El MUROÏ,
originalmente considerado un demonio, integra también la desmejorada raza de
vampiros proveniente de lo que actualmente es la República Checa. Su nombre,
evocador como casi todos los demonios, significa literalmente «destino»,
en un sentido más cercano a la fatalidad que a la buena ventura. Se dice que
este demonio sólo es capaz de tomar posesión del cadáver corrupto de una
persona maligna, particularidad que lo ubica como uno de los réprobos más
populares entre políticos y banqueros. Sus primeras leyendas medievales aclaran
que el MUROÏ está
ferozmente enfrentado contra todos los símbolos de la fe, incluso aquellos que
orbitan en la periferia de la ortodoxia, como el GOLEM,
según los mitos hebreos, una especie de homúnculo o autómata que puede ser
creado por un rabino.
Su nacimiento, de hecho, es
precedido por una serie de signos inconfundibles; uno de ellos, que
probablemente expresa dolor y ofensa frente a lo abominable de su presencia,
consiste en la aparición de lágrimas de sangre en todas las imágenes de la
Virgen María cercanas a su cubil. La única forma de que el MUROÏ no
articule sus ataques es identificando el cadáver del poseso y removiendo su
corazón. Si esta precaución es pasada por alto se debe solicitar la ayuda de un
rabino o un sacerdote católico para que se enfrente con el engendro. Esta
batalla no se desarrolla en el terreno filosófico, sino directamente a los
garrotazos.
Cuando su presencia es denunciada
por las imágenes de la Virgen
María que lloran sangre, el rostro del MUROÏ adquiere
un tinte rojo bastante característico. Su voz desaparece; en cambio, es
reemplazada por prolongados llantos que paralizan a los incautos que tienen la
mala fortuna de cruzarse con él. Ciertos demonólogos sostienen que su lamento
no es escuchado por todos sino únicamente por quienes están destinados a ser
sus víctimas. Si bien este demonio-vampiro resiste la luz del sol, el ajo y los
crucifijos, durante el día prefiere ocultarse en su ataúd o en cualquier otra
guarida que le permita recuperar sus fuerzas. Para descubrir la ubicación
precisa de su escondite se debe trasladar una imagen de la Virgen María y
aguardar el brote lacrimógeno, cuya frecuencia e intensidad son directamente
proporcionales a su cercanía con el réprobo.
Estas precauciones tienen que ver
con la idea de que el MUROÏ sólo
puede ser vencido dentro de su guarida, durante el día, y siempre bajo el patrocinio
de la Virgen María. Una vez extirpado el corazón, se le debe arrancar
la piel entre el dedo pulgar y el dedo índice de las manos con unas tijeras de
acero. Nadie, hasta ahora, ha logrado interpretar satisfactoriamente la
importancia de esta mutilación, aunque algunos eruditos conjeturan que el MUROÏ utiliza
la piel interdactilar a modo de megáfono, es decir, para aumentar la intensidad
de su llanto y dirigirlo hacia la víctima que previamente ha seleccionado. Todo
parece indicar que cuando este sistema falla, el MUROÏ puede
morir nuevamente si se lo reduce a cenizas. Su muerte, sin embargo, no trae
consuelo a sus víctimas. Quienes han escuchado el llanto de este demonio lo
sentirán durante el resto de sus vidas como un zumbido lejano, persistente y
aterrador que palpita en lo profundo de los oídos, en cambio, las imágenes de
la Virgen María que han llorado sangre para denunciar su aparición continuarán
vertiendo lágrimas incesantemente, hasta que sus siluetas sean ya
indistinguibles de la costra sanguinolenta que las recubre.