no para
aparentar lo que no se es, sino para no apabullar a los otros.
Segunda Lectura leemos la Carta a losHebreos
(12,18-19.22-24): Se prosigue con la alta
teología de esta carta sobre la fe. Esta exhortación fervorosa a
una comunidad judeo-cristiana que está pasando por un mal momento, por
dificultades internas y externas, pone de manifiesto la obra redentora de
Cristo, el Sumo Sacerdote, en comparación con la liturgia, ya muerta e
irreversible, del antiguo templo de Jerusalén. Ahora la liturgia que se propone
es de tipo celeste, vital, existencial.
Se quiere subrayar que la
comunidad cristiana, llamada a la santidad, no tiene que tener miedo, porque
puede entrar en el misterio de la santidad divina, ya que Jesucristo ha hecho
posible que nuestros pecados se borren. No tenemos que tener miedo a la
santidad (como les sucedía a Moisés y a los israelitas en el Sinaí frente a la
santidad de Yahvé). Ahora con Jesucristo, la santidad de Dios es cercanía,
misterio curativo que humaniza la misma religión. Los ángeles, los cielos, la
Jerusalén celeste, son los signos para hablar de una experiencia que no debemos
perder de vista, una nueva alianza.
En el evangelio de Lucas
(14,1.7-14), nos encontramos con dos parábolas del buen comportamiento en la
mesa. El texto de Lucas está bien construido. En la primera Jesús se dirige a
los comensales a propósito del puesto que deben ocupar cuando son invitados
(vv. 7-11) y en la segunda se dirige a quien invita para que haga una buena
elección de los invitados (vv.12-14). Claro, que nada es lógico en estas
parábolas, porque sucede que cuando somos invitados nos gustaría ser de los
principales; y cuando invitamos nos gustaría hacerlo teniendo en cuenta la
importancia de los mismos.
El evangelio, como ya se
ha puesto de manifiesto, se nos propone la humildad. ¿Por qué, para ser un buen
seguidor de Jesús es necesario ser el último, el servidor de todos? ¿No es una
falsedad aparentar lo que no se es? Aquí no cabe otra explicación que el mismo
misterio de la condescendencia divina, que siendo poderoso, se ha hecho como
uno de nosotros. La parábola de los primeros y los últimos puestos en un
banquete le sirve a Jesús para poner de manifiesto la humildad. El marco de
esta parábola es la de un sábado en que Jesús es invitado a casa de un fariseo.
Los fariseos, sus
escribas, no gozan de buen nombre en el evangelio (Lc 20,46-47). ¿No es bueno
aspirar a ser el primero, el mejor, el más perfecto? Si lo miramos desde la
perspectiva de los deportistas en las Olimpiadas parecería que no es muy acertada
la proposición de Jesús, aunque hoy sabemos que solamente gana uno; y muchos
deportistas nos dan la lección de que es tan importante participar como ganar.
De alguna forma este
ejemplo lo podíamos aplicar a la vida cristiana: todos valen en una comunidad,
todos tienen algo positivo, todos tienen algo bueno. No importa ser los
primeros si ser el primero nos lleva a ser arrogantes e inmisericordes. Por eso
la segunda parábola de la lectura de hoy pide que no invitemos o compartamos
nuestra amistad con los que nos van a pagar, sino con aquellos que no pueden
responder a nuestra generosidad. Y es que el tema de la humildad,
cristianamente hablado, se resuelve en la generosidad. El que es humilde es
generoso, misericordioso con los otros. Esa es la razón por la que la humildad
cristiana es actitud sabia y principio de amor.
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